Deseo en la toscana - Sin piedad - Un magnate despiadado. Susanne JamesЧитать онлайн книгу.
María está organizando un refrigerio para después del ensayo, y a los cantantes les gustaría que te reunieras con ellos. ¿Te había dicho eso también?
–Creo que estoy al tanto de todo lo que va a suceder esta tarde, así que no tienes por qué preocuparte.
–Bien… quiero decir, bene.
–¿Por qué no tratas de relajarte? Hoy pareces especialmente nerviosa.
–¡No estoy nerviosa! Sólo excitada… por el concierto de mañana, claro.
Fabian apoyó los codos en la mesa con un suspiro, unió las manos y observó a Laura durante un rato antes de hablar. Si esperaba al momento adecuado, podía pasarse la vida esperando, de manera que más valía que dijera lo que tenía que decir.
–Hay otro asunto del que quería hablar contigo. Pero antes quería preguntarte si te gusta Villa Rosa y estar aquí, en la Toscana.
–Me encanta. ¿Cómo no iba a gustarme un sitio como éste? ¡Es como estar en el paraíso!
Fabian asintió ante la genuina e ingenua sonrisa de Laura. De algún modo, la afirmación de ésta chocaba con sus sentimientos respecto al lugar en que había crecido, el lugar que su padre había convertido en una de las casas más envidiables de Italia y por el que se había sentido tan posesivo. Tanto, que incluso lamentó tener que pasársela a su hijo… pero Laura no estaba al tanto de eso.
–En ese caso, supongo que no te resulta imposible imaginarte viviendo aquí.
–¿Me estás ofreciendo un puesto de trabajo permanente contigo?
La idea despertó sentimientos contradictorios en Laura, aunque el más intenso fue el de euforia. Estaba deseando iniciar un nuevo capítulo de su vida, y aquélla podía ser la oportunidad que estaba esperando. Pero la creciente conciencia de la innegable atracción que empezaba a sentir por Fabian le hizo dudar…
–No. No es eso lo que te estoy ofreciendo.
–Lo siento… no debería haber asumido que…
–No hace falta que te disculpes. Voy a ir directo al grano. Quiero hacerte una proposición y me gustaría que la meditaras seriamente –Fabian se pasó una mano por el pelo, distrayendo momentáneamente a Laura con el gesto–. Anoche me preguntaste si quería tener hijos. La respuesta es sí… por supuesto. Necesito un heredero, como cualquier otro hombre en mi posición –suspiró como si llevara todas las preocupaciones del mundo sobre sus hombros–. Tal vez éste sea un momento adecuado para decirte que yo también estuve casado cuando era muy joven. Después de casarme descubrí que mi mujer no se limitaba a ofrecer sus favores a su marido. Su comportamiento me avergonzó, y comprendí que había permitido que el deseo que sentía por ella me impidiera ver otras características menos deseables de su personalidad. Una mujer como ella no resultaba adecuada para ser madre, y no tuve más remedio que divorciarme. Desde entonces he estado demasiado ocupado con mi trabajo como para iniciar otra relación seria. Pero, evidentemente, para conseguir el heredero que quiero necesito una esposa. Lo que te estoy proponiendo es un acuerdo estrictamente profesional para conseguir ambas metas. A cambio llevarás una vida cómoda y próspera como la señora de Villa Rosa y la madre de mi hijo. Si no quieres, no tendrás que volver a trabajar nunca, aunque, por supuesto, respetaré cualquier decisión que quieras tomar a ese respecto. No tienes que contestarme de inmediato. Lógicamente, querrás tomarte el tiempo necesario para pensarlo. Sé que hace muy poco tiempo que nos conocemos, pero en estos pocos días me has impresionado mucho. He averiguado que tienes talento y eres muy trabajadora, y que tu acicate principal no son el dinero ni la fama. Tienes una actitud muy tranquila y relajada, y caes bien a todos los miembros del servicio, especialmente a María. Si añadimos a eso tu evidente amor por los niños y que, como me aseguró Carmela, se puede confiar totalmente en ti, creo que puedo afirmar que haríamos una buena pareja y que nuestro matrimonio podría ser todo un éxito.
