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Despierta a mi lado - Placaje a tu corazon. Lorraine MurrayЧитать онлайн книгу.

Despierta a mi lado - Placaje a tu corazon - Lorraine Murray


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      –Podría hacer que sus miembros se echaran atrás. Lo comprendo –asintió Fabrizzio–. Prometo dedicarle todo el tiempo que mis obligaciones en la Galería me dejen.

      –Te lo agradezco. He conseguido que aprueben un presupuesto considerable para tal evento. De manera que deberíamos ponernos manos a la obra de inmediato.

      –En ese caso, tal vez sería bueno que fueras en busca de ese talento del que me hablas, y que comenzáramos a planificarlo todo –le dijo con un claro tono de advertencia al respecto de ser preciso en lo que requería de él.

      David sonrió abiertamente mientras palmeaba a Fabrizzio en el hombro.

      –Por eso no debes preocuparte. Le tengo una sorpresa –le dijo mientras caminaba hacia la puerta de su despacho, pero se detuvo de repente y se volvió hacia su colega–. Por cierto, no te sorprendas por su carácter.

      Fabrizzio sonrió mientras miraba a David con el ceño fruncido, sin llegar a captar el significado de esas palabras. ¿Carácter? Apostaba a que se trataría de una vieja solterona con el pelo recogido en un moño y gafas de pasta. Algo parecido a una especie de ratón de biblioteca que no ve más allá de sus libros. Se centró en evaluar el tiempo que requería el proyecto, las obras que podrían servir, la documentación que habría que completar, los seguros y los gastos de viajes. Pero bueno, de ello podría ocuparse más adelante. Cuando se reuniera con esa mujer que David le había descrito como una apasionada del arte italiano. Por un breve instante una disparatada idea iluminó su mente como si de un fogonazo se tratara. Sonrió de manera divertida por este hecho, pero lo rechazó de plano.

      –Imposible –se dijo mientras sacudía la cabeza y se acercaba a la estantería que había en el despacho.

      –Hola Fiona –le saludó Margaret al verla dirigirse a su despacho. Era una mujer entrada en años, pero que se conservaba como algunas de las pinturas del museo: impecablemente jóvenes. Margaret era la directora del departamento de restauración–. El jefe está reunido con un tipo muy apuesto y elegante –le informó con un toque de voz sensual, y una mirada que parecía brillar–. De esos que te hacen volver la cabeza si lo ves por la calle –le dijo suspirando al recordar su encanto desplegado cuando David se lo presentó.

      –¿No me digas? –le dijo de pasada, mientras se centraba en buscar algo y no prestaba la más mínima atención a Margaret–. En ese caso ten cuidado con tus cervicales.

      –Conoce a David de sus años en la facultad. Ambos estudiaron Historia del Arte. En Florencia –le comentó con un cierto toque de ensoñación, cerrando los ojos.

      Aquellas palabras provocaron que Fiona se quedara clavada al suelo. Se volvió con lentitud hacia Margaret mientras su pulso comenzaba a acelerarse de manera inusitada. «¿Italia? ¿Florencia? ¿Cuándo había estado David allí?», se preguntó mientras fruncía el ceño y pensaba que se estaban produciendo demasiadas coincidencias con Italia. Por un breve lapso de tiempo recordó las últimas palabras de Moira y sus visiones inventadas sobre que su futuro podía estar en Italia. «Tonterías de Moira», se dijo como si hubiera dado un carpetazo a este asunto.

      –¿Tendrá algo que ver con la exposición que andas preparando? Oye, ¿por qué te has quedado paralizada y con esa cara? –le preguntó Margaret fijando su atención en ella.

      –¿De qué me hablas?

      –De…

      Un suave golpe en la puerta hizo que Margaret centrara su atención en esta, y se olvidara del comentario que iba a hacerle a Fiona. La cabeza de David surgió detrás de la puerta esbozando una amplia sonrisa de satisfacción.

      –Bueno días. Ah, veo que has llegado –dijo mirando a Fiona con interés.

      –Sí. Acabo de hacerlo. No he querido decirte nada, ya que vi que estabas reunido.

      –Cierto. Pero no hubiera sucedido nada si te hubieras pasado. Esa reunión tiene que ver con tu exposición sobre los pintores italianos.

