Colección de viages y expediciónes à los campos de Buenos Aires y a las costas de Patagonia. Pedro de AngelisЧитать онлайн книгу.
de dicha lana. Uno de los caciques traia su poncho bueno, y tambien tal cual traia poncho; pero estos los cuidaban mucho. Tambien se reconoció que los caballos de los indios tenian miedo de llegarse à los bueyes, pues á mucha fuerza les hacian acercarse á ellos.
Tres ò cuatro dias antes de la salida de la embarcacion se vinieron à despedir los indios del capitan y su gente, y volvieron à encargar que les llevasen de aquellas cosas, pues daban á entender su mucho agradecimiento con demostraciones de amistad, y que querian entablar correspondencias y tratos, señalando por los dedos que à las tantas lunas, segun se discurre, volverian: y con esto se fueron tirando la costa adelante al sur.
Confirma dicha gente que hay muchos pastos y buenos, como tambien abundancia de leña, aunque de árboles bajos, pero fuertes. Y hácia él ONO descubrieron otras quince salinas mas, y entre ellas una muy especial, en seco, que es menester partirla con achas y azadas: la que está distante del puerto de tres à cuatro leguas, y al rededor de ella se observò la particularidad que, cavando media vara apartado, se halla agua dulce, buena y con abundancia.
A dichos indios no se les pudo comprender cosa alguna de su lengua, ni tampoco que nacion era; y sucediò que à las primeras veces que se vieron con la gente, oyeron una india que dijo, adios paisano, y habiéndola solicitado no la pudieron hacer decir otra palabra mas que la dicha, la que repetia à tenor de la gente nuestra que le preguntaba, ni fué posible comprenderla quien se la enseñó, ó á donde la aprendiò, ni que hablase otra palabra en castellano, aunque le dijeron muchas, por ver si las entendia y tampoco lo consiguieron. Y deseando el referido D. Domingo de Basabilbaso, armador, y por esta razon descubridor de aquella costa y su contenido, tomò apunte de varias palabras que les tomaron la tripulacion para que al hacer otro viage mandase à su costa un intérprete y lenguaraz, por los deseos que tiene en hacer este servicio à S.M., descubrièndole aquellos parages incultos, pero al parecer ocupados de inumerables indios, como se evidencia por el acaso siguiente; y es, que el dia 17 de Enero de 1754, llegaron à esta ciudad de Buenos Aires 18 ó 20 indios del partido del cacique Bravo, para dar noticia al Señor Gobernador y Capitan General, como habian tenido una funcion muy sangrienta con los indios que en el mes de Julio del año pasado de 1753, vinieron á insultar, robar y matar en el partido que llaman de la Matanza, y que en la accion mataron muchos indios, entre ellos tres caciques, los cuales hice venir à mi casa, y por los lenguaraces que traian les hice preguntar si sabian el significado de las palabras que habia aprendido mi gente, tomadas de aquellos indios, y entre ellos huvo, uno el mas alto, que tendria muy cerca de 2-1/3 varas, bien formado y no muy renegrido, y con efecto comprendió algunas de ellas, y el no comprenderlas todas seria por lo mal que las aprenderian dicha mi gente, demostrando el indio alegria en solo oirlas; y preguntàndole que como siendo del partido del cacique Bravo, (quien le tenia dado el grado de capitan) comprendia aquellas palabras de indios que habitaban tan distantes de los de su partido, me respondió que porque eran de su nacion nombrada Tehuelches, de la cual se separó pequeño y vino á parar al partido de dicho cacique. Y habièndole preguntado que si se acordaba de aquellos parages donde nació, y me dijo que sí, y que habia muchos indios mas que en ninguno de los varios partidos que por la Sierra y Pampas conocia, y que todos eran de grande estatura y buena gente; y tambien que su cacique tenia tratado casamiento de una hija suya con uno de los caciques mas pròximos á su partido, y que estos, aunque en muy larga distancia, se comunican con los que andaban por la costa. Con cuyo motivo le regalè y encargué encarecidamente que si los cuatro hombres, que se discurre se internaron del puerto de San Julian, llegasen à su partido, los recogiese y convoyasen á esta ciudad, que le gratificaria bien su trabajo, lo que admitió gustoso: añadiendo que con motivo del nuevo casamiento se veria con los de su nacion y se lo encargaria tambien, y que pasase la noticia mas adelante, y sobre todo, que me prometia traermelos, ò avisar de su paradero; con cuyo medio es fácil se consiga que dichos cuatro hombres vuelvan á esta ciudad, como hay ejemplar de dos marineros de un navio ingles, que perdiéndose en en aquella costa, é internàndose, vineron à parar á esta ciudad.
