1984. George OrwellЧитать онлайн книгу.
papel una cifra astronómica de pares de botas, aunque quizá la mitad de los habitantes de Oceanía anduvieran descalzos. Y ocurría lo mismo con los demás datos registrados, fueran importantes o no. Todo acababa por diluirse en las sombras, hasta el extremo de que se ignoraba a ciencia cierta la fecha del año en que se estaba.
Winston echó un vistazo al otro lado del salón. En el cubículo de enfrente un hombre pequeño, con una barbilla morena y aspecto preocupado, llamado Tillotson, se concentraba en su trabajo con un periódico sobre sus rodillas y acercaba mucho la boca a la bocina del hablaescribe. Parecía que intentaba mantener en secreto lo que hablaba en la telepantalla. Levantó la vista y en los cristales de sus anteojos asomó el centelleo de una mirada hostil en dirección a Winston.
Winston apenas si conocía a Tillotson y no tenía ni idea del trabajo que realizaba. El personal de la Sección de Registros no hacía comentarios de su trabajo. En aquella vasta sala sin ventanas exteriores, con su doble fila de cubículos y un incesante murmullo de voces trasmitiendo por el hablaescribe entre montañas de papeles, trabajaban muchas personas a quienes Winston no conocía ni de nombre, por más que los veía a diario yendo y viniendo de prisa por los pasillos y gesticulando durante los Dos Minutos de Odio. Sabía que en el cubículo contiguo al suyo la mujercita que era rubia un día sí y otro no, buscaba y borraba de los periódicos los nombres de quienes habían sido víctimas de la evaporación y, por lo tanto, se consideraba que no habían existido jamás. En cierto modo, tal ocupación era muy indicada para ella, pues no hacía dos años que su propio marido fue uno de los evaporados. En otro cubículo laboraba un sujeto inofensivo y gris, un tanto soñador, que se llamaba Ampleforth, de orejas velludas y una prodigiosa facilidad para manipular las rimas y la métrica, que se ocupaba de confeccionar versiones depuradas —textos definitivos, les llamaban— de poemas que se habían vuelto ideológicamente inconvenientes, pero que por una razón u otra, iban a conservarse en las antologías. Y esta sala, con sus cincuenta o más empleados sólo era una subsección, una célula apenas, en la gigantesca y compleja estructura de la Sección de Registros.
En el mismo piso, así como en los de arriba y en los de abajo, trabajaba un enjambre de empleados en ocupaciones tan variadas como inconcebibles. Había amplios talleres de impresión, con sus directores, técnicos, tipógrafos y laboratorios especialmente equipados para componer trucos fotográficos. Estaba la sección de teleprogramas, con sus ingenieros, productores y elencos de actores especializados en imitar voces ajenas. Y ejércitos de oficinistas cuya misión se reducía a confeccionar listas de publicaciones y libros que iban a ser retirados de la circulación. También había enormes depósitos donde se archivaba la documentación ya rectificada e incineradores donde se destruían los originales. Y en algún sitio recóndito estaban las eminencias grises, que coordinaban el esfuerzo total y fijaban las políticas que indicaban que este fragmento del pasado debía preservarse, aquel falsificarse y el otro borrarse por completo.
La Sección de Registros, después de todo, sólo era una dependencia del Ministerio de la Verdad, cuya misión principal no radicaba en reconstruir el pasado, sino en proporcionar a los ciudadanos de Oceanía periódicos, películas, libros de texto, programas de telepantalla y novelas, y todo cuanto se relacionara con informaciones, instrucción y esparcimiento en sus más variados aspectos, desde una estatua hasta un lema, desde un poema lírico hasta un tratado de biología, desde un libro de ortografía para alumnos de primer grado hasta un diccionario de Neolengua. Y el Ministerio no sólo debía satisfacer las múltiples exigencias del Partido, sino también reproducir toda la operación en una escala menor para beneficio del proletariado. Por su parte, una cadena de departamentos completa se ocupaba de literatura, música, teatro y esparcimientos en general para el proletariado. En esta sección se editaban periódicos de pacotilla, que contenían casi exclusivamente deportes, crimen y astrología, novelitas sentimentales, películas que rezumaban sexualidad, canciones sentimentales producidas por medios enteramente mecánicos con un calidoscopio especial llamado versificador. Incluso había una subsección completa —denominada Pornosec en Neolengua— dedicada a producir pornografía ínfima, material que era distribuido en paquetes sellados y lacrados y el cual ningún afiliado al Partido podía observar, salvo quienes trabajaban ahí.
