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A merced de la ira - Un acuerdo perfecto. Lori FosterЧитать онлайн книгу.

A merced de la ira - Un acuerdo perfecto - Lori Foster


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no surge nada, podemos estar allí a última hora de la mañana.

      –Entonces podéis comer aquí.

      –Gracias –al oír hablar de comida, Trace se preguntó cuándo había comido Priss por última vez. Tumbada en el sofá, parecía agotada. Trace frunció el ceño–. Llamaré cuando vayamos para allá.

      Después de colgar, Trace se acercó a las persianas y miró fuera. El aparcamiento lindaba con el bar por un lado y con una bocacalle por el otro. No le gustó la situación del edificio, ni el nivel de ruido, ni la falta de seguridad.

      –¿Has encontrado un sitio para Liger?

      Él asintió.

      –Solo será hasta que estés fuera de peligro, Priss. Nada más.

      –Pero no sabemos cuánto tiempo será eso.

      –No –Trace se frotó la cara–. ¿Has comido?

      –Desde el desayuno, no.

      Y hacía rato que había pasado la hora de cenar.

      –Está bien. Vamos a recoger tus cosas.

      –¿Qué tengo que llevarme?

      –Todo lo que puedas necesitar. Si puedo evitarlo, no vas a pasar ni una noche más aquí.

      –¡Qué lástima! –miró a su alrededor melancólicamente–. Ya me había instalado.

      Trace no quiso ponerse a discutir con ella. Iba a mudarse y punto.

      –Vas a registrarte en un hotel, pero no en el que has dicho. No quiero que Murray sepa dónde encontrarte –la llevaría al mismo hotel donde se alojaba él para tenerla lo más cerca posible.

      –¿Y no sospechará?

      –Ya se me ocurrirá algo –la vio levantarse del sofá–. Pero primero comeremos algo.

      Ella titubeó.

      –¿Y Liger?

      –Se quedará contigo esta noche. Mañana lo llevaremos a casa de un amigo –notó que estaba a punto de protestar–. No pongas esa cara. El gato estará perfectamente con Dare, te doy mi palabra. Tiene dos perras a las que les encantan los demás animales. Entre todos harán que se sienta como en casa.

      Al ver que ella se resistía a aceptar su plan añadió:

      –¿Prefieres que lo encuentre uno de los matones de Murray? Te aseguro que son muy capaces de utilizar al gato para hacerte daño. Y sería muy… feo.

      Ella pareció comprender a qué se refería. Se estremeció, dejó escapar un suspiro y le tembló la barbilla. Trace se asustó. «No llores, por favor», pensó. Priss tenía un cuerpo de escándalo y el carácter de un puercoespín, pero ver cuánto quería a aquel gato gordinflón tocó alguna fibra sensible dentro de él.

      –¿Estás bien? –preguntó con suavidad.

      Ella se rehizo, apretó los labios y asintió con la cabeza.

      –Gracias por pensar en ello –luego, en tono menos intenso, añadió–: Me moriría si le pasara algo.

      Lo que significaba que Trace haría cualquier cosa que estuviera en su mano para proteger al animal.

      –Así estará a salvo –ojalá fuera tan fácil protegerla a ella–. Vámonos. Mañana nos espera un día muy largo.

      –Está bien –dejó al gato sobre el sofá y entró en el cuarto de baño. Lo tenía ya todo metido en una pequeña bolsa de viaje. De detrás del sofá sacó un petate de buen tamaño, lleno hasta arriba–. Aparte de esto, solo tengo que llevarme la caja de arena de Liger y su comida –recogió la correa y el arnés del gato, que colgaban del pomo de la puerta.

      Trace miró sus bolsas con sorpresa.

      –¿Aún no habías deshecho la maleta?

      –No pensaba quedarme aquí mucho tiempo. Y no quería dejar nada aquí si me trincaban por este asunto.

      –¿Por… matar a Murray?