Laura se sentía tan anonadada como si un ciclón acabara de arrasar el despacho. Después de aquello, ni el despacho ni ella volverían a ser los mismos. Sin embargo, Fabian parecía totalmente calmado… la antítesis total del torbellino que ella sentía en su interior.
–Apenas puedo creer lo que me estás diciendo… ¿Hablas en serio?
Fabian frunció el ceño.
–Nunca bromearía sobre ese tema. Sé que mi proposición supone una sorpresa para ti, pero te aseguró que nunca haría algo así sin haberlo pensado detenidamente.
–Pero… ¿por qué me has elegido a mí?
–Acabo de decirte por qué.
–Lo único que he escuchado ha sido una lista de mis supuestos atributos, como si fuera alguna clase de objeto doméstico útil que estuvieras pensando en adquirir. ¡No me has explicado por qué quieres llegar a un acuerdo tan raro!
–Puede que a ti te parezca raro, pero desde mi punto de vista es totalmente práctico. Te he dicho que quiero una familia, como querría cualquier otro en mi posición, pero lo que no quiero ni necesito son complicaciones emocionales. No me queda ninguna ilusión respecto al amor. Y creo que cuando uno se casa debe hacerlo con las ideas claras y la cabeza fría. Permitir que unas emociones pasajeras dicten el futuro de tu vida sólo suele servir para acabar divorciado. Por eso te he propuesto lo que te he propuesto.
Laura se estremeció.
–¿Emociones pasajeras? ¿No crees que dos personas puedan enamorarse y que ese amor pueda durar toda la vida?
–Ésa es una falsa esperanza perpetuada por los soñadores. No pretendo afligirte, Laura, pero piensa en tu propia situación.
–Que las cosas acabaran como acabaron con Mark no quiere decir que no tuviera esperanzas de que nuestro matrimonio soportara el paso del tiempo.
–¡Eso es exactamente a lo que me refiero! ¿Seguías enamorada de él al final, a pesar de cómo te trató?
–No, no estaba enamorada de él… ¡pero eso no significa que dejara de sentir cariño por él! Mis sentimientos eran muy confusos… Sentía pena por el hombre atormentado y decepcionado en que se había convertido… por los motivos que le hicieron darse a la bebida. ¡Pero no es a eso a lo que me refería!
Fabian encogió levemente sus poderosos hombros.
–Sé sincera contigo misma… Dadas las circunstancias, no era muy probable que tu matrimonio fuera a soportar el paso del tiempo. Yo soy pragmático y realista respecto a la vida. Tengo que serlo, dada mi situación.
–¿Y tu pragmatismo incluye el dormitorio? Porque supongo que habrás pensado en que tener un hijo juntos implica determinado tipo de intimidad, ¿no? ¿O has planeado que vaya a una clínica para que me dejen embarazada?
Fabian masculló una maldición.
–¡Por supuesto que sé lo que implica tener un hijo! Pero no veo ninguna dificultad en ese terreno en nuestro matrimonio. Somos jóvenes y saludables, y estoy seguro de que, cuando estemos juntos, la naturaleza seguirá su curso.
Apenas capaz de contener los sentimientos y emociones que la embargaban, Laura se puso lentamente en pie mientras miraba a Fabian como si fuera la primera vez que lo veía.
–Pareces tenerlo todo pensado y resuelto. Pero me gustaría hacerte una pregunta, Fabian… ¿Se te ha ocurrido la idea de casarte conmigo porque piensas que un hombre no podría enamorarse de una mujer como yo? ¿Una mujer con un matrimonio desastroso en su pasado y que encima tiene una cicatriz?
–¡Tu cicatriz no te hace menos atractiva! Seguro que eso ya lo sabes. Y en cuanto a tu matrimonio, tienes razón. Pertenece al pasado y no implica que no puedas hacer una elección mejor en el presente. Y lo más probable es que esa elección mejore tu vida, no que la empeore. Yo nunca sería cruel contigo, tienes mi palabra. ¡Y te daría el hijo que ambos deseamos! ¿Tan aborrecible te parece el plan?
Laura se sentía en un dilema. Cada vez tenía más claro que cuanto más tiempo pasara con Fabian, más apegada se sentiría