Por el tubo neumático llegaron tres mensajes mientras Winston trabajaba, pero como se referían a asuntos sencillos, pudo darles trámite antes de que los Dos Minutos de Odio lo interrumpieran. Finalizada la trasmisión del Odio, regresó a su cubículo, tomó de un estante un diccionario de Neolengua, puso a un lado el hablaescribe, se limpió los anteojos y se dispuso a iniciar la labor realmente importante del día.
Winston encontraba su mayor placer en el trabajo. Casi todo era una rutina tediosa, pero también incluía tareas tan difíciles y complicadas que se podía enfrascar en ellas como si se tratara de problemas de matemáticas —sutilísimos casos de adulteración para resolver, en los cuales sólo contaban con sus conocimientos de los principios del Socing y el criterio para calcular los propósitos del Partido—. Winston era todo un maestro en esta tarea. En cierta ocasión, le encomendaron incluso la rectificación de los editoriales del Times, totalmente redactados en Neolengua. Desenrolló el mensaje que había apartado antes. Decía así:
times 3.12.83. informe ordendeldía g.h. nadabueno ref impersonas reredactar completo superaprobación antesarchivar
En Viejalengua, o lenguaje común, decía:
El informe de la Orden del Día del Gran Hermano en el Times del 3 de diciembre de 1983 deja muchísimo que desear e incluye referencias a personas que no existen; volver a escribirlo todo y presentar borrador ante un superior antes de archivar.
Leyó Winston todo el artículo en cuestión. Parecía que la Orden del Día del Gran Hermano se dedicaba principalmente a elogiar la tarea de una organización denominada FFCC, que suministraba cigarrillos y otras comodidades a los marinos de las Fortalezas Flotantes. Un camarada, llamado Withers, afiliado destacado del Partido Interno, era objeto de especial mención y se le otorgaba la Orden del Mérito Conspicuo de
Segunda Clase.
Tres meses después se ordenó la disolución de la FFCC sin proporcionar explicaciones. Cabía suponer que Withers y sus colaboradores habían caído en desgracia, pero nada se dijo sobre el particular en la prensa o por la telepantalla. Eso no tenía nada de extraño, pues no era usual que los delincuentes políticos fueran procesados o se les denunciara a la opinión pública. Las purgas espectaculares, con millares de personas, el juicio público de los traidores e ideadelincuentes que hacían una abyecta confesión de sus culpas antes de ser ejecutados, eran despliegues de teatralidad organizados cada dos o tres años. Por lo general, quienes por algún motivo incurrían en el desagrado del Partido, sencillamente desaparecían sin dejar rastros. Era imposible dar con el menor vestigio de su paradero. Winston había conocido personalmente a no menos de treinta personas, incluidos sus padres, desaparecidos de esa manera.
Winston se rascó la nariz con un sujetapapeles. En el cubículo de enfrente Tillotson seguía pegado al hablaescribe.
Por un momento levantó la cabeza y otra vez se apreció un destello de animosidad en los cristales de sus anteojos. Winston se preguntó si Tillotson hacía la misma tarea que él. Era muy posible. Un trabajo tan engañoso como aquel no se lo confiarían a un solo empleado; por otra parte, encomendarlo a un comité habría equivalido a admitir en público que ocurría una adulteración de la verdad. Lo más probable era que una docena de personas trabajaran en ese momento en diversas versiones de lo que el Gran Hermano había dicho. A su debido tiempo, un cerebro maestro del Partido Interno elegiría una u otra versión, la cual se volvería a imprimir y se pondría en marcha el complejo mecanismo para manipular las referencias, y después todo pasaría a los registros y se convertiría en verdad.
Winston ignoraba por qué Withers había caído en desgracia. Pudo ser corrupción o incompetencia. O bien el Gran Hermano simplemente se deshizo de un subordinado demasiado popular. O también podría ser que Withers o alguien de su círculo fuera sospechoso de ideas heréticas. O si no —y era lo más factible— todo se debía a que las purgas y las evaporaciones eran elementos indispensables de la mecánica gubernamental. El único indicio estaba en aquello de "ref impersonas", lo cual significaba que Whiters ya había dejado