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Despierta a mi lado - Placaje a tu corazon. Lorraine MurrayЧитать онлайн книгу.

Despierta a mi lado - Placaje a tu corazon - Lorraine Murray


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¿Profundo? ¿Cariñoso? –le preguntó él arqueando una ceja en clara señal de expectación y curiosidad.

      –Puede. Es cuando… cuando… –Los nervios la podían. Era increíble que estuviera sucumbiendo a aquella situación. Ella, que se jactaba ante sus amigas de no creer en el cariño, en el amor… Que se burlaba de Moira y sus comentarios sobre el destino. Ahora mismo, se encontraba en una situación que no podía explicar lo que le provocaba. Salvo que aquel misterioso y seductor italiano le gustaba. Y no sabría decir si el destino tenía o no algo que ver en ello. Y cuando quiso decir algo, la boca de él se posó sobre la suya para besarla de manera suave y tierna. Un ligero ronroneo escapó de su interior. Un gesto de asentimiento, de placidez, que arrancó una sonrisa en Fabrizzio. Y un leve suspiro que escapó por sus labios en el momento en que él se separó.

      –Me gustaría quedarme contigo más tiempo, pero tengo una reunión con un viejo amigo, a quien he venido a ver. Y tú, supongo que tendrás que ir a trabajar.

      Fiona se incorporó para contemplar el cuerpo desnudo de él una vez más, mientras el deseo le mordía todo el cuerpo como miles de termitas. Se quedó sentada en la cama con la mano sobre sus labios, como si quisiera atrapar el beso que le había dado y su mente trabajaba a marchas forzadas para recordar lo sucedido entre ambos. ¿Cómo se le había ocurrido llevarlo a su casa y acostarse con él? ¿Tan loca estaba como para hacerlo con un italiano de paso en la ciudad? Pero… ¿por qué se había dejado llevar de aquella manera? Ella no sabía qué era lo que quería. Por eso tal vez se permitió la licencia de hacerlo. Debía admitir que era atractivo, atento, cariñoso, y ahora que recordaba… generoso en la cama.

      –Supongo que no te importará si me doy una ducha rápida –le dijo mientras asomaba la cabeza por detrás de la puerta del cuarto de baño esbozando una sonrisa cautivadora.

      Fiona desvió la mirada hacia su rostro mientras sentía una palpitación en su interior. Se limitó a asentir, ya que era incapaz de pronunciar una palabra, presa de un remolino de sensaciones enfrentadas. Lo vio desaparecer tras la puerta y se abrazó las piernas contra el pecho. Entrecerró los ojos y sonrió de manera pícara mientras retazos de la noche anterior la inundaban como flashes de luz. Por un momento, se sintió confundida por lo contradictorio de todo. ¡Ni siquiera se había fijado en él en la taberna! Y luego, cuando se acercó hasta ellas le pareció el típico seductor. Sin embargo, y pese a que le dio esa impresión… ¿Cómo pudo acabar en la cama con él? Recordó las palabras de Eileen acerca de los hombres con los que Fiona había tenido algo. Lo tíos más inverosímiles que podrías imaginar. Y sí, Fabrizzio lo era. Se ajustaba a ese patrón ideado por su amiga. Peor, ¿qué podía hacer si era una especie de imán que los atraía? Una mueca de diversión se dibujó en su rostro mientras se debatía entre ir a compartir la ducha con él o esperar a que terminara. Tal vez fuera demasiado atrevido por su parte. Aunque, bien pensando, él se marchaba en unos días, según recordaba haberle oído decir. Así que podría divertirse con él el tiempo que le dejara libre su trabajo en la National Gallery. Ella no era como Eileen. No. No se pillaría por Fabrizzio, como ella hizo por Javier. Ella estaba hecha de otra pasta. “¿Pasta?”, pensó mientras sonreía divertida por la relación entre Fabrizzio y esa palabra.

      Fiona caminó hacia la Old Town, la parte antigua de la ciudad, hasta el Starbucks, donde cada mañana quedaba con sus tres amigas. Sabía lo que le esperaba en cuanto empujara la puerta de la cafetería y la vieran aparecer. No obstante, necesitaba saber qué demonios ocurrió la noche pasada para que ella acabara como lo hizo. Debería dejar de beber vino. Sacudió la cabeza desechando esa idea y tratando de parecer que Fabrizzio no le afectaba, pero, a decir verdad, sentía que la piel se le erizaba cada vez que recordaba sus labios sobre ella.

