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En manos del dinero. Peggy MorelandЧитать онлайн книгу.

En manos del dinero - Peggy Moreland


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el frío que hace esta noche, yo me habría arriesgado –contestó Ry metiéndose las manos en los bolsillos y echando a andar.

      –El frío no me molesta. De hecho, me ayuda a estar más fresca para estudiar cuando llegue a casa.

      –Sabía que eras estudiante.

      –¿De verdad? ¿Por qué?

      En ese momento, Ry dio un traspié y, suponiendo que estaba más bebido de lo que ella creía, Kayla lo agarró del brazo.

      –¿Cómo ha sabido que era estudiante?

      –Bueno, sé que muchos estudiantes trabajan en restaurantes y bares del centro y, como eres tan joven, he supuesto que eras uno de ellos.

      –No soy tan joven –rió Kayla–. De hecho, suelo ser de las mayores de la clase.

      –Me apuesto el cuello a que no tienes más de veintiún años.

      –Pues lo va a perder porque tengo veintiséis.

      –¿Veintiséis? –repitió Ry parándose y mirándola de arriba abajo–. Casi, pero no –añadió retomando el paso.

      –¿Qué ha querido decir con eso?

      –Supongo que ir a la universidad y trabajar debe de ser muy duro –apuntó Ry.

      Kayla se preguntó si había ignorado su pregunta porque estaba demasiado borracho.

      –Siempre he estudiado y trabajado a la vez, así que estoy acostumbrada.

      –¿Y tus padres no te pueden ayudar?

      –Mi padre murió cuando estaba en el colegio y mi madre me ayudaría si pudiera, pero no suele llegar nunca a fin de mes.

      Ry se paró y Kayla se dio cuenta de que estaban frente a la entrada principal del hotel. Ry frunció el ceño y Kayla supuso que era porque había un montón de gente entrando y saliendo.

      –Entraremos por la puerta de atrás –le indicó llevándolo hasta allí.

      Una vez dentro del hotel, lo condujo hacia los ascensores intentando no comportarse como una chica de campo que jamás ha estado en un entorno tan lujoso.

      Se le hizo difícil porque jamás había visto tanta opulencia. El vestíbulo, para empezar, era enorme y de mármol.

      –¿Cree que será capaz de llegar a su habitación solo? –le preguntó abriéndole la puerta del ascensor.

      –Sí –contestó Ry intentando apretar el botón.

      –Me parece que va ser mejor que lo acompañe –dijo Kayla viendo que había dado con el dedo en la pared.

      –No estoy tan borracho.

      –Aun así –insistió Kayla–. ¿Qué planta es?

      –El entresuelo –contestó Ry apoyándose en la pared.

      Kayla dio al botón y se colocó a su lado, lo suficientemente cerca como para agarrarlo si se escurría, pero sin tocarlo.

      –¿Va a estar mucho tiempo en Austin? –le preguntó para entablar conversación.

      –Vivo aquí.

      Kayla lo miró sorprendida.

      –¿Vive en el hotel?

      En ese momento, el ascensor llegó a su destino y Ry se separó de la pared.

      –No porque yo lo haya elegido así, se lo aseguro.

      Al intentar salir del ascensor, se le enganchó el tacón de la bota y estuvo a punto de caer de bruces, pero Kayla lo impidió.

      –¿Cuál es su habitación?

      –La 255.

      Al llegar a la puerta de la suite, Kayla alargó la mano y Ry le dio la tarjeta para abrirla.

      Mientras lo hacía, él se apoyó en la pared y se le cerraron los párpados.

      –Pues ya está, vaquero –anunció Kayla abriendo la puerta con una sonrisa–. A partir de aquí, ya puede usted solo.

      Ry ni siquiera se movió, se quedó mirándola fijamente.

      –Eres verdaderamente guapa.

      Kayla se rió y le metió la tarjeta en el bolsillo de la camisa.

      –Eso lo dice porque ha bebido mucho.

      –No, no he bebido tanto.

      –¿Ha oído esa canción que dice «las mujeres siempre parecen más guapas cuando llega el momento de cerrar»?

      –No, pero podrías pasar y cantármela –sonrió Ry.

      Kayla puso los ojos en blanco y lo empujó hacia la puerta.

      –Buen intento, vaquero.

      Ry bajó los dos escalones de entrada de la suite. Antes de cerrar la puerta, Kayla echó una mirada a su alrededor.

      –¿Has cambiado de opinión?

      –No –contestó ella–. Es que desde que empezaron las obras de remodelación del hotel, estoy deseando ver cómo ha quedado.

      –Pues pasa y lo ves –la invitó Ry.

      Kayla lo observó mientras se quitaba la cazadora y, al ver que ni siquiera era capaz de dejarla en el sofá, decidió que estaba a salvo con él.

      Así que entró y recorrió la habitación, fijándose en la preciosa chimenea que había en el centro.

      –Esto es muy bonito –murmuró fijándose en los muebles de estilo victoriano.

      –Es todo de mentira.

      Kayla se giró y vio que Ry se había sentado en el sofá y la estaba mirando.

      –De mentira, pero caro –lo corrigió–. Debe de ser alucinante tener estos muebles tan bonitos en casa –suspiró.

      –Ya te he dicho que son de mentira.

      Kayla tocó uno de los cojines del sofá y acarició el suave cuero de la tapicería.

      –Siéntate –la invitó Ry.

      Kayla dio un paso atrás y negó con la cabeza.

      –No, lo cierto es que me tengo que ir. Tengo que estudiar un par de temas antes de acostarme.

      –Esos dos temas seguirán estando en el mismo sitio mañana.

      –Sí –rió Kayla–. Esos dos y otros cuatro iguales de difíciles –añadió–. Tengo dos temas de anatomía para esta noche y cuatro de estadística para mañana. Tengo que mirármelos todos para la clase del lunes.

      –¿Anatomía y estadística? ¿Qué estudias?

      –Enfermería –contestó Kayla dando otro paso hacia la puerta–. De verdad, me tengo que ir. Gracias por haberme dejado ver la habitación.

      Ry se puso en pie como si tuviera intención de acompañarla, pero sólo dio un paso al frente pues la habitación le daba vueltas.

      –¿Cree que será capaz de llegar a la cama? –le preguntó Kayla preocupada por si se desmayaba y se daba un golpe en la cabeza.

      A Ry se le doblaron las rodillas y se dejó caer en el sofá.

      –Sí, estoy bien –contestó resoplando como si le faltara el aire.

      –Si quiere, lo ayudo a meterse en la cama –se ofreció Kayla yendo hacia él–, pero luego me tendré que ir. ¿De acuerdo?

      Ry tragó saliva, pero no contestó.

      Kayla rezó para que no le vomitara encima, se acercó a él y lo tomó de la mano.

      –Venga, vamos, vaquero –le dijo tirando de él y poniéndolo en pie–. Por aquí –añadió


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