      Margaret asintió, mirándola como si le estuviera diciendo: «Te lo dije».

      –Me gustaría que vinieras a mi despacho para charlar con una vieja amistad de mis años de estudiante –le pidió con un tono de entusiasmo que nunca antes había percibido en David. Por lo general era bastante serio y no daba muestras de mucha alegría, pese a que era de la misma edad que Fiona. Pero parecía que su puesto requería ese cierto grado de aburrimiento de carácter.

      –Sí, claro. Vayamos –replicó Fiona con toda naturalidad.

      David salió al pasillo aguardando a que ambas mujeres hicieran lo mismo.

      –Me marcho a seguir con mi trabajo. Ya hablamos –le dijo Margaret guiñándole un ojo en clara señal de complicidad, mientras esbozaba una sonrisa pícara.

      Fiona no le dio importancia a sus gestos y comentarios cuando entró en su despacho. «¿Atractivo?», pensó mientras arqueaba una ceja en señal de perspicacia.

      –Fiona, que sepas que la persona que voy a presentarte es todo un experto en la pintura italiana del Renacimiento. Y más si cabe en los retratistas –comenzó diciéndole antes de entrar a su despacho–. Es el director de la Galería de los Uffizi en Florencia.

      Fiona entrecerró los ojos al tiempo que asentía y era consciente de lo que ello significaba. La Galería de los Uffizi era el museo de arte más importante de Florencia, que contenía obras pictóricas de todos los siglos. Sin duda, el lugar perfecto para colaborar con su exposición.

      David abrió la puerta de su despacho dejando paso a Fiona, quien se quedó mirando fijamente al hombre que estaba de espaldas. Alto, de complexión fuerte, con el cabello oscuro y abundante. Vestía de manera informal. Con una americana de pana en tono beige y unos vaqueros. La verdad era que esperaba a un hombre vestido de traje y corbata. Se fijó detenidamente en él mientras los latidos de su corazón se disparaban de manera inusitada. «Bah, los nervios de conocer a alguien tan distinguido», se dijo mientras aguardaba a que David se lo presentara, pero este se había visto abordado en el pasillo y ahora charlaba animosamente.

      –No sabía que tuvieras una copia de los libros que he publicado –dijo el extraño con una voz que a Fiona no le resultó desconocida. Sintió que las palmas de las manos le sudaban más de lo normal. Que de repente sus piernas parecían sacudirse como si bajo sus pies el suelo temblara y fuera a desplomarse allí mismo. Una extraña sensación se apoderó de toda ella cuando la visita de David se volvió un poco y pudo verlo de perfil. Entonces sintió que el estómago se le cerraba y que su presentimiento se convertía en realidad.

      Fabrizzio se giró cuando se dio cuenta de que la puerta se había abierto, pero que nadie había respondido a su comentario. Cerró el libro de golpe cuando su mirada se quedó suspendida en ella, quien se la devolvía con un toque de curiosidad e incredulidad en sus hermosos ojos. ¡Por todos los…! ¡No podía ser cierto! Ninguno de los dos era capaz de articular ni una sola palabra. Permanecían en un claro estado de shock, ya que ninguno podría haber imaginado que volverían a encontrarse, y en aquel lugar. Fabrizzio sonrió tímidamente mientras jugaba con el libro que tenía en sus manos, sin saber muy bien qué hacer con él. Se sentía torpe. Desarmado ante aquella mujer. Como un completo idiota que no sabía qué decirle. ¿Era ella de quien David le había hablado? Aquello sí que era una grata sorpresa. Si hacía cosa de una hora se preguntaba cómo podría volverla a ver, sin duda los hados habían decidido en su favor.

      Fiona estaba tan anestesiada como él. No podía ser cierto que Fabrizzio, el tío que se había llevado a casa la noche pasada, que había despertado a su lado en la cama y le había preparado el desayuno fuera… fuera… ¡el director de la Galería de los Uffizi en Florencia! ¡Y que además fuera a trabajar con él!

      –Disculpadme –dijo David interrumpiendo la situación comprometida en la que Fiona y Fabrizzio se encontraban–. Déjame que te presente a Fabrizzio, director de la Galería Uffizi de Florencia –anunció David, con un toque de claro orgullo en su voz mientras lo señalaba con su brazo extendido.

      –Mucho


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