Эротические рассказы

Desconocida Buenos Aires. Escapadas soñadas. Leandro VescoЧитать онлайн книгу.

Desconocida Buenos Aires. Escapadas soñadas - Leandro Vesco


Скачать книгу
/ Facebook: Almacen CT&cia / Instagram: elalmacenct

      “Azcuénaga es nuestro lugar en el mundo, es el pueblo que nos vio crecer y que nos supo esperar cuando ya no le teníamos fe. Es la casa donde crecimos; la casa de la que nos fuimos casi escapándonos y que nunca nos reclamó ese abandono. Es ese lugar que no nos dijo nada cuando decidimos volver, simplemente puