Tormenta de fuego. Rowyn OliverЧитать онлайн книгу.
estos maleducados que no han querido presentarnos antes.
Las chicas rieron.
Gaby lo miró de arriba abajo. Fue una mirada directa y franca.
—Yo soy Gabrielle, y tu fama te precede.
Jud se dobló en dos por la risa, mientras Claire, más discreta, intentaba no reírse demasiado.
—Ju, ju, ju. No tienes ni la más mínima posibilidad —le dijo Jud palmeándole la espalda
Ryan hizo un mohín con los labios.
—Es una vergüenza tener amigos como vosotros que entierran a uno con vida antes de que tenga la ocasión de presentarse.
—Eres un adicto al sexo, con miedo al compromiso —dijo Jud arrancando las carcajadas de los demás.
Ryan se llevó dramáticamente una mano al corazón.
—Dios mío, acabas de matarme.
—Queremos a Gaby. —Jud miró a su amigo sin perder la sonrisa y asintió—. Créeme que también lo hacemos por tu bien, aléjate de ella o tendremos que partirte las piernas.
—Es cierto —asintió Claire.
—¡Venga ya! —dijo encogiéndose de hombros y dándose apenas unos segundos para desaparecer.
Puede que él no se acordara de ella, pero Gaby sabía muy bien en qué estaba metido Ryan y no tenía la más mínima intención de que dijera dónde se habían visto antes.
—Ha sido un placer, Ryan. Pero, si me disculpáis, voy a por una cerveza.
Los tres guardaron silencio mientras veían cómo Gaby entraba en la casa.
—¿Ves? La has asustado —le dijo Claire.
Ryan no supo qué decir o hacer. Se quedó mirando los andares de la rubia explosiva. Entrecerró los ojos e intentó recordar dónde la había visto por primera vez. Pero no tuvo éxito.
—Sé que la he visto en alguna parte.
Jud asintió.
—Por supuesto, trabaja en el bar de siempre. Pero por alguna extraña razón estos dos meses que lleva trabajando allí no habéis coincidido.
—¿Extraño, no? —preguntó Claire.
—Muy extraño —dijo Ryan sin perderla de vista.
Negó con la cabeza. No la conocía del bar, estaba seguro. Ni de haberla visto con Claire y Trevor,
—Decid lo que queráis, pero soy un tipo encantador. Va a quererme nada más me conozca.
Lo dijo muy convencido antes de ir tras ella para que viera lo encantador que podía ser.
Gaby entró en la casa. Observó a Trevor, que la saludó alzando la cabeza. Pero ella no fue en su busca, se dirigió a la nevera y sacó una cerveza. Al darse la vuelta y atacar el bol de nachos, supo perfectamente quién le estaba rozando el brazo.
—No es cierto lo que dicen de mí —escuchó que decía Ryan con una voz mucho más sexy de lo que ella hubiera querido.
—¿Eso de ser adicto al sexo?
Ryan intentó contener la risa.
—Soy un buen tipo —le dijo algo sorprendido por su pulla.
Consciente de que todos los estaban observando desde lejos, intentó mantener las distancias para seguir aparentando que era un hombre inocente e… inofensivo.
—No lo dudo. Y… no me importaría que fueran adicto al sexo y solo quisieras un revolcón sin compromiso.
—Joder… —Tragó saliva, eso le dejó sin respiración—. Vaya… ¿En serio?
¿Qué más podía decir ante semejante confesión?
—Claro, es normal que los hombres con más polla que cerebro quieran llevarse a las rubias tontas al huerto sin ninguna clase de compromiso.
Eso lo dejó con la boca abierta.
«Mmm… No me lo esperaba». Desde luego, la mujer que tenía frente a él, no solo era despampanante, sino que tenía la lengua más afilada que hubiera conocido, después de Jud, claro.
Tenía unas curvas de infarto, pero una cintura estrecha y un cuello largo. Su cabellera rubia estaba recogida en una coleta dándole un toque desenfadado y su flequillo abierto por el centro le enmarcaba la cara donde destacaban unos impresionantes ojos azules.
—Veo que no solo eres una cara bonita.
Gaby forzó una sonrisa.
—Como bien te ha dicho Jud, no tengo un pelo de tonta y… dudo que puedas ofrecerme algo que me interese.
Ryan no reaccionó con suficiente velocidad. Gaby pasó por su lado con el bol de nachos entre las manos y volvió a salir fuera para reunirse con Claire.
Él se quedó plantado por primera vez en su vida, sin saber que decir. Le quedó claro que esa mujer no era como todas las demás. Y por eso sería más difícil que cayera en sus brazos. Pero no imposible. Sonrió observándola comer nachos y bebiendo cerveza.
Se le escapó una risa gutural y profunda, de puro deleite. Pero seguía sin saber dónde la había visto antes, eso lo hizo dejar de sonreír.
Capítulo 8
Llevaba un ramo de flores en la mano, margaritas y lirios.
Mathew Gottier sonrió para sus adentros al observar las flores. Estaba convencido de que a Max le encantarían, pensó con malicia.
Jud había elegido un barrio de clase media, por un pequeño camino de baldosas rectangulares se llegaba al porche de la casa. Un barrio tranquilo, donde llevar una vida tranquila. Y puede que ese fuera su destino inmediato, pero dudaba de que lo fuera a largo plazo. Una sonrisa cruel mudó su rostro, pero pronto intentó mostrarse como el capitán de siempre.
De pie ante la puerta de entrada, alargó la mano para llamar al timbre. Llevaba una camisa azul con vaqueros y unos zapatos cómodos que restregó contra el felpudo. A sus oídos llegaba el bullicio de la fiesta de inauguración de la casa.
No esperó mucho hasta que alguien le abrió la puerta. No fue Jud, como había pensado, sino Max, que debía de estar cerca de la entrada y le había escuchado llamar.
—Capitán. —Una sonrisa sincera se dibujó en su rostro, hasta que Gottier levantó las flores.
—Esperaba que abriera Jud —le dijo con una sonrisa ladeada, enseñándole las margaritas y lirios como si no tuviera una doble intención—. Desde luego, no son para ti.
La sonrisa de Gottier se mantuvo, pero la de Max desapareció.
Dio un paso atrás y en apenas dos segundos ocultó el dolor lo mejor que pudo.
—Por supuesto, pase.
Volvió a su expresión indescifrable de siempre, pero Gottier saboreó la victoria de haberle provocado el dolor que deseaba infligirle.
Siguió con su sonrisa, como si no se hubiera dado cuenta. Y antes de que Max pudiera recuperarse, Jud fue a su encuentro.
—Capitán, qué bien que haya venido.
—No me lo perdería por nada del mundo. Casita nueva, ya eres toda una mujer.
Otra vez Gottier y sus bromas, disimuló con una sonrisa forzada, pues a pesar de sus comentarios machistas y ciertas miradas que desaprobaba, el capitán le caía bien. Al menos mejor que… Max. Se arrepintió de pensar así del capitán Castillo. En el fondo… ¿A quién engañaba? Max se había encargado de dejarle claro que no estaba en el puesto por enchufe, sabía hacer bien su trabajo, puede que incluso más que Trevor, se merecía el puesto y realmente podía aprender mucho de él.
Al