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100 Clásicos de la Literatura. Луиза Мэй ОлкоттЧитать онлайн книгу.

100 Clásicos de la Literatura - Луиза Мэй Олкотт


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Laurie.

      ―No sé, no sé ―dudó Dan, aunque halagado por el interés y la confianza de sus amigos―. Una granja le sujeta a uno… por lo menos durante algún tiempo. Claro está que luego puede dejarse. Hay que meditarlo bien. Precisamente deseo un consejo antes de elegir.

      ―Yo creo, Dan, que una granja te parecerá una cárcel, después de haberte acostumbrado a una vida tan libre ―sugirió Jossie, porque prefería que Dan siguiera aquella vida de aventuras.

      ―Y para el arte, ¿hay alguna cosa allí que tenga interés? ―preguntó Bess. E interiormente pensaba que tal como estaba Dan, a contraluz, sería un maravilloso modelo.

      ―Naturalmente que sí. La naturaleza es lo más artístico que existe. E indiscutiblemente la del Oeste es maravillosa. Bellos animales, magníficos paisajes… ―afirmó Laurie, deseoso de animar aquella idea que estaba germinando―. Incluso las prosaicas calabazas son allá como apropiadas para convertirse en carrozas para la «Cenicienta».

      Nan se sumó al proyecto, medio en serio, medio en broma.

      ―Funda la ciudad, Dan. Crecerá de prisa y mientras, tendré tiempo para conseguir el título de médico. Yo seré el médico de la nueva ciudad, que llamaremos Dansville en honor y gloria de su fundador.

      ―No va a ser posible. Porque Dan no admitirá en su ciudad mujeres de menos de cuarenta años. Menos aún si son jóvenes y bonitas ―dijo Tom, que veía con inquietud la admiración que Dan despertaba en Nan.

      ―Los médicos están por encima de las leyes. De manera que eso no reza para mí. En Dansville, como todo serán personas sanas, activas y enérgicas, seguramente no habrá enfermedades. ¡Ah, pero eso sí! Descalabraduras y huesos rotos por domar potros salvajes o heridas causadas por los indios no van a faltar. De modo que un médico irá muy bien, ¿no crees, Dan?

      ―Cuento contigo, doctora. En cuanto haya un sitio apropiado será para ti. No temas, no te faltará trabajo. Aunque tenga que romper algún hueso a alguien para proporcionártelo.

      ―No creo que te costara romperlos porque debes tener una fuerza colosal. ¿Permites que te toque el brazo? A ver… ¿No decía yo? ¡Eso son bíceps! ¡Mirad, mirad, muchachos, qué dureza y qué desarrollo!

      Tom no pudo soportar aquel entusiasmo de Nan. Disimuladamente se retiró a la habitación contigua. Mirando las estrellas a través de la ventana dobló el brazo varias veces comprobando la consistencia de sus músculos, que dicho sea de paso dejaba bastante que desear.

      Dan seguía hablando:

      ―No me entusiasma la idea de la granja. En cambio sí me gustaría hacer algo por mis amigos indios de Montana. Necesitan ayuda de verdad. Fueron engañados y llevados a unas tierras que nada producen, y muchos mueren. Como son una tribu pacífica nadie se ocupa de ellos. En cambio, los sioux que siempre están a punto de amotinarse consiguen del gobierno todo cuanto desean, porque les temen. Yo conozco la lengua de los de Montana y podría ser su agente. Además, teniendo como tengo algún dinero, creo que lo justo sería compartirlo con ellos. ¿No os parece?

      El apasionamiento y vehemencia de Dan se contagiaron a todos, especialmente por tratarse de remediar una injusticia y ayudar a unos necesitados. Jo, para quien la desgracia de los demás era insoportable, reaccionó con presteza.

      ―Hazlo, Dan, hazlo.

      ―Sí, sí. Hazlo ―aplaudió Teddy―. Hazlo y llévame contigo.

      Laurie era más prudente. Por eso preguntó:

      ―¿Quieres ampliar más detalles? Así podremos aconsejarte si es o no convenientes.

      En pocas palabras Dan contó cuanto sabía de los indios de Montana. Terminó emocionado:

      ―Son gente noble y valerosa, tratados injustamente. A mí me querían mucho. Incluso les debo la vida. Me llamaban Dan «Nube de Fuego», y mi rifle les tenía entusiasmados porque era el mejor que habían visto. Ahora pasan por unos momentos muy difíciles y me gustaría poder ayudarles.

