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El odio que das. Angie ThomasЧитать онлайн книгу.

El odio que das - Angie Thomas


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mis pensamientos. Le da caladas a su puro y exhala el humo por un extremo de la boca. Tiene dos lágrimas tatuadas bajo su ojo izquierdo. Dos vidas que se ha llevado por delante. Por lo menos.

      —Veo que venís de Reuben's. Tomad —saca dos rollos gruesos de dinero—. Para completar lo que os hayáis gastado.

      Kenya coge uno fácilmente, pero yo no pienso tocar ese sucio dinero.

      —No, gracias.

      —Vamos, reina —King me guiña el ojo—. Coge un poco de dinero de tu padrino.

      —No, ella no lo necesita —dice papá.

      Camina hacia nosotros. Papá se deja caer contra la ventanilla del coche hasta quedar al nivel de la mirada de King, y le da la mano con uno de esos saludos con tantos movimientos que te preguntas cómo es posible que puedan recordarlos.

      —Big Mav —dice el padre de Kenya con una sonrisa de oreja a oreja—. ¿Qué hay, rey?

      —No me llames así —papá no lo dice en voz alta ni enfadada, sino como yo le diría a alguien que no le pusiera cebolla o mayonesa a mi hamburguesa. Papá me contó una vez que los padres de King le pusieron el nombre de la misma pandilla a la que se uniría después, y que por eso el nombre es importante. Te define. King se hizo un King Lord con su primer aliento.

      —Sólo le estaba dando un obsequio a mi ahijada —dice King—. He sabido lo que le pasó a su amigo. Qué mierda.

      —Ya sabes cómo son las cosas —dice papá—. La policía dispara primero y pregunta después.

      —Sin duda. A veces es peor que nosotros —King suelta una carcajada—. Pero, escucha, ando con un asunto de negocios: me va a llegar un paquete y necesito un lugar donde guardarlo. Tengo demasiados ojos puestos en la casa de Iesha.

      —Ya te he dicho antes que esa mierda no va a pasar aquí.

      King se acaricia la barba.

      —De acuerdo. Así que la gente se sale del juego, olvida de dónde viene, olvida que de no ser por mi dinero no tendría sus tienditas…

      —Y si no fuera por mí, tú estarías tras las rejas. Tres años en la penitenciaría estatal, ¿recuerdas esa mierda? No te debo nada —papá se asoma por la ventanilla y dice—: pero si vuelves a tocar a Seven, te moleré a palos. Que no se te olvide eso, ahora que has vuelto con su madre.

      King emite un chasquido con la lengua.

      —Kenya, entra en el coche.

      —Pero, papá…

      —¡Te he dicho que metas tu trasero en el coche!

      Kenya me masculla un adiós. Da la vuelta y entra rápidamente.

      —Está bien, Big Mav. Entonces, ¿así están las cosas? —pregunta King.

      Papá se endereza.

      —Exactamente así.

      —Está bien, entonces. Asegúrate por dónde pisas. No se sabe qué podría pasar.

      El bmw arranca a toda velocidad.

      4. Huey Percy Newton fue un político y revolucionario estadounidense, cofundador y líder inspirador de los Panteras Negras.

      CAPÍTULO 4

      Esa noche, Natasha intenta convencerme de que la siga a la boca de riego, y Khalil me ruega que salga a dar una vuelta con él.

      Fuerzo una sonrisa con los labios temblorosos, y les digo que no puedo pasar el rato con ellos. Insisten, y yo continúo diciendo que no.

      La oscuridad se arrastra hacia ellos. Trato de advertirles, pero mi voz no responde. La sombra los traga en un instante. Y ahora se arrastra hacia mí. Retrocedo, sólo para encontrarla detrás de mí…

      Despierto. Mi reloj resplandece con los números 23:05.

      Como si succionara el aire, respiro profundamente. El sudor me pega la camiseta y los pantalones cortos de baloncesto a la piel. Cerca de aquí se escucha el ulular de las sirenas, y Brickz y otros perros ladran en respuesta.

      Sentada en un costado de mi cama, me froto la cara, como si eso fuera a limpiarme la pesadilla. Es imposible que me vuelva a quedar dormida. Mucho menos si eso significa volver a verlos.

      Tengo la garganta forrada de lija que ruega un poco de agua. Cuando mis pies tocan el suelo frío, se me pone la piel de gallina en todo el cuerpo. Papá siempre pone el aire acondicionado al máximo durante primavera y verano, por lo que la casa se convierte en un congelador de carne. Los demás morimos de frío, pero él lo disfruta, y dice: Un poco de frío nunca ha matado a nadie. Qué mentira más mala.

      Me arrastro por el pasillo y a medio camino, antes de llegar a la cocina, escucho a mamá: ¿Por qué no pueden esperar? Acaba de ver morir a uno de sus mejores amigos. No tiene por qué revivir eso ahora.

      Me detengo. La luz de la cocina se extiende hasta el pasillo.

      —Tenemos que investigar, Lisa —dice una segunda voz. Es el tío Carlos, el hermano mayor de mamá—. Queremos averiguar la verdad tanto como cualquier otro.

      —Querrás decir que queréis justificar lo que ha hecho ese cerdo —dice papá—. Qué investigación ni qué mierda.

      —Maverick, no transformemos esto en algo que no es —dice el tío Carlos.

      —Un niño negro de dieciséis años está muerto porque lo mató un policía blanco. ¿Qué otra cosa podría ser?

      —¡Chis! —sisea mamá—. Bajad la voz. A Starr le ha costado muchísimo trabajo quedarse dormida.

      El tío Carlos dice algo, pero en voz demasiado baja como para que pueda escucharlo. Me acerco más a la cocina.

      —Esto no tiene que ver con ser negro o blanco —dice.

      —Patrañas —dice papá—. Si esto fuera Riverton Hills y él se hubiera llamado Richie, no estaríamos teniendo esta conversación.

      —He oído decir que pasaba droga —dice el tío Carlos.

      —¿Y eso hace que se justifique el crimen? —pregunta papá.

      —No he dicho eso, pero podría explicar la decisión de Brian, si es que se sintió amenazado.

      Se me atraganta un no en la garganta que ansía que lo grite. Khalil no representaba ninguna amenaza esa noche.

      ¿Y qué hizo que el oficial pensara que era un vendedor de droga?

      Espera. Brian. ¿Ése es el nombre de Ciento Quince?

      —Ah, entonces lo conoces —se burla papá—. No me sorprende.

      —Es un colega, sí, y un buen tipo, lo creas o no. Estoy seguro de que esto es duro para él. Quién sabe lo que pasó por su cabeza en ese momento.

      —Tú mismo lo has dicho: pensó que Khalil era un traficante —dice papá—. Un maleante. ¿Pero por qué lo supuso? ¿Cómo? ¿Sólo con mirar a Khalil? Explícame eso, detective.

      Silencio.

      —Para empezar, ¿por qué iba ella en un coche con un camello? —pregunta el tío Carlos—. Lisa, te lo sigo diciendo, tienes que sacarla a ella y a Sekani de este barrio. Es nefasto.

      —Lo he estado pensando.

      —Y no nos iremos a ninguna parte —dice papá.

      —Maverick, la niña ha sido testigo del asesinato de dos de sus amigos —dice mamá—. ¡Dos! Y sólo tiene dieciséis años.

      —¡Y uno fue a manos de una persona que se suponía que debía protegerla! ¿Qué?, ¿crees que por irte a vivir junto a ellos te trataran de otra forma?

      —¿Por qué para ti siempre tiene que ver con el tema de la raza? —pregunta el tío Carlos—. No nos están matando las


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