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Deseo en la toscana - Sin piedad - Un magnate despiadado. Susanne JamesЧитать онлайн книгу.

Deseo en la toscana - Sin piedad - Un magnate despiadado - Susanne James


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Laura alzó la mirada y se encontró de lleno con la de Fabian. Junto a ella, un conde italiano de nombre impronunciable rió la broma que acababa de hacer su anfitrión. Esperaba que Fabian le dijera algo, y no pudo evitar sentirse decepcionada cuando se limitó a volver la cabeza para hablar con el anciano caballero que tenía a su lado.

      –¡Lo zio, Fabian!

      Una niña de pelo negro y rizado y ojos oscuros apareció en aquel momento en lo alto de las escaleras de la terraza y corrió hacia Fabian, que la sentó en su regazo. La niña lo rodeó con los brazos por el cuello y apoyó la cabeza en su pecho.

      –¡Cybele!

      Las muestras de afecto que siguieron entre la niña y Fabian sorprendieron y agradaron intensamente a Laura. Un antiguo deseo palpitó en su pecho y sintió ganas de llorar, porque sabía que, muy probablemente, nunca llegaría a cumplirse. Un deseo que casi quedó destruido a causa de una relación que no acabó bien.

      Todos los que rodeaban la mesa aplaudieron e hicieron comentarios sobre la belleza de la niña y el evidente placer que sentía Fabian al estar en su compañía.

      –Disculpe, señor Morittzoni.

      María apareció en lo alto de las escaleras, resoplando y sin aliento mientras se secaba con un pañuelo el sudor de la frente. Por lo que siguió, laura dedujo que Cybele era su nieta, que había ido a visitarla. Encantada al averiguar que Fabian estaba en casa, la niña había corrido a buscarlo.

      Fabian le dijo a María que no se preocupara. Le encantaba ver a la niña, a la que preguntó si quería quedarse a comer algo con ellos. María le dio las gracias, pero insistió en que Cybele volviera con ella y dejara comer tranquilamente a los mayores. La niña se fue de mala gana y se despidió moviendo la mano hasta que desapareció de la vista junto con su abuela.

      –¡Qué niña tan encantadora! –dijo Laura.

      –¿Le gustan los niños, signorina? –preguntó con una sonrisa el caballero que estaba junto a Fabian.

      –Sí. Mucho.

      –En ese caso, será una mamá perfecta. Pero antes necesita un marido, ¿no?

      Hubo un coro de risas de aprobación y, mientras Laura trataba de superar la vergüenza de haberse convertido de repente en el centro de atención, la penetrante mirada de Fabian se posó en ella con indisimulado interés. Pero no dijo nada.

      –Deja todo en suspenso durante un rato. Vamos a salir.

      Laura, que acababa de regresar al despacho tras una breve pero necesaria reunión con María y el resto de los empleados de la cocina, miró a Fabian con expresión sorprendida.

      –¿Adónde?

      –Voy a llevarte a ver la residencia infantil en cuyo beneficio se celebra el concierto. Será una buena oportunidad para que veas por ti misma la necesidad de que siga recibiendo nuestra ayuda.

      Laura asintió lentamente, desconcertada por lo improvisado de la visita, y abrumada ante la perspectiva de ver niños enfermos y, en algunos casos, muy graves.

      –Si me das un momento, voy a por mi chaqueta.

      Apenas se enteró del viaje en helicóptero hasta una agrupación de edificios blancos que se hallaban en las colinas de la Toscana. Durante el trayecto, Fabian y ella permanecieron en un pensativo silencio mutuamente respetado y entendido.

      En la residencia fueron recibidos por una animosa y anciana monja, la hermana Agnetha, que dio la bienvenida a Fabian con una sonrisa radiante y un afectuoso abrazo. Fabian no mostró ninguna incomodidad, sino todo lo contrario, y su mirada reflejó el sincero placer que le produjo el encuentro. Aquel hombre empezaba a intrigar cada vez más a Laura.

