El prÃncipe roto. Erin WattЧитать онлайн книгу.
tiene mucho cuidado a la hora de gastar dinero. Apenas ha gastado nada mientras ha estado aquí.
Easton asiente, pensativo. Luego nuestras miradas se encuentran y hablamos al unísono, casi como si fuésemos nosotros los gemelos, y no nuestros hermanos, Sawyer y Sebastian.
—El GPS.
Llamamos al servicio de GPS de la Atlantic Aviation, cuyos dispositivos instala mi padre en todos los coches que compra. La útil asistente nos dice que el nuevo Audi S5 está aparcado cerca de la estación de autobuses.
Salimos por la puerta antes de que empiece a darnos la dirección.
***
—Tiene diecisiete años. Es más o menos así de alta. —Coloco la mano a la altura del mentón mientras describo a Ella a la mujer que hay tras el mostrador—. Es rubia. Con ojos azules. —Unos ojos como el océano Atlántico. Grises y azulados, profundos. Me he perdido en esa mirada más de una vez—. Se dejó el móvil. —Levanto mi teléfono—. Tenemos que dárselo.
La mujer chasquea la lengua.
—Ah, sí. Tenía prisa por irse. Compró un billete a Gainesville. Su abuela ha muerto.
Tanto East como yo asentimos.
—¿A qué hora salió el autobús?
—Hace horas. Debe de haber llegado ya. —La vendedora sacude la cabeza con consternación—. Lloraba como si le hubiesen roto el corazón. Eso ya no se ve. Los jóvenes ya no suelen preocuparse por los mayores de esa forma. Fue algo muy dulce. Me sentí fatal por ella.
East aprieta los puños a mi lado. Irradiaba ira. Estaba seguro de que, si estuviésemos solos, uno de esos dos puños iría directo a mi cara.
—Gracias, señora.
—De nada, cielo —dice, y se despide de nosotros con la cabeza.
Salimos del edificio y nos detenemos junto al coche de Ella. Tiendo la mano y Easton me coloca de golpe las llaves de repuesto en la palma.
Dentro, encuentro su llavero en el salpicadero, junto con su libro de poesía y lo que parecen ser los papeles del coche metidos entre sus páginas. Encuentro su móvil en la guantera. En la pantalla aparecen las notificaciones de los mensajes sin leer que le he enviado.
Se ha marchado y ha dejado atrás todo lo que podía recordarle a los Royal.
—Tenemos que ir a Gainesville —dice Easton con un tono de voz monocorde.
—Lo sé.
—¿Se lo vamos a decir a papá?
Informar a Callum Royal de algo así implicaría poder utilizar un avión para buscarla. Llegaríamos a Gainesville en una hora. Si no, nos espera un camino de seis horas y media en coche.
—No sé. —La urgencia por encontrarla ha disminuido. Ahora sé dónde está. Puedo llegar hasta ella. Solo tengo que decidir qué dirección tomar.
—¿Qué has hecho? —pregunta de nuevo mi hermano.
No estoy preparado para todo el odio que va a dirigirme si se lo cuento, así que permanezco en silencio.
—Reed.
—Me pilló con Brooke —contesto con voz ronca.
Se queda boquiabierto.
—¿Brooke? ¿La Brooke de papá?
—Sí —respondo, y me obligo a enfrentarme a Easton.
—¿Qué coño…? ¿Cuántas veces te has liado con Brooke?
—Un par —admito—. Pero no he estado con ella últimamente. Y menos anoche. No la toqué, East.
Aprieta la mandíbula. Se muere por darme un puñetazo, pero no lo hará. No en público. Mamá nos decía lo mismo a los dos. «Chicos, mantened el nombre de los Royal impoluto. Es muy fácil destrozar una buena reputación; lo difícil es mantenerla».
—Deberían colgarte por los huevos hasta que se te sequen. —Escupe a mis pies—. Como no encuentres a Ella y la traigas de vuelta, seré el primero en la cola para hacerlo.
—Me parece justo.
Intento permanecer calmado. Es inútil ponerse nervioso. No tiene ningún sentido volcar el coche. Es inútil gritar, aunque me esté muriendo por abrir la boca y deshacerme de toda la ira y el odio que llevo dentro.
—¿Justo? —Resopla con desagrado—. ¿Entonces no te importa una mierda que Ella esté en una ciudad universitaria y que unos borrachos la puedan estar manoseando?
—Es una superviviente. Estoy seguro de que estará a salvo. —Mis palabras suenan tan ridículas que prácticamente doy una arcada tras pronunciarlas. Ella es una chica preciosa, y está sola. Quién sabe lo que podría pasarle—. ¿Quieres que llevemos su coche de vuelta a casa antes de irnos a Gainesville?
Easton se queda mirándome con la boca abierta.
—¿Y bien? —pregunto, impaciente.
—Claro. ¿Por qué no? —Me quita las llaves de la mano—. Ya ves, ¿a quién le importa que sea una tía buena de diecisiete años, que esté sola y que lleve casi dos mil dólares en efectivo? —Aprieto los puños—. Ningún drogadicto hasta las cejas de metanfetamina va a mirarla y pensar: «Es una chica fácil. Esa muchacha de metro y medio, que pesa menos que mi pierna, no podrá conmigo…» —Me empieza a costar respirar—. Y estoy seguro de que todos los tíos con los que se encuentre tendrán buenas intenciones. Ninguno intentará arrastrarla hasta un callejón oscuro y forzarla hasta que…
—¡Cierra la puta boca! —espeto.
—Por fin. —East levanta las manos en el aire.
—¿A qué te refieres?
Estoy prácticamente jadeando de la rabia que siento. Las escenas que Easton me ha hecho imaginar con sus palabras han provocado que desee ser Hulk para ir corriendo hasta Gainesville y destrozar todo lo que encuentre a mi paso hasta dar con ella.
—Has estado actuando como si no te importara lo más mínimo. A lo mejor tú estás hecho de piedra, pero a mí me gusta Ella. Era… era buena para nosotros. —Su pena es casi tangible.
—Lo sé. —Easton me saca las palabras a regañadientes—. Lo sé, joder. —Se me cierra la garganta hasta el punto de dolerme—. Pero… nosotros no éramos buenos para ella.
Gideon, nuestro hermano mayor, intentó dejármelo claro desde el principio. «Aléjate de ella. No necesita involucrarse en nuestras mierdas. No arruines su vida como yo arruiné la de…»
—¿Y eso qué se supone que significa?
—Lo que has oído. Somos tóxicos, East. Todos nosotros. Me acosté con la novia de papá para vengarme de él por haber sido tan cabrón con mamá. Los gemelos están metidos en asuntos de los que no quiero saber absolutamente nada. Tu afición al juego se te está yendo de las manos. Y Gideon es… —Me detengo. Gid está viviendo su propio infierno ahora mismo, pero no es algo que Easton deba saber—. Estamos mal de la olla, tío. Quizá Ella esté mejor sin nosotros.
—Eso no es verdad.
Por mucho que diga que no, yo creo que sí. No somos buenos para ella. Lo único que Ella quería era una vida normal y corriente. No puede tener eso en la casa de los Royal.
Si no fuera del todo egoísta, me alejaría. Convencería a East de que lo mejor para Ella es alejarse tanto como pueda de nosotros.
En cambio, permanezco en silencio y pienso en lo que voy a decir cuando la encontremos.
—Vamos. Tengo una idea.
Me giro y me dirijo a la entrada.
—Creía que íbamos a Gainesville —murmura East a mi espalda.
—Esto nos evitará