Tormenta de fuego. Rowyn OliverЧитать онлайн книгу.
¿Qué haría el bueno de Max cuando finalmente supiera la verdad? Cuando se diera cuenta de que él era el asesino que había perseguido media vida.
Miró el teléfono que tenía en la mano y bajó del coche. Frente a él la casa del rancho de los Castillos ocupaba todo su campo de visión. Sonrió satisfecho. Siempre le había provocado una gran satisfacción ver los rostros de sus queridos amigos, la familia Castillo, y saber que no remotamente sospechaban que él y nadie más había acabado con la pequeña Alice.
Capítulo 3
—¡Jud! ¿Un partidito este finde?
La voz de Ryan llegó a sus oídos y la hizo sacar la nariz que tenía metida en uno de los informes.
—Mmm… —Lo miró fugaz, aún con la mente mentida en lo que estaba redactando.
Después de darle a un par de teclas y de leer el párrafo hizo el esfuerzo de mirarle nuevamente y se decidió a responder, o más bien a preguntar.
—¿Qué partido?
La comisaría ese día estaba tranquila y la actitud de los chicos era relajada mientras contrastaban información o redactaban informes de casos secundarios, papeleo que siempre dejaban para más tarde y con el cual, gracias a los castigos de Max Castillo, Jud era la única que llevaba al día.
—Nosotros.
Ryan levantó los brazos mientras con una mano apretaba la pequeña pelota antiestrés.
—¿Nosotros? —preguntó Jud más impaciente al ver que no le daba una explicación.
—Ya sabes… Vamos a batear unas pelotas. Birras, cerveza, barbacoa en casa de Trevor.
—¿Sabes que birras y cerveza es lo mismo, no?
Ella miró al inspector Donovan y cuando sus miradas coincidieron rieron al unísono.
—Últimamente estás muy rarito —le dijo el inspector.
—Al menos ha dejado de pegarse contra puertas.
Trevor hizo referencia a la evidente tendencia de su amigo que siempre se las ingeniaba para llegar con la cara marcada de moretones y arañazos. Había muchas caídas por las escaleras, tropezones y porrazos contra puertas. Algo que en otra persona les hubiera parecido a todos estadísticamente imposible, pero Ryan era Ryan, y solía caerse dos veces al día. Empezaban a sospechar que era cosa del oído y una severa falta de equilibrio mezclada con un toque de mala suerte.
—Intento que nos lo pasemos bien y os metéis conmigo —dijo desolado.
Lo miraron como el niño que era, aunque ya llegaba casi a los treinta.
—¿Y sabes también que tienes mucho morro? —preguntó Trevor después de que se autoinvitara a su casa para hacer una barbacoa.
Ryan hizo un mohín con la boca.
—¡Eres el único con una barbacoa decente! —Sus compañeros rieron—. ¡Pues una acampada! —dijo más entusiasta todavía—. Hace tiempo que no vamos de acampada.
Jud negó con la cabeza ipso facto.
—Ni de coña. En la última intentaron robarnos y casi hay un asesinato —dijo Jud volviendo a meter la nariz en el informe que estaba leyendo.
Si todos los planes que proponía Ryan eran con el capitán, a ella no le interesaba lo más mínimo.
—No exageres —le respondió Trevor riéndose de mejor humor.
—No exagero. —Levantó la cabeza incrédula. Colocó las palmas de las manos hacia arriba mientras lo miraba boquiabierta—. Fue una mierda. Claro, para ti fue tu primer polvo con Claire, normal que lo recuerdes con cariño. Pero nosotros tuvimos que lidiar con la paranoia del capitán.
Ahí le había ganado.
Ryan rio a carcajadas.
—Pensó que os había pasado algo, e insistió en ir a buscaros mientras estabais en plena faena.
Trevor sonrió al recordar esa acampada.
—Y cuando se decidió en ir en vuestra busca, llegaron esos ladrones que intentaron saquearnos las tiendas de campaña.
Las carcajadas de Trevor ante las palabras de su compañero no mejoraron el humor de Jud.
Mientras Jud, Ryan y el capitán debían vérselas con unos delincuentes, él y Claire hacían el amor junto a una romántica cascada.
—Fue una puta mierda de acampada.
—Si la hubieras visto cabrearse con el capitán… creo que podría haberle partido las piernas y enterrado vivo, sin parpadear.
Jud suspiró al recordarlo. Lo mejor sería ignorar a Ryan, que al parecer tenía ganas de tocarle las narices.
—No me apetece otra acampada como esa.
—¿Y un paseo en barquito?
—¡Por Dios, no! —gimoteó la pelirroja.
Había sido un suplicio estar con Max en ese reducido espacio, sin escapatoria. Incluso había pensado en huir a nado hasta el muelle con tal de escapar de él y sus abdominales de acero. Además, no le gustaba nada cómo le hablaba. Cada vez era más difícil ganar a esa lengua viperina. Al menos en la oficina se había mentalizado de que él era el jefe. Daba las órdenes y ella las acataba. Pero fuera… no se sentía tan predispuesta a obedecer y de ahí venían los conflictos.
Cuando el capitán cogía confianza era incluso más peligroso. Se relajaba y debía reconocer que no le extrañaba que a sus amigos les cayera bien, y que Claire pensará que era todo un caballero, porque la verdad es que podía ser encantador… con los demás…, no con ella. Nunca con ella.
—El capitán es muy buen tipo, Claire dice que es un encanto —dijo Trevor como si le hubiera leído los pensamientos.
«Un encanto, tus cojones», había querido replicarle. Pero cada vez tenía más claro que estaba sola en el bando de la gente que odiaba al capitán.
De algún modo Ryan se apiadó de ella.
—Bueno, algo que hacer encontraremos. Sigo pensando en la barbacoa. —Y cuando dijo las palabras miró a Trevor con cara de pena.
—De acuerdo —dijo el aludido—. Lo siento, Jud, habrá barbacoa para todos.
Y ese todos ya sabía a quién incluía.
—¿Eso también me incluye a mí?
—Por supuesto. —Ryan vio llegar a Clark y levantó la mano para que le chocara esos cinco. Del personal de la oficina era de los que mejor le caía.
Jud se mantuvo impertérrita y su mente empezó a aceptar que serían dos y no uno los tejanos invitados a la barbacoa.
Iba a transigir a los planes de domingo que estaban preparando los chicos cuando algo la distrajo.
Clark se paró entre Ryan y ella, pero no miró a ninguno de los dos, sino que su cara de sorpresa se dirigió al ascensor.
—Capitán.
Luego la cara de sorpresa fue de Trevor, y Jud tuvo que darse la vuelta para encarar al recién llegado.
—¡Capitán!
El saludo entusiasta de Trevor solo le vino a corroborar que lo que estaba viendo no eran visiones.
El capitán Gottier acababa de entrar en la oficina y avanzaba hacia sus mesas. Un buen número de compañeros se estaban acercando a saludarle.
—¡Donovan! Qué gusto volver a veros, chicos.
Gottier estrechó la mano del inspector y después la de los demás agentes.
—Clark, espero que te estés adaptando