Despierta a mi lado - Placaje a tu corazon. Lorraine MurrayЧитать онлайн книгу.
blanco y soltaba una carcajada.
–No vendrás a decirme que mi destino está en Italia, ¿no? Porque no me lo creo. Es una mera coincidencia. Ya lo verás.
–Nadie puede escapar a su destino –le dijo muy seria Moira, mientras Eileen y Catriona miraban a Fiona y su gesto de incredulidad.
–¿Nos vemos esta tarde? –preguntó Eileen mirando a las demás.
–Por mí, de acuerdo –asintió Moira.
–Creo que podré quedar. Avanzaré el trabajo todo lo que pueda en la revista –señaló Catriona.
–¿Y tú, Fiona?
–No lo sé. Tengo que ver qué sucede con la exposición. Tal vez…
Las tres la miraron esperando a que les confesara que vería a Fabrizzio. Que tendrían una noche loca de pasión y que a la mañana siguiente volvería a despertar en su cama. Pero Fiona no comentó nada a ese respecto.
–Lo siento pero llego tarde, chicas –se limitó a decir mientras caminaba hacia Princess Street.
–¿No la notáis rara? –preguntó Catriona mirando a sus dos amigas.
–¿Me lo parece a mí o a Fiona le sucede algo con su nuevo amigo italiano? –sugirió Eileen mientras pensaba en lo que Fiona les había contado y en cómo se había comportado esa mañana.
–No me atrevería a decir lo que voy a decir con ella delante –comenzó Moira captando toda la atención de Eileen y Catriona–. Creo que en el fondo le gusta Fabrizzio. ¿Os habéis dado cuenta del tono con que ha dicho que ha despertado en su cama?
Intercambiaron sendas miradas de ¿desconcierto? ¿Incredulidad? Y alguna que otra sonrisa bastante reveladora cuando las tres pensaron que entre Fiona y Fabrizzio pudiera surgir algo. Si no lo había hecho ya.
2
Fabrizzio pasó por su hotel para recoger unas cosas antes de dirigirse a ver a su amigo. Había abandonado el apartamento de Fiona envuelto en un halo de intriga. El comportamiento de esta al verlo en su cama al despertarse lo tenía desconcertado. En verdad que le había sorprendido su comportamiento aquella mañana. Tal vez no estaba acostumbrada a que sus compañeros de cama se despertaran con ella a la mañana siguiente. Y mucho menos que le prepararan el desayuno, como así había sucedido. Pero recordaba a la perfección que había sido ella misma quien lo metió en su casa a empujones mientras no paraba de besarlo. Luego, lo había arrojado sobre la cama y se había sentado a ahorcajadas sobre él sin darle tregua ni para abrir la boca mientras no dejaba de ronronear como una gatita desvalida. Por favor, ¡qué mujer! Debería haberse visto la cara que había puesto cuando, al salir de su habitación vestida para marcharse, se encontró con café recién hecho, tostadas, un zumo y un plato de huevos revueltos. ¿Por qué se había tomado tantas molestias por ella? Nunca antes se le habría pasado por la cabeza hacer lo que había hecho. Vale que la conociera la noche anterior en la taberna, que se fuera con ella hasta su apartamento y que se acostaran, pero quedarse a dormir, y prepararle el desayuno…
Se cambió de camisa y se puso una americana de pana para aguantar el fresco de la mañana. La temperatura era algo más baja en Escocia que en Italia, pero no se había dado cuenta hasta que se alejó de ella. Pensó en Fiona mientras miraba su teléfono y por primera vez se dio cuenta de que ni siquiera sabía su número. No podría llamarla para verla. Pero ¿de verdad pensaba en hacerlo? ¡Santa Madonna, solo pasaría dos días en Edimburgo, y después regresaría a Florencia! ¿Qué estaba haciendo? ¿En qué estupidez estaba pensando? Sacudió la cabeza mientras una sonrisa irónica se dibuja en sus labios y pensaba en ella. Una mujer increíble. Arrebatadora. Sexy. Apasionada. Y desconcertante. El tipo de mujeres que despertaban su curiosidad.
