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1984 - George Orwell


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de color rosa que pudieran ser carne. Ninguno de los dos pronunció palabra hasta vaciar sus platos. En una mesa situada a la izquierda de Winston y un tanto a sus espaldas, alguien que hablaba sin tregua ni descanso, con un incesante parloteo que parecía graznidos de pato, dominaba el estruendo de la conversación general.

      —¿Cómo va el diccionario? —preguntó Winston, alzando la voz para hacerse oír sobre el escándalo.

      —A pasos muy lentos —respondió Syme—. Ahora estoy en los adjetivos. Es fascinante.

      Con la mención de la Neolengua, Syme se animó de inmediato. Puso a un lado su plato vacío, tomó con una de sus delicadas manos el trozo de pan y con la otra el pedazo de queso; y se inclinó sobre la mesa para poder hablar sin gritar.

      —La undécima edición será la definitiva —explicó—.

      Llevamos el idioma a su forma final, la que tendrá cuando todos lo hablen. Una vez que hayamos terminado, la gente como tú tendrá que volver a aprenderlo de nuevo. Me atrevería a decir que tú crees que nuestra tarea consiste en inventar nuevas palabras. ¡Nada de eso! Eliminamos las palabras, decenas, cientos de ellas todos los días. Estamos reduciendo el lenguaje a lo indispensable. En la undécima edición no figurará una sola palabra que pueda convertirse en obsoleta antes del año 2050.

      Mordisqueó con apetito su pedazo de queso, tragó un par de bocados, y luego siguió hablando con cierta vehemencia pedante. Su moreno y delgado rostro se había animado y sus ojos habían perdido su expresión burlona para tornarse soñadores.

      —Es atractivo suprimir palabras. Desde luego, el mayor despilfarro ocurre con los verbos y los adjetivos, pero también hay cientos de sustantivos por descartar. No se trata sólo de los sinónimos, sino también de los antónimos. Después de todo: ¿qué justifica a una palabra que sólo es lo opuesto de otra?

      Todo vocablo lleva en sí la acepción contraria. Por ejemplo, tomemos la palabra "bueno". Si existe el término "bueno" ¿qué necesidad hay de que exista "malo"? Imbueno serviría igual, o mejor, porque expresa absolutamente todo lo opuesto, lo que no ocurre con "malo". Y si se quiere acentuar la calidad de bueno, de qué sirve una sarta de palabras ambiguas como "excelente" "espléndido" y otras por el estilo? "Másbueno" responde a todas esas acepciones, o "doblemásbueno", si se busca algo más fuerte. Por supuesto que ya empleamos esos términos, pero en la versión definitiva de la Neolengua ya no habrá más. En última instancia, la noción completa de lo bueno y de lo malo se reducirá a seis palabras, o mejor dicho, a una sola. ¿Percibes la belleza de todo eso, Winston? Por supuesto, que la idea es del G.H. —agregó como ocurrencia tardía.

      En el rostro de Winston asomó un fingido interés al oír hablar del Gran Hermano. No obstante, Syme detectó al instante cierta falta de entusiasmo.

      —No concedes a la Neolengua la debida importancia, Winston —agregó, con un dejo de tristeza—. Aun cuando la escribes, estás pensando en la Viejalengua. A veces llego a leer algo de lo que escribes en el Times. Es bastante bueno, pero no pasan de una traducción. En el fondo prefieres quedarte con la Viejalengua, con sus ambigüedades y sus inútiles matices de significados. No captas toda la belleza de la eliminación de palabras. ¿Sabes que la Neolengua es el único idioma del mundo cuyo vocabulario se reduce año tras año?

      Claro que Winston lo sabía. Esbozó una sonrisa amable, pero sin atreverse a pronunciar palabra. Syme mordió otro pedazo de pan moreno y lo masticó un rato y continuó:

      —¿No comprendes que todo el propósito de la Neolengua es delimitar el intelecto? Terminaremos por hacer literalmente imposible las ideadelitos, porque no existirán vocablos para expresarlas. Una sola palabra expresará todo concepto que alguna vez se necesite, con una acepción definitiva y eliminados y olvidados todos los significados complementarios. Ya en la undécima edición nos aproximamos bastante a ese ideal, pero el proceso no habrá terminado sino mucho después que tú y yo hayamos muerto. Cada año menos palabras, y más reducidos los límites del entendimiento. Por supuesto, incluso ahora no hay razón o excusa para una ideadelito. Pero con el tiempo ni siquiera eso será necesario. La Revolución será total cuando el lenguaje haya alcanzado su perfección. La Neolengua es el Socing y el Socing es la Neolengua —agregó con una especie de satisfacción mística—. ¿Alguna vez has pensado, Winston, que para el año 2050, a más tardar, no habrá una sola criatura viviente que comprenda el idioma que en estos momentos hablamos tú y yo?

