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Tormenta de fuego. Rowyn OliverЧитать онлайн книгу.

Tormenta de fuego - Rowyn Oliver


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quería decirle que le hubiese encantado hacerlo, pero desde las altas esferas no le dejaban hacerlo. Aunque estaba a punto de pisar cabezas y tomar las riendas por completo de la investigación.

      Jud parpadeó al darse cuenta de algo.

      —¿Viniste aquí pensando que era el mismo hombre?

      Él hizo un movimiento brusco con la cabeza, iba a negarlo, pero ¿por qué hacerlo? ¿Acaso no había sido en parte por eso? No solo era por su inminente divorcio, sino porque quería atrapar a ese hijo de puta, aquel que hacía varios años había destrozado a su familia y se había ido de rositas.

      —Quizás en parte. Quiero atrapar a ese asesino. Me obsesiona la idea y no pienso dejarlo.

      —¿Y qué hará? —Jud frunció el ceño como si estuviera evaluando esa nueva faceta del capitán, ese punto obsesivo—. Si no es el mismo, puede que atrape al imitador de Seattle, pero en Dallas… ya no es competencia suya. ¿Y cuántos años hace que no mata…?

      Max la miró intensamente.

      —No jodas. —Miró los informes—. ¿De cuándo son estas fotografías? ¿Ha vuelto a matar? —preguntó Jud interpretando correctamente el silencio del jefe.

      —Hace cuatro días el capitán Gottier se puso en contacto conmigo. Encontraron el cadáver y quiso saber mi opinión al respecto.

      Jud asintió y pensó que evidentemente Gottier sabía que quién mejor que uno de sus antiguos inspectores, que le había ayudado en los antiguos casos de ese psicópata.

      —¿Por eso ha estado aquí hoy?

      Max asintió.

      —Aparte, mis antiguos amigos se han puesto en contacto conmigo y me están pasando los detalles de manera extraoficial…

      Siempre había pensado que, si Max se había hecho con el cargo que ocupaba, era en parte por lo bien que le caía al antiguo capitán Gottier, y si el viejo había acudido con un nuevo informe desde Dallas, quería decir que confiaba ciegamente en sus capacidades para que lo ayudara.

      —Entiendo —dijo ella, pero Max sabía que no podía llegar a entender cuánto significaba todo aquello para él—. ¿Va a seguir de cerca la evolución del caso de Dallas?

      Él no respondió y Jud se sorprendió esperando una respuesta y mirándolo fijamente.

      —Por eso estaba aquí el capitán Gottier, para que trabajaran juntos, ¿no? —le apremió.

      Max guardó silencio dudando si contarle todo.

      —Voy a disfrutar de unas vacaciones.

      Jud ladeó la cabeza como si acabara de comprender lo que aquello significaba.

      —¿Te largas a investigar los asesinatos por tu cuenta?

      Max la miró con intensidad, viendo que a causa de la sorpresa había pasado a tutearle.

      —No exactamente.

      Ella esperó a que continuara hablando. No iba a darse por vencida.

      —En parte, sí —cedió él—, pero mi hermana se casa y tengo que hacer acto de presencia.

      —Que me da que se hubiera saltado esa boda si no fuera por otros incentivos.

      Él se la quedó mirando y una sonrisa inesperada se dibujó en su rostro.

      —No, hubiera ido porque aprecio mi virilidad, y sin duda mis hermanas me hubieran castrado de no aceptar la invitación.

      —Ya veo —rio ella—, la persuasión femenina.

      Unos golpes en la puerta los sobresaltaron, estaban demasiado cerca y se apresuraron a retroceder un paso para no dar una mala impresión a quien fuera que llamara.

      —Adelante. —El capitán se colocó tras su escritorio.

      —Perdone, capitán —dijo Ryan—. Oh, Jud.

      Su compañera asintió a modo de saludo y él dibujó una exasperante sonrisa en su boca.

      —Si me disculpan.

      Jud salió del despacho, pero no sin antes dedicar una mirada significativa a su jefe que decía claramente: «Esta conversación no se termina aquí».

      Capítulo 6

      Una hora después, Jud no podía sacarse aquellos asesinatos de la cabeza. No le extrañaba nada que a Max le obsesionara la idea de atrapar a ese hijo de puta.

      —¿Te ocurre algo? —preguntó Ryan con su arrebatadora sonrisa.

      Lo miraba echado en su silla de oficina. El escritorio de Ryan estaba frente al de Jud y solían comentar los casos y compartir información. En esos momentos, el guapo adonis la miraba como si supiera que algo ocupaba su mente de manera obsesiva. Ryan siempre había tenido el don de ver cómo era ella, con sus defectos y virtudes.

      —No, ¿por qué? —se molestó ella.

      —No sé, estás muy pensativa.

      Sí que lo estaba, pensaba en el asesino en serie, en que el capitán había viajado cientos de kilómetros solo para atrapar a ese bastardo y se había dado de bruces con un imitador. Debería estar decepcionado, pero a la vez todo era tan jodidamente estimulante. Se sentía horrorizada por las pobres víctimas, pero la adrenalina de saber que el asesino estaba cerca de cometer un error… Lo que no sabía es cuánto tiempo tardaría el FBI en intervenir. A Max sin duda le quedaba poco espacio de maniobra antes de que el caso pasara a los federales. ¿Por qué había dejado el caso al inspector en lugar de interesarse especialmente en él? ¿Quizás porque ya sabía que era un imitador y el que realmente le interesaba era el de Dallas? Pero eso no tenía sentido, una pobre víctima, era una víctima que debía obtener justicia en Seattle o en Dallas. Entonces… ¿Es que tenía algo personal que decir en ese asunto?

      —Solo estaba pensando en la fiesta.

      —¡Fiesta! —Ryan alzó los brazos, eufórico—. Deseando estrenar tu nidito de amor.

      —No es un nidito de amor.

      —¿Picadero?

      Jud la miró con cansancio. Como una madre harta de su hijo bromista. El humor de Ryan era famoso en toda la oficina. Era guapo con su pelo rubio y lacio, apenas le llegaba a los hombros. Pero su atractivo no residía solo en el físico, también era encantador, con todo el mundo. Las mujeres lo adoraban y los hombres lo envidiaban de manera sana, a no ser que lo consideraran una amenaza cuando había una chica guapa cerca.

      Dejó pasar la broma y su mente volvió al capitán. Esa noche intentaría hablar con Max, quizás después de un par de cervezas se le soltara la lengua y le diera más detalles, y quién sabe si su sincero punto de vista. Hasta era posible que le pidiera ayuda.

      Suspiró. Como si el señor botastexanas quisiera su opinión.

      —Sí, traeremos birras y algo de comer —Ryan le siguió la corriente, aunque no estaba del todo seguro de que su compañera pensara en eso—. Conociéndote, seguro que tienes telarañas en tu nueva nevera.

      —No me jodas, Ryan, he hecho la compra, ¿vale?

      «Nota mental: pasar a toda hostia por el supermercado y comprar queso, galletitas y todas esas pijadas cutres que se ven en las casas de las pijas de los realities».

      —¿Desde cuándo has venido a mi casa y has pasado hambre?

      Su amigo no contestó, pero ella tampoco, se quedó nuevamente mirando la puerta acristalada del despacho del capitán Castillo.

      Leyó una y otra vez el cargo y el nombre del capitán. Castillo. Seguramente tenía orígenes latinos, de allí su apellido y esos ojazos oscuros…

      Jud dejó caer la cabeza sobre la mesa dándose un golpe. Ryan la miró entrecerrando los ojos.


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