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Tormenta de fuego. Rowyn OliverЧитать онлайн книгу.

Tormenta de fuego - Rowyn Oliver


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      —Me alegro de verla, O’Callaghan —le dijo con esa mirada directa que siempre le ofrecía—, aunque espero que esas palabras no signifiquen que no le gusta mi reemplazo.

      Los chicos rieron y hasta a ella se le escapó una risa que enseguida se apresuró a esconder. Por lo visto era un libro abierto.

      —Nadie es como usted.

      —Eso seguro —lo dijo con un tono más serio y dejó de estrecharle la mano dejándola algo desconcertada. Pero enseguida vinieron más agentes a saludarlo.

      El capitán Gottier había hecho carrera en esa comisaría. De Dallas, como el actual capitán, se había ganado el respeto de todos con sus buenos resultados y la lucha contra el crimen.

      —Secundo a Jud —le dijo Ryan cuando le llegó el turno de estrecharle la mano—, le echamos de menos por aquí. Pero su sustituto es de la misma escuela que usted, así que no hay descanso para los delincuentes.

      La sonrisa ancha de Mathew Gottier le dejó claro que estaba satisfecho con esa afirmación.

      —Capitán…

      De pronto la docena de policías que se había reunido en torno a las mesas se relajaron y bajaron el tono de voz al ver cómo la puerta del despacho de Max se abría.

      El capitán Castillo salió de su despacho nada más darse cuenta de que Gottier había llegado. Se sonrieron y se acercaron dándose un abrazo. Después de palmearse dos veces la espalda se apartaron y se estrecharon la mano.

      —Veo que no has anunciado mi llegada.

      —Preferí que fuera una sorpresa, y al parecer lo ha sido —contestó Max mirando a los agentes que rieron.

      —Estoy encantado de veros a todos. —Gottier se sentía como en casa, eso era evidente—. Pero, ahora, si nos disculpáis, creo que dejaré que el capitán Castillo me informe de lo bien que os habéis portado estos meses en mi ausencia.

      Muchos rieron la broma, pero Jud no pudo menos que quedarse un poco molesta por lo que Max pudiera decir de ella y sus compañeros. Bueno, básicamente de ella, porque estaba más que convencida de que de Ryan y Trevor no tenía queja, a pesar de los pequeños incidentes en el último caso importante.

      Déjalo, Jud, estás paranoica, se dijo mientras volvía a sentarse detrás del escritorio.

      Miró cómo los dos capitanes entraban en el despacho y cerraban la puerta tras de sí. Max se quedó junto a los paneles acristalados y sus miradas se cruzaron por un segundo, pero solo un segundo. Después con un movimiento de la mano hizo girar los estores hasta dejarlos sin poder ver el interior.

      Le hubiese encantado escuchar y saber qué decían. Suspiró sabiendo que lo que pensaran esos dos hombres de ella le importaba.

      —Entre, señor —le dijo Max estirando el brazo y haciéndole un gesto para que pasara al interior.

      Cuando el antiguo capitán de esa comisaría entró en el que fuera su despacho, el mismo que él ahora ocupaba, Max cerró la puerta tras de sí. Cerró las cortinillas, con la intención de que nadie pudiera cotillear y enterarse de lo que hablaban y del motivo real por el que el antiguo capitán había volado de Dallas a Seattle.

      Max ocupó la silla detrás de la mesa del despacho.

      —Siéntese, capitán Gottier, por favor —le ofreció asiento en una de las sillas que había frente a su mesa.

      —Deja los formalismos cuando estemos solos, Max. Ya sabes que siempre me pone nervioso.

      El joven capitán sonrió.

      —No faltaba más.

      Era cierto. Aunque siempre le había tratado con respeto, Max solía relajarse cuando estaban solos, y es que no olvidaba que era el mejor amigo de su padre y que siempre había sido un miembro más de la familia. En aquellos tiempos en los que su padre vivía y la familia estaba al completo, él era el tío Mathew. Pero después de la muerte de su padre y su hermana, Mathew se había alejado de algún modo. Max siempre había supuesto que era a causa de que se sentía culpable de no haber podido atrapar al asesino de su joven hermana. Quizás, ver la expresión desolada de su madre, fue demasiado para Gottier, pensaba. Qué lejos estaba de la realidad.

      —Fui a visitar a tu madre —dijo Gottier aceptando la silla frente al escritorio y dejando una carpeta que había llevado consigo sobre la mesa.

      Los ojos de Max volaron hacia allí y le hormiguearon los dedos con impaciencia.

      —¿Sí? Seguro que se alegró mucho de verle —Max le regaló una sonrisa algo forzada.

      —Sí, hacía mucho tiempo que no la veía, demasiado, diría yo. Ahora que he vuelto a Dallas, me paso siempre que puedo por el rancho. Estaba muy orgullosa de ti.

      —Seguro que los halagos que haces sobre su hijo tienen mucho que ver en que siempre esté de humor para recibirte.

      Gottier rio asintiendo.

      —Eres un gran policía. Confío en ti, Max. Siempre lo he hecho.

      Ambos se quedaron unos segundos en silencio, y viendo que el ambiente se había enrarecido, quizás a causa de la impaciencia de Max, Gottier decidió ir a un tema mucho más relajado que los asesinatos en serie.

      —Me invitaron a la boda de tu hermana Catlin.

      —Por supuesto. —Y esta vez la sonrisa de Max era auténtica.

      —Estaba allí, tu hermana es toda una mujer. No puedo creer que se case.

      —Yo tampoco.

      —Supongo que es normal siendo el único hombre de la familia.

      Max asintió.

      —Tu hermana y tu madre están muy entusiasmadas con la boda. ¿Cuántos años tiene Catlin? Mmm… ¿Es mayor que tú? —dijo rascándose la barba, que empezaba a salir en el mentón—. Nunca consigo acordarme. Alice… ¿nació antes o después de ti?

      Max lo miró y un aguijonazo de tristeza le tocó el corazón al acordarse de su hermana pequeña.

      —Alice nació después de María.

      —Sí, y María ya tiene tres pequeñajos. Si Alice estuviera con nosotros… Quién sabe si ya tendría una gran familia.

      El dolor de Max era tan grande que no pudo contestar. Se quedó callado, tragando saliva para aliviar el nudo de la garganta.

      Gottier saboreó cada gota de dolor que vio en sus ojos.

      —Catlin está radiante. Ha encontrado un buen chico, ya era hora. Sue no parece que vaya por el mismo camino.

      Entonces Max rio de buena gana, dejando a un lado la añoranza.

      A la pequeña de los Castillo no le iba eso del compromiso. Era rebelde y descarada, como cierta pelirroja que no estaba a muchos metros de allí. Su madre ya la había dado por imposible.

      —¿Asistirás a la boda? —preguntó Gottier.

      —Por supuesto —dijo Max, más relajado—, Catlin parece muy dulce, pero no quiero saber lo que me haría de perderme semejante acontecimiento.

      —Sí, tiene su carácter.

      —Como todas las Castillo.

      De pronto los ojos de Gottier se posaron fijos sobre Max. Le miró directamente a los ojos como si se pusieran serios de repente.

      —Están un poco preocupadas por ti, Max.

      Él sonrió con tristeza. Ya sabía por dónde iba.

      —Me han dicho si podía hacer algo para que regresaras a casa.

      Max se echó hacia atrás en la silla. Le hubiese encantado huir de esa conversación.

      —Me pusiste aquí por una razón. Y de momento voy a quedarme.

      Era


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