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El príncipe roto. Erin WattЧитать онлайн книгу.

El príncipe roto - Erin Watt


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momento en el que el autobús de Bayview aparece. El corazón me da un vuelco mientras examino a los pasajeros. Entonces se me cae el alma a los pies cuando me percato de que ninguno de esos pasajeros es Ella.

      —¿Qué cojones…? —suelta East cuando salimos de la estación diez minutos después—. La mujer del mostrador nos dijo que Ella iba en ese autobús.

      Tengo la mandíbula tan apretada que apenas soy capaz de pronunciar una palabra.

      —A lo mejor se bajó en una parada distinta.

      Entonces, regresamos al Rover y nos montamos en él.

      —¿Y ahora qué? —pregunta con los ojos abiertos como platos de forma amenazante.

      Me paso la mano por el pelo. Podríamos conducir y detenernos en todas las paradas de la ruta, pero sospecho que sería como buscar una aguja en un pajar. Ella es inteligente, y está acostumbrada a huir, a irse de una ciudad cuando es necesario y rehacer su vida. Lo ha aprendido de su madre.

      De repente, siento náuseas al pensar en la posibilidad. ¿Buscará trabajo en otro club de striptease? Sé que Ella hará lo necesario para sobrevivir, pero me hierve la sangre al pensar que puede que se desnude delante de un montón de pervertidos salidos.

      Tengo que encontrarla. Si algo le pasa porque la he ahuyentado, no seré capaz de vivir con el remordimiento.

      —Nos vamos a casa —anuncio.

      Mi hermano parece sorprendido.

      —¿Por qué?

      —Papá tiene un investigador en nómina. Él será capaz de encontrarla mucho antes que nosotros.

      —Papá se volverá loco.

      Claro que se volverá loco. Y yo lidiaré con las consecuencias lo mejor que pueda, pero ahora mismo, encontrar a Ella es mi única prioridad.

      Capítulo 3

      Tal y como predijo Easton, papá se queda lívido cuando le decimos que Ella se ha marchado. Llevo veinticuatro horas sin dormir y estoy demasiado agotado como para enfrentarme a él esta noche.

      —¿Por qué coño no me habéis llamado antes? —espeta mi padre.

      Se pasea por el enorme salón de la mansión, taconeando en el brillante suelo de madera con sus zapatos de miles de dólares.

      —Creímos que la encontraríamos sin necesidad de acudir a ti —respondo con sequedad.

      —¡Soy su tutor legal! Tendríais que habérmelo dicho. —La respiración de mi padre se vuelve irregular—. ¿Qué has hecho, Reed?

      Su mirada furiosa me atraviesa. No está mirando a East, ni a los gemelos, que están sentados en el sofá con una idéntica expresión de preocupación en el rostro. No me sorprende que papá haya decidido culparme a mí. Sabe que mis hermanos siguen mi ejemplo, que el único Royal que podía conseguir que Ella se marchara soy yo.

      Trago saliva. Mierda. No quiero que sepa que Ella y yo nos liamos en sus narices. Quiero que se centre en encontrarla, no distraerlo con la noticia de que su hijo se ha enrollado con su nueva pupila.

      —Reed no ha hecho nada.

      La calmada confesión de Easton me deja patidifuso. Miro a mi hermano, pero él tiene los ojos fijos en nuestro padre.

      —Yo soy la razón por la que se ha ido. Tuvimos un problema con mi corredor de apuestas la otra noche. Le debía dinero, y Ella se asustó. El tío no es lo que se dice muy simpático, ya sabes a qué me refiero…

      La vena en la frente de mi padre parece estar a punto de estallar.

      —¿Tu corredor de apuestas? ¿Otra vez te has metido en esa mierda?

      —Lo siento —dice Easton, encogido de hombros.

      —¿Que lo sientes? ¡Has arrastrado a Ella a uno de tus marrones y la has asustado tanto que ha huido!

      Papá se acerca a mi hermano y yo me interpongo al instante en su camino.

      —East ha cometido un error —intervengo con voz firme y evitando la mirada de mi hermano. Ya le daré después las gracias por haber cargado con la culpa, pero ahora mismo hay que calmar a nuestro viejo—. Pero ya está hecho, ¿verdad? Deberíamos concentrarnos en encontrarla.

      Mi padre relaja los hombros.

      —Tienes razón. —Asiente y su expresión se endurece—. Voy a llamar a mi investigador privado.

      Sale hecho una furia del salón sin pronunciar ni una palabra más; sus pasos firmes hacen eco en el pasillo. Un momento después, oímos como la puerta de su estudio se cierra de un portazo.

      —East…

      Mi hermano se gira y me lanza una mirada mortífera.

      —No lo he hecho por ti. Lo he hecho por ella.

      Se me cierra la garganta.

      —Lo sé.

      —Si papá se enterase de… —Se detiene y mira con cautela a los gemelos, que no han dicho nada durante toda la conversación—. Eso lo distraería.

      —¿Crees que el investigador privado encontrará a Ella? —pregunta Sawyer.

      —Sí —respondo con una convicción que realmente no siento.

      —Si utiliza el carné de identidad de su madre, la encontraremos sin problema —asegura East a nuestro hermano menor—. Si se las apaña para conseguir uno falso… —Hunde los hombros con derrota—. … no sé.

      —No puede esconderse para siempre —comenta Seb en un intento de ayudar.

      Sí, sí que puede. Es la persona con más recursos que he conocido nunca. Si Ella quiere permanecer escondida, lo hará.

      El teléfono me vibra en el bolsillo. Lo cojo apresuradamente, pero no es la persona que quiero que sea. La bilis me sube por la garganta cuando leo el nombre de Brooke.

      «Un pajarito me ha dicho que tu princesa se ha ido».

      —¿Ella? —pregunta East, esperanzado.

      —Brooke. —Al pronunciar su nombre, siento que me quema la lengua.

      —¿Qué quiere?

      —Nada —murmuro justo cuando otro mensaje aparece en la pantalla.

      «Callum debe de haberse vuelto loco. Pobre hombre. Necesita a alguien que lo consuele».

      Aprieto la mandíbula y los dientes me rechinan. La sutileza no es lo suyo, eso está claro.

      Debido al revuelo de la búsqueda de Ella, no me he permitido pensar en el embarazo de Brooke y en el trato al que llegué con ella anoche. Ahora ya no puedo ignorarlo, porque los mensajes continúan llegando.

      «Tienes trabajo que hacer, Reed».

      «Me lo prometiste».

      «Respóndeme, ¡imbécil!»

      «¿Quieres ser papi? ¿Es eso?»

      Joder. Ahora mismo no tengo tiempo para esto. Me trago la rabia y me obligo a responder.

      «Relájate, zorra. Hablaré con él».

      —¿Qué quiere? —repite Easton enfadado.

      —Nada —vuelvo a decir. Luego los dejo a él y a los gemelos en el salón y me dirijo al estudio de mi padre.

      No quiero hacerlo. De verdad que no quiero hacerlo.

      Llamo a la puerta.

      —¿Qué pasa, Reed?

      —¿Cómo has sabido que era yo? —pregunto en cuanto abro la puerta.

      —Porque cuando Gideon no está, tú eres el líder de la feliz banda


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