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La palabra facticia. Albert ChillónЧитать онлайн книгу.

La palabra facticia - Albert Chillón


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filosófica.

      Tal inevitable aprehensión cualitativa del sentido se debe aún a otro hecho esencial: a diferencia del significado, concebido como un concepto fijo, hipercodificado, abstracto y —por así decirlo— inmaterial y asensorial, el sentido es mutable, hipocodificado, concreto, material y sensorial. Nos hallamos, como es notorio, no ya en el territorio ideal de la langue, sino en el muy real y complejo de la parole, con su estimulante diversidad.

      La misma reverberación semántica de la palabra sentido nos ofrece las pistas necesarias: el enunciado se oye —se sent, en lengua catalana— y se siente; no solo se entiende su significado convencional y abstracto, sino que se comprende su significado concreto hic et nunc, la sutil textura de motivos, actitudes, intenciones, efectos y, en fin, matices conceptuales y sensoriales que conforman su sentido. Por fin, este término conlleva una última acepción: se siente ante, por, contra o con algo o alguien, el sentido nace y se crea en neta socialidad, en permanente coloquio con otros sujetos.

      Este es el momento de recordar que, desde sus orígenes, la retórica afrontó los problemas, las técnicas y las situaciones de comunicación relacionados tanto con el sentido de los enunciados como con las condiciones de la enunciación. Tekhné capaz de producir textos eficaces, pero también delicada y aguzada herramienta de análisis de los enunciados producidos, la retórica iluminaba mediante su extenso repertorio de figuras y tropos las muy distintas posibilidades semánticas del empalabramiento. Hoy sorprende el olvido al que durante siglos fue relegada, y aún más la condescendencia con que muchos semióticos y analistas del discurso tienden a hablar de ella —como un mozalbete infatuado que, ignorante de su ignorancia, menosprecia el saber que podría emanciparle de sus pezuñas.

      En el mejor de los casos, los enfoques pragmáticos hoy en boga apuntan tímidamente en una dirección que la antigua pero de ningún modo vieja retórica desarrolló amplísimamente durante siglos de modo, en mi opinión, mucho más comprehensivo. La búsqueda del sentido de los enunciados mediáticos y periodísticos cuenta, así, con un auxiliar de inestimable utilidad, capaz de identificar y de explicar su dinamismo semántico. Un auxiliar, además, singularmente dotado para afrontar las diversas dimensiones de tales enunciados: la invención y el hallazgo de los argumentos y de los temas (inventio), la disposición de las partes del discurso (dispositio), los sutiles rasgos de estilo y expresión con que este se encarna (elocutio), los variados modos en que puede ser puesto en juego (memoria y actio); nada menos, en fin, que la entera configuración temática, sintáctica, semántica y pragmática de los enunciados realmente existentes, de esas innúmeras paroles tan temidas por la plana mayor de los lingüistas y semiólogos de nuestro siglo.18

      Conviene señalar que la concepción usual de significado —en última instancia deudora de la carencia de consciencia lingüística— descansa además en una creencia, muy extendida entre doctos y legos, acerca de la naturaleza lógica del lenguaje: la que piensa la palabra exclusivamente como logos, es decir, como concepto abstracto, racional, referencial, asensorial y denotativo. Una creencia que es, como diría Nietzsche con palabras antecitadas, una de esas «ilusiones de las que se ha olvidado que lo son, metáforas que se han desgastado y han quedado sin fuerza sensorial» a fuer de usarse como moneda corriente.

      El sentido común suele considerar el lenguaje no solo como mero vehículo o instrumento de comunicación capaz de encapsular los pensamientos previamente formados en la conciencia, sino también como una suerte de articulación lineal y monodimensional de sonidos abstractos, una especie de cadena formada por eslabones enlazados. Reducido a esta imagen —seguramente tan antigua como la escritura, aunque reforzada en nuestra época por la hegemonía del estructuralismo el lenguaje es visto como simple vehículo transportador de conceptos, cual tren de mercancías que mediante sus vagones contenedores (significantes) transporta diversos contenidos (significados). La relación que se establece entre tales significantes y significados es lógica, esto es, unívoca y precisa: sígnica.


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