      —Excepto... —comenzó a decir Winston, dubitativo, y guardó silencio.

      Tuvo en la punta de la lengua: "Excepto el proletariado" pero se contuvo, temeroso de que sus palabras se apartaran del dogma partidario. No obstante, Syme había adivinado lo que quiso decir.

      —Los proletarios no son seres humanos —dijo a la ligera—. Para 2050, o acaso antes, habrá desaparecido todo rastro de la Viejalengua. Para entonces no quedará nada de la literatura del pasado. Chaucer, Shakespeare, Milton y Byron sólo existirán en versiones en Neolengua; esas versiones no sólo serán distintas de las que conocemos hoy, sino opuestas a las originales. Inclusive la literatura del Partido cambiará. Y se modificarán los lemas. ¿Cómo tener el lema "La libertad es esclavitud cuando ya no exista el concepto de libertad? Todo el pensamiento se desarrollará en un clima distinto. En realidad, no existirá ya el pensamiento, tal como lo entendemos hoy.

      El dogma implica no pensar, no es necesario. El dogma es la inconsciencia.

      Un buen día, pensó de pronto Winston para sí, a Syme lo van a evaporar. Es demasiado inteligente. Percibe las cosas con claridad y habla sin rodeos. Al Partido no le agradan los hombres así. El día menos pensado, de Syme no quedará ni rastro.

      Se le ve en la cara.

      Winston se terminó su trozo de pan y su pedazo de queso. Giró un poco su asiento para beber su jarro de café. A su izquierda, el hombre de la voz estridente seguía hablando en forma implacable. Una joven, su secretaria tal vez, sentada de espaldas a Winston, le escuchaba y parecía concentrada en todo lo que decía. A ratos, Winston captaba frases como "tienes razón, estoy completamente de acuerdo contigo", decía la joven con voz juvenil. Pero el otro no se detenía ni un segundo, ni siquiera para escuchar lo que decía la joven. Winston conocía al hombre de vista y sólo sabía que era empleado en el Departamento de Ficción. Era hombre de unos treinta años, con un cuello grueso y una enorme boca. En esos momentos tenía la cabeza algo echada para atrás y, dada la posición en que estaba sentado, los cristales de sus anteojos reflejaban la luz, de modo que Winston veía un par de discos negros en lugar de ojos. Lo grotesco era que, en todo el torrente que salía de sus labios, no era posible distinguir una sola palabra. Sólo una vez percibió Winston una frase —"eliminación total y definitiva de Goldstein"— pronunciada a la carrera y de un tirón, como una repetición de algo aprendido de memoria. El resto eran simples ruidos, como el graznar de un pato. Con todo, no era necesario entender lo que el hombre decía para imaginar el tema central. Sin duda, denunciaría a Goldstein y exigiría mayor rigor para los saboteadores e ideadelincuentes, explotaría contra las atrocidades cometidas por el ejército de Eurasia, elogiaría al Gran Hermano o a los héroes del frente de Malabar. Daba igual. Dijera lo que dijera, cada una de sus palabras sería expresión fiel del dogma partidario, Socing puro. Al mirar aquel rostro desprovisto de ojos y la mandíbula en constante movimiento, a Winston le invadió la curiosa sensación de que eso no era un ser humano, sino un muñeco. No hablaba en él su cerebro, sino la laringe. Emitía palabras pero sus frases carecían de sentido: eran sonidos emitidos por instinto como el graznido de un pato.

      Syme había guardado silencio por un momento y con el mango de su cuchara trazaba rayas en los restos del líquido nauseabundo. En la otra mesa proseguían los graznidos, por encima del estruendo general.

      —En Neolengua hay una palabra —dijo Syme—. No sé si la conozcas: es patohabla, o sea graznar como un pato. Es de esas palabras con significados contradictorios. Si se aplica a un adversario, es un insulto; si se aplica a un amigo, es un elogio.

      No hay duda que evaporarán a Syme, volvió a pensar Winston. Lo dedujo con cierta tristeza, aunque bien sabía que Syme lo despreciaba y hasta le tenía antipatía, por lo que era muy capaz


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