      –Sí –su sonrisa le pareció alarmante–. Quizá creas que soy tonta y que actúo impulsivamente, pero tenía un plan, Trace. Un buen plan. Y si no hubieras aparecido tú, estaría a punto de librar al mundo de ese canalla. Pero, en fin, ahora que sé que para volver a ver a mi gato tengo que salirme con la mía… Digamos que me siento doblemente motivada para acabar de una vez con este asunto.

      Trace vio una mirada triunfal en sus ojos y una sonrisa altiva y expectante en su boca carnosa. Para tener una cara tan inocente, parecía sedienta de sangre.

      Contradicciones, contradicciones constantes y nada más.

      ¿Por qué demonios empezaba a parecerle tan excitante?

      Priss se estiró, despierta, en la cama de la habitación de hotel, mucho más limpia y bienoliente que el apartamento. Las sábanas eran suaves, las almohadas blandas y tenía espacio suficiente para moverse sin tropezar con nada.

      La luz del sol entraba por las cortinas. Aquel sería otro hermoso día de junio. Era hora de levantarse… pero no podía mover las piernas: tenía a Liger tendido en todo su esplendor sobre ella.

      El aire acondicionado mantenía fresca la habitación. Con un bostezo, Priss salió de debajo de Liger y se sentó en un lado de la cama. El pelo largo le caía sobre la cara y la camiseta arrugada solo le cubría la parte de arriba de los muslos, pero de momento al menos, por aquella mañana, estaba a salvo.

      Habían cambiado tantas cosas en tan poco tiempo…

      La muerte de su madre había sido al mismo tiempo un golpe demoledor y un regalo del cielo. No pasaba ni un solo día sin que la echara de menos, pero al menos ya no sufría. Eso había sido lo peor: verla sufrir y consumirse poco a poco, dolorosamente.

      Dejar su casa podría haber sido muy duro, pero con su motivación, había hecho la mudanza, se había trasladado y se había instalado en aquella nueva ciudad casi maquinalmente. Alcanzar su objetivo se había vuelto absolutamente prioritario.

      Después de instalarse, había averiguado dónde podía encontrar a Murray. Y luego había conocido a Trace… A Trace como se llamara, porque no se había tragado ni por un momento que aquel fuera su verdadero nombre.

      Trace tenía tantos secretos como ella, quizá más. Le encantaba discutir con él, físicamente lo encontraba atractivo y su actitud segura y capaz no dejaba de intrigarla. Era, de lejos, el hombre más tentador que había conocido nunca.

      En realidad, no sabía lo suficiente de él para sentirse cautivada. Lo que sentía por él era un poco… preocupante. Su instinto le decía que Trace tenía madera de héroe, y su instinto rara vez le fallaba. A pesar de que le faltaban datos, ya había llegado a la conclusión de que era de los buenos, un macho alfa capaz de ponerse en peligro para proteger a otros, como la había protegido a ella.

      A ella, y a su gato.

      Era lo opuesto a Murray Coburn. Así que ¿por qué trabajaba para aquel malnacido?

      Liger se desperezó y bostezó enseñando los dientes afilados como cuchillas. Abrió sus grandes ojos amarillos, miró a Priss parpadeando y dejó escapar un maullido que sonó débil e infantil comparado con su corpachón. Priss sonrió.

      –Sí, ya lo sé. Ha sido una noche muy larga. Y no estamos acostumbrados, ¿verdad? Ahora quieres desayunar –le rascó la cabeza y el largo lomo–. Yo también, amiguito. Pero lo primero es lo primero.

      Camino del cuarto de baño, que era el doble de grande que el del apartamento, echó un vistazo a la puerta que comunicaba con la habitación contigua.

      Trace dormía al otro lado.

      Se le aceleró el corazón, algo que no le había pasado nunca. A todos los efectos, veía a los hombres simplemente como clientes de su tienda a los que era fácil persuadir para que


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