      Empujó la puerta del Starbucks para encontrar a sus tres amigas sentadas con sus respectivos cafés y charlando de forma animada. En cuanto la vieron aparecer tres pares de ojos se clavaron en ella escrutando cada uno de sus gestos. Fiona se limitó a levantar la mano de manera tímida y a modo de saludo. Sabía que iba a ser el centro de atención durante el café. Dejó su bolso sobre la silla que le habían reservado, mientras sus tres amigas permanecían expectantes.

      –¿Puedo saber el motivo de vuestras caras? –les preguntó con cierto toque de ironía, mientras se agarraba al respaldo de la silla. Las tres sonriendo de una manera absurda. Como si supieran algo que ella desconocía–. Queréis dejar de sonreír. Voy por un café.

      –¿Le notáis algo? –preguntó Catriona en voz baja mirando a Moira y a Eileen.

      –¿Te refieres a si habrá pasado lo que las tres creemos? –inquirió Eileen mientras su ceja derecha se elevaba con suspicacia.

      Catriona asintió sin decir nada pero esbozando una sonrisa bastante significativa.

      –Apuesto a que anoche lo pasó bien en compañía de Fabrizzio. Shhhh, ahí vuelve –comentó Moira mientras sonreía a Fiona, que dejaba su café sobre la mesa y se sentaba.

      Durante unos segundos ninguna de las cuatro abrió la boca. Fiona bebía café de manera distraída, pero consciente de lo que pasaba en la mesa. Querían saber qué había sucedido. Ante los gestos de sus caras y sus sonrisas decidió abordar la situación. De todas maneras, ya era mayorcita para saber lo que hacía con un hombre.

      –Adelante, ¿qué queréis saber? –preguntó con una sonrisa risueña en los labios.

      –¿Qué tal con Fabrizzio? –se lanzó Moira sin poder resistir más la tentación de hacerlo.

      –Tú deberías saberlo. ¿No lo has visto en tu bola de cristal? –le preguntó con gesto divertido y haciendo una nueva burla de su pasión por el esoterismo.

      –Anoche se os veía muy… muy… muy… –Catriona no parecía encontrar la palabra exacta para describir la impresión que Fiona y Fabrizzio le habían causado. Y más si cabe con la mirada que acababa de regalarle su amiga. Pero podría asegurar que ambos tenían cierto interés en estar juntos.

      –Dinos, ¿a qué viene esa mirada? No creo que te lo estuvieras pasando mal anoche –le comentó Eileen mientras ponía los ojos en blanco y sonreía divertida.

      –No irás a decirnos que Fabrizzio te gusta, ¿verdad? Porque tú eres inmune a enamorarte –le recordó Catriona mientras entrecerraba los ojos y miraba con inusitado interés a su amiga.

      –Sabéis de sobra lo que pienso de las relaciones –dijo Fiona cortando cualquier especulación–. No creo que haya nadie esperándome –aclaró mirando a Moira fijamente y esbozando una amplia sonrisa bastante significativa.

      –Todas tenemos nuestra alma… –comenzó a explicarle Moira.

      –No, por favor. No empieces con eso –le cortó mientras su rostro se contraía en una mueca de desagrado.

      –Yo la encontré –asintió Eileen muy segura de sus palabras.

      –Más bien di que te tropezaste con ella–aclaró Fiona entre risas recordando a Eileen abalanzándose sobre Javier y tirándole dos pintas de cerveza.

      –Cierto. Y ya ves… Llevamos juntos más de un año.

      –¿Qué tal le marchan las cosas en la facultad? –preguntó Catriona mientras miraba a Eileen por encima de su taza, intentando darle un momento de tregua a Fiona.

      –Parece que bien. Está contento con ser ayudante del profesor Stewart.

      –¿Y la convivencia? –preguntó Moira elevando sus cejas en repetidas ocasiones.

      Eileen sintió un escalofrío y que enrojecía sin remedio. Sus amigas comenzaron a reír y a mirarse con complicidad, lo cual dio un respiro a Fiona.

      –Todo marcha genial, pero hoy no soy yo la que tiene que contar algo –dijo mirando a Fiona, quien volvió a sentirse incómoda.

      Soltó el aire que tenía acumulado en su interior y, mirando a sus tres amigas, decidió enfrentarse a la situación. Por otra parte, le vendría mejor charlar con ellas que con su superior en la National Gallery.


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