Fiona caminaba hacia la National Gallery tratando de centrarse en su nuevo proyecto que, por otra parte, no iba a ser nada fácil. Una exposición de retratistas italianos. Cuando sugirió este proyecto a David, su jefe, la miró como si acabara de dar con la fórmula de la Coca-Cola. Sí, una gran idea. Magnífica. Además, él tenía contactos en Italia para echarle una mano. Fiona sonrió divertida al pensar en ello. Algún dinosaurio de la universidad, más interesado en que su nombre figurara en alguna publicación, que en la exposición.
Llegó a la National Gallery cruzando por Princess Street. Se trataba de un antiguo palacio neoclásico diseñado por Playfair e inaugurado en 1859. La primera vez que se adentró en el edificio y lo recorrió se preguntó cómo era posible que un museo tan pequeño como era la National Gallery pudiera albergar tantas obras maestras. Se exhibían obras del Renacimiento italiano, la pintura flamenca, española y francesa. Maestros como Rubens, Tiziano, Goya, Van Gogh o Monet estaban presentes en sus salas. Y ahora ella pretendía una exposición dedicada a los retratistas italianos del Renacimiento.
Saludó a Stewart en la entrada y se dirigió con paso ligero a su despacho para acomodarse y empezar a trabajar con el material que tenía. De camino saludó a varios compañeros en el museo y pasó por el despacho de David, su jefe. No se fijó bien pero parecía estar reunido a juzgar por las voces que salían del interior. Y risas. Escuchó reír a David en un par de ocasiones. Así como a su acompañante. Un hombre con un tono de voz musical, cuando hablaba en inglés. Con un acento extraño. Le quedó claro que no era ni inglés, ni mucho menos escocés. Sacudió la cabeza cuando una absurda idea cruzó su mente. E incluso se permitió reírse de sus disparatadas ocurrencias.
–Agradezco que hayas venido. Para mí es un detalle –le dijo David con sinceridad.
–No, tal vez sea yo quien deba darte las gracias por acordarte de mí para este proyecto tan ambicioso. Además, me ha permitido ir conociendo las maravillas de tu ciudad –exclamó Fabrizzio entre risas recordándola una vez más.
–Siento no haber podido ir a recibirte y pasar tiempo contigo, pero… –David se encogió de hombros al tiempo que señalaba montones de carpetas, dando a entender que el trabajo le absorbía la mayor parte de su tiempo–. Dime, ¿qué te ha parecido Edimburgo? Espero que hayas aprovechado el día de ayer con nuestros amigos de la universidad.
En este punto Fabrizzio se quedó callado y pensativo. Sonrió de manera cínica al recapacitar en la respuesta que debía darle. ¿Que qué le había parecido? ¿Que si lo había aprovechado? Mejor sería no comentar nada a ese respecto. No quería alarmar a su amigo.
–Fascinante, la verdad. Lo poco que he podido conocer ha merecido la pena –le dijo con total seguridad en sus palabras.
–Me alegro. Pero, dime, ¿sigues pensando regresar pasado mañana a Florencia?
–Así es. Tengo trabajo pendiente en la Galería Uffizi, y ahora que requieres mi ayuda…
–Bueno, en realidad no soy yo quien está al frente de esa exposición.
–¿No? –preguntó con un gesto contrariado Fabrizzio cruzando las manos sobre la mesa y mirando a su amigo con inusitado interés–. ¿Quién es entonces?
–Espera a conocerla. Solo te diré que es la mejor en su trabajo, y que se ha tomado como un reto personal el poder organizar la colección de retratistas italianos del Renacimiento. Es una apasionada de la pintura de tu país. Podría decirse que vive por y para ella. Su dedicación es plena y su conocimiento del tema inigualable. La exposición del proyecto ante los miembros de la junta del museo fue impecable.
–Hablas de ella como si fuese única en su campo. Me alegra que haya gente con tanto interés. ¿La conoceré? –preguntó expectante por verla aparecer.
–Si me das un par de minutos iré a ver si ha llegado. Es trascendental que os conozcáis y que comencéis a intercambiar vuestras impresiones al respecto de la exposición.
–¿De qué plazo estamos hablando para reunir el material, seleccionar las obras que mejor se ajusten y tramitar la documentación para trasladar las obras desde Florencia? Sabes que nos llevará tiempo –le dijo en un claro tono de advertencia.
–Cuanto