Fisuras en el firmamento. Álvaro Álvarez RodrigoЧитать онлайн книгу.
del que Rivelles carecía. Ni mantillas, ni relicarios. Ni castiza, ni popular.
A lo largo de toda la película, desde las primeras secuencias en que juega con sus pretendientes hasta su negociación matrimonial, transmite la idea de una mujer que maneja su propio destino. Una vez más, no hay una figura patriarcal que la tutele, pues este papel, como en la vida real, lo ejerce su madre. Pero al mismo tiempo esa agencia personal de la que dispone se dirige a cumplir con el mandato que se espera de ella como mujer: el matrimonio. Asume y ejemplifica, por tanto, la misión patriótica del ideal de feminidad franquista, en el que la maternidad era sublimada y la mujer, reclamada como pieza fundamental en la construcción del Nuevo Estado.47
El diario ABC, dirigiéndose a las espectadoras, se encargó de resumir buena parte de los valores de la protagonista del filme:
La mujer española se verá reflejada en la vida […] de aquella española que triunfó en París sin otras armas que las de su feminidad […] Eugenia de Montijo supone la satisfacción de una necesidad romántica, y las espectadoras apreciarán, a través de su sensible temperamento, todo el mérito singular de aquella «españolita» que pisó las alfombras de los palacios con garbo y con firmeza haciendo honor a su raza y que dando al amor una importancia decisiva, sostuvo su virtud a la altura de su belleza y no claudicó sino ante el ara sagrada, despreciando riquezas y honores que lesionaran su reputación.48
Fotogramas de la película Eugenia de Montijo.
«Una española en un trono imperial» era uno de los eslóganes de la plana de publicidad del filme publicada en las revistas, en la que el retrato de busto de Rivelles, bella y mayestática, tocado con una tiara y luciendo un escote abierto, ocupaba la parte central.49 Ella afirmará después que le fue muy placentero interpretar a Eugenia de Montijo y que le atraen los papeles basados en personajes históricos, si bien requieren de mucho estudio para adaptarse a lo descrito por los biógrafos y renunciar al temperamento propio. Pero, en cualquier caso, no duda tampoco en asegurar que prefiere los papeles dramáticos, mejor cuanto más intensos y emocionales.50 Una orientación en su carrera que sin duda contribuyó a reforzar esa imagen de mujer fuerte.
En la película, Eugenia pone en evidencia su voluntad férrea de conquistar el amor de Luis Napoleón. Aunque a menudo queda la impresión de que aquello que persigue es principalmente el matrimonio como acceso a un estatus social y político. Es significativo que ese romance esté desprovisto de pasión. La gran diferencia de edad entre la pareja (cuarenta y cinco años entre los personajes reales y más de treinta y cinco entre Rivelles y Asquerino) restaba verosimilitud al romance, que tampoco la película se preocupa por enfatizar. Su propósito político pesa demasiado para que la historia romántica despegue alegremente y funcione como en otros melodramas históricos. Anticipa, eso sí, algunas de sus contradicciones. En el ideal de género franquista la esfera pública, y por ende la propaganda política, se sitúa en el ámbito de lo masculino. Sin embargo, es sobre Eugenia de Montijo, y no sobre el futuro emperador, donde se centra la acción y adquiere un protagonismo político sustancial, aunque solo fuera como subalterno al varón.
Es cierto que nos encontramos ante una repetición de la fábula del príncipe azul, cuya moraleja no es otra que la consecución de la felicidad a través del matrimonio, si bien en esta ocasión la voluntad de ascenso social queda un tanto desdibujada por el origen pudiente y aristocrático de la protagonista. Sin embargo, las espectadoras también podían tomar de la película la imagen de empoderamiento femenino que transmite su protagonista.
La ambientación histórica del filme dificultaría los procesos de identificación de sus seguidoras, pero no los impediría; puesto que, como ha señalado Jo Labanyi respecto a la influencia de las películas de este género en el modo de vestir de las espectadoras, no se trataría lógicamente de una imitación de la moda, sino de las implicaciones derivadas del placer visual que podrían experimentar ante la suntuosidad y variedad del vestuario, que se interpretaba como un signo de modernidad.51
En Eugenia de Montijo, Rivelles aparece deslumbrante a lo largo de todo el metraje. Resulta guapa y elegante tanto cuando luce vestidos de fiesta, en los que deja sus hombros descubiertos, como cuando lleva prendas un poco más sencillas en la intimidad de su hogar. Esta sería, por añadidura, una de las cualidades más estrechamente ligadas a la imagen de las estrellas de cine. La fama, la belleza, la riqueza o la apariencia cuidada y a la moda son atributos que el público encuentra fascinantes y atractivos.52 En este sentido, la cualidad glamurosa es perfectamente aplicable a la imagen de Amparo Rivelles, probablemente en mayor medida que a la inmensa mayoría de actrices cinematográficas españolas. Como ya sucediera en títulos anteriores y se repetirá en los siguientes, su presencia física en la pantalla refuerza su conexión con el mundo de la moda. Y fuera de ella, esta resulta tanto o más evidente que en las películas.
En las revistas cinematográficas, la figura de Amparo Rivelles destaca por su aspecto cuidado y a menudo deslumbrante, y un estilo que se apreciaría como notablemente urbano y actual, tal como se observa tanto en los cuidados retratos de estudio como en las más informales fotos de prensa o en los numerosos actos promocionales a los que acude en estos años. Las revistas la retratan ataviada con distintos abrigos de pieles, elegantes trajes de noche o chics conjuntos de tarde.
Pero no solo es un icono de moda, también lo es de consumo. Confiesa sin pudor en una entrevista que compra sin mesura ropa y calzado:
Dedico todo mi dinero a la ropa. Me gasto un dineral en vestidos, a los que siempre he tenido una gran afición. Otra de mis debilidades son los zapatos. ¡Tengo tantos!
–¿Cuantos?
–No te asustes: 114 pares.53
No parece tratarse de un comentario banal ni de una boutade de las que a veces sueltan las celebridades en las entrevistas, sino de un arranque de sinceridad, de una declaración que en buena medida define cuál era su estilo de vida. Ese ritmo de consumo vertiginoso es incorporado de manera consciente como uno de los rasgos de su personalidad.
No era, por tanto, ningún secreto que Amparo Rivelles disfrutaba de una situación acomodada y que tenía la capacidad de disponer de su propio dinero como considerase. Su modo de vida y su apariencia física, en un contexto de graves carestías, despertaría la admiración o la envidia de muchas espectadoras, que anhelarían ser como ella. Un proceso que podría ser similar al constatado por Anette Kuhn a través de los testimonios de mujeres de ambientes sociales bajos de Inglaterra que se convirtieron en jovencitas entre mediados de la década de los treinta e inicios de los cuarenta. Ellas aspiraban a una nueva feminidad, diferente a la de sus madres, en las que la apariencia personal y las ropas tenían una gran relevancia, y en el que se imaginaban tan bellas, interesantes y aventureras como sus estrellas favoritas, a las que gustaban de imitar.54 En un mismo sentido se expresa Jackie Stacey cuando resalta el poder de atracción que las estrellas ejercían sobre las adolescentes inglesas de los años cuarenta y cincuenta y la fascinación que sentían por su belleza física, y también por su personalidad y modo de comportamiento.55
«La española ha triunfado», reconoce al final de Eugenia de Montijo una de sus rivales. Y esa misma imagen de empoderamiento se transfiere a una Amparito Rivelles que cada vez se revelaba más dueña de su propia vida.