      Nadie se acordaba ya de Dansville. La nueva perspectiva les tenía ya completamente ganados, pero el señor Bhaer sugirió que como un agente solo poco podía hacer en favor de una tribu sería mejor procurarse primero alguna influencia. Entretanto, sería interesante estudiar el asunto de las tierras por si fuera conveniente.

      ―Me parece muy bien ―aceptó Dan―. Me llegaré a Kansas para estudiar las posibilidades sobre el terreno.

      ―Muy bien. Pero tu dinero se quedará aquí, Dan ―sonrió el señor Laurie, pero firmemente decidido―. Te conozco muy bien y sé que eres tan generoso que lo darías al primer desconocido que lo necesitase. Yo seré tu administrador.

      ―Me saca un peso de encima. Cuando tengo dinero parece que me quema. Ardo en deseos de gastarlo.

      Sacó un cinturón forrado en cuyo interior había colocado una considerable suma de dinero.

      ―Tome usted. Si me ocurriera algo, disponga de esto en la forma que crea más conveniente. Tal vez sirva para ayudar a algún bribonzuelo, como sirvió el de usted para ayudarme a mí.

      Precedido de la inevitable canción, que anunciaba su presencia, llegó Emil. Tras él, Nath. Ambos saludaron efusivamente a Dan y se renovaron las explicaciones.

      Para hablar más libremente los muchachos y muchachas salieron a la plaza. El señor March y el profesor se retiraron al despacho, Meg y Amy fueron a preparar una serie de golosinas. Quedaron en el salón Jo y Laurie, oyendo a través del ventanal la conversación de los jóvenes en la plaza.

      ―Ahí está lo mejor de nuestro gran rebaño. Faltan algunos para siempre. Otros están desperdigados por todo el mundo. Pero éstos son mi orgullo y mi consuelo.

      ―Realmente ―admitió Laurie― hemos de estar contentos comparando lo que son y lo que eran o prometían ser. El cambio se debe a la educación que les hemos inculcado.

      ―De las chicas se encarga Meg; ella es prudente, cariñosa y paciente y se aviene muchísimo con todas ellas. Los chicos son para mí. Pero debo admitir que cada día dan mayores quebraderos de cabeza. Crecen y se empeñan en volar. Es difícil retenerlos y en ocasiones totalmente imposible como lo fue con Jack y con Ned. Dolly y Jorge «Relleno» vuelven en ocasiones por aquí e incluso aceptan algún consejo. Ahora los que más me preocupan son los que van a salir al mundo. Emil tiene un excelente corazón, y a la larga, eso siempre ayuda. Nath es algo débil de carácter y en cuanto a Dan, ya lo ves, está todavía por domar.

      ―Dan es un chico que vale. Casi siento que se limite voluntariamente a ser granjero. Si se lo propusiera podría ser mucho más. Quedándose aquí…

      ―¿Aquí? No, Laurie. De momento le conviene el trabajo y el aire libre. Con el tiempo irá bajando sus ímpetus. Nos quiere mucho y haría cualquier cosa por nosotros. Pero no debemos retenerle. Que corra, que vaya por doquier. Y que siempre sepa dónde encontrarnos cuando necesite ayuda.

      Jo conocía bien a Dan. Le veía como un potro no domado, al que debe dejarse saltar y brincar hasta el fin de sus fuerzas. Luego suele ocurrir que el más rebelde potro es el más dócil una vez domado. Sin embargo, la vida debía tratarle muy duramente antes de que esto ocurriese.

      Hasta Laurie y Jo llegaron las exclamaciones que provocaron los regalos de Dan. Poco después de las exclamaciones llegó Jossie. Venía radiante de alegría.

      ―Me ha traído un traje de india. Es auténtico. Ahora ya puedo representar el papel de Namioka en Metamora. ¡Qué alegría!

      ―Y para Bess, ¿qué es lo que ha traído? ―preguntó Jo, interesada.

      ―Nada menos que una cabeza de búfalo disecada.

      ―¿Una cabeza de búfalo? ¡No es posible! Aunque Dan es capaz de todo… ―exclamó el señor Laurie, divertido.

      ―Pues es cierto. Dice Dan que así podrá modelarla.

      En efecto, eso repitió


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