      Una vez en el interior fueron de habitación en habitación, y en cada una de ellas Fabian se sentaba en el borde de la cama y hablaba con el niño que la ocupaba como si fuera un pariente. Los niños le respondía con la misma actitud y no ocultaban su placer al verlo. Durante las conversaciones, un millón de emociones cruzaban el atractivo rostro de Fabian. Laura percibió en él compasión, ternura, humor, amor… En algunos momentos se sintió tan emocionada que apenas pudo hablar.

      Ya había atardecido cuando salieron de la residencia, y el aire estaba cargado de la fragancia que emanaba de la rica naturaleza de la Toscana. Laura no pudo evitar pensar que en una noche como aquélla todo debería ir bien en el mundo… no debería haber niños inocentes sufriendo y muriendo. Se mordió el labio y no se atrevió a mirar a Fabian para que no percibiera su desasosiego.

      –¿Te encuentras bien? –preguntó él una vez que estuvieron de vuelta en el helicóptero.

      –Sí, estoy bien –dijo Laura, mientras contemplaba desde la ventanilla cómo se alejaban de la tierra.

      También había bebés en la residencia. Aquello era lo que más le había afectado. ¿Qué sentido tenían aquellas breves y desesperadas vidas llenas de sufrimiento? No quería ni imaginar la agonía que estarían sufriendo sus padres. Sin embargo, los trabajadores del hospital no dejaban de sonreír y hacer bromas, y algunos niños que no estaban demasiado enfermos habían reído espontáneamente las bromas de Fabian. Aquella faceta de su carácter había sido una maravillosa revelación para Laura.

      –Es duro ver por primera vez a esos pequeños en tal estado –dijo Fabian, tratando de hacerse oír por encima del ruido del motor del helicóptero–. Pero son tan valientes… tan fuertes. Lo menos que podemos hacer es asegurarnos de que estén lo más cómodos posibles para aliviar su situación. Toma…

      Laura se encontró de pronto con un pañuelo blanco en la mano que utilizó enseguida para secar las lágrimas que no pudo contener.

      –Es tarde y aún no hemos comido. Voy a decirle al piloto que nos lleve a uno de mis restaurantes favoritos para que podamos hablar, ¿de acuerdo?

      Laura logró asentir y sonreír a medias. La preciosa sonrisa que le devolvió Fabian la dejó sin aliento.

      –Se te notaba tan relajado, tan natural con los niños… –dijo Laura mientras dejaba su tenedor en la mesa.

      Fabian sintió que aún estaba afectada por la visita a la residencia, pero su reacción le había confirmado que sería una madre cariñosa y entregada.

      –No es difícil ser uno mismo con los niños, ¿no te parece? Ellos son tan naturales que facilitan las cosas. Y los que hemos visto son todo un ejemplo de coraje y fortaleza ante la adversidad.

      La visita a la residencia también le había servido a él para recordar por qué seguía organizando el concierto año tras año, a pesar de haber sido inicialmente promovido por un padre que no había sido el mejor de los ejemplos, y de que los recuerdos de su dolorosa infancia se veían inevitablemente removidos por el acontecimiento.

      –Pero es evidente que tienes facilidad para relacionarte con ellos, Laura. Supongo que de vez en cuando considerarás la posibilidad de ser madre, ¿no?

      Fabian sintió una inexplicable tensión mientras aguardaba la respuesta de Laura. Un ligero rubor cubrió las mejillas de ésta y Fabian creyó detectar cierta tristeza en su mirada antes de que bajara la vista.

      –Me encantaría ser madre –contestó Laura cuando se animó a volver a mirarlo–. Aún no había surgido la oportunidad de decírtelo, pero estuve casada hasta hace dos años.

      ¿Casada? Fabian se sintió sorprendido y conmocionado al escuchar aquello. Carmela no le había aclarado aquel detalle… pero tampoco tenía por qué haberlo hecho.

      –Mi marido murió. Sufrimos un accidente de coche y murió al instante.

      –Lo siento mucho.

      Fabian experimentó una absurda mezcla de alivio y pesar al escuchar aquello. Alivio por el hecho de que Laura hubiera sobrevivido y, si era sincero consigo mismo, también por el hecho de que ya no tuviera marido…

      –Gracias. Y claro que yo quería tener hijos. Pero mi marido…


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