Que es cuanto se ha podido adquirir, con acuerdo y uniformidad de las declaraciones del capitan, sus pilotos y tripulacion. Y ahora, como ha sucedido el naufragio y pèrdida de la embarcacion y su carga, que valia lo menos 10,000 pesos, se está tratando de otro armamento para seguir la expedicion à expensas del expresado D. Domingo de Basabilbaso, por estar constante en hacer este servicio á su Rey y Monarca, el Señor D. Fernando VI, que Dios guarde y prospere por muchos años.
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Relacion que ha hecho el indio paraguay, nombrado Hilario Tapary, que se quedó en el Puerto de San Julian, desde donde se vino por tierra á esta ciudad de Buenos Aires.
El dia último de Marzo, ó primero de Abril de 1753, que fué à los 15 ò 16 dias de haber salido el bergantin, nombrado San Martin, del Puerto de San Julian en su primer viage, en los cuales hubo frecuentes lluvias, se acercaron á la isla como 200 indios, y con la bajamar pasaron al rancho que tenian hecho los tres hombres que se quedaron, è inmediatamente empezaron à tomarse todos los bastimentos que tenian, de bizcocho, yerba y tabaco, y deshicieron los barriles de carne salada, tocino y agua para aprovecharse solo de los arcos de fierro, arrojando la carne y tocino, y despues se fueron. Al dia siguiente volvieron á acabar de llevar lo poco que habia quedado, juntamente con la ropa que tenian fuera de su cuerpo; y aunque el dicho Hilario confiesa que no conoció en los indios accion ni inclinacion de querer hacer daño à su persona, antes bien al contrario, pues los indios le manoseaban á él y à su compañero, sin atreverse ni querer quitarle ropa alguna de la que tenian puesta, con poca reflexion determinò salir de aquel parage con otro (su compañero) indio chino, llamado José, por miedo que no le matasen, por no tener ya cosa alguna que tomar de su rancho. A que se agregó, que el gallego, nombrado Santiago, á la primera vista de los indios se fué ocultamente y sin decir nada, de miedo de ellos, tirándose á escapar por la parte opuesta de ahí à donde habian avistado los indios, sin saber lo que se hizo. Viéndose en estas confusiones, por último se resolvió á salir de aquel parage con su compañero José, y lo egecutó por la noche, tomando el rumbo para venirse á Buenos Aires por la costa del mar: y por ella vinieron caminando á pié sin ninguna providencia, mas que unos avios de encender fuego, y dos perros pequeños, los cuales solían cazar algunos zorrillos y otros bichos con que trabajosamente se alimentaban. Pero lo mas penoso era la falta de agua dulce, por lo que a la orilla del mar hacian cazimbas, con lo que se humedecían las bocas, pues lo salado de ella les permitía beber muy poco, porque se les seguia mayor daño: como le sucediò al nombrado José, que por haber bebido algo mas se enfermò, de modo que á las tres semanas de haber caminado en esta forma, quedó tan aniquilado que no pudo proseguir, por mas que le animaba Hilario, siendo la mayor pena su excesiva sed, pues tenia la boca sin la mas leve humedad.
El Hilario se detuvo allí dos dias, por ver si por aquel contorno encontraba alguna agua dulce para refrescarle, pero no lo pudo conseguir; y viendo el mal estado de su compañero, y sin poderle remediar, porque no le sucediese otro tanto, determinó dejar á su compañero con bastante sentimiento, llorando tan fatal suceso, y tomó su derrota, con sus dos perros: y á los tres dias encontró una laguna pequeña rodeada de porcion de guanacos que habian consumido toda el agua, dejando solo la humedad entre el lodo, y llegó tan fatigado que se consolaba con poner la boca sobre aquella humedad, que no obstante le sirvió de algun corto alivio. Habiéndose acercado un poco mas á la orillas del mar, consiguió matar un lobo marino con un palo que llevaba, y luego se bebió la sangre de él, que le supo muy bien, y haciendo su fuego se lo comieron entre él y sus perros, y el pellejo se lo sacó en disposicion que le pudiese servir para echar agua. Y siguiendo su camino, á los dos dias llegó á donde habia un manantial pequeño, en el cual se refrigeró él, y sus dos perros, y discurriendo poder socorrer á su compañero le pareció inútil, pues le contemplaba ya muerto: por lo que llenó el cuero de lobo de agua, siguiendo su rumbo, que regularmente era como media legua distante del mar, manteniéndose con varios animalitos y bichos que él y sus perros tomaban, y bebiendo cosa corta del agua que llevaba en el cuero para conservarla. Así fué caminando, hasta que encontró un brazo de mar que se internaba un poco, en donde habia porcion de lobos marinos, con lo que él y sus perros saciaron su hambre y sed, y de ahí fué siguiendo, con la pension de faltarle el agua, porque toda la que hallaba era salada, aunque estaba en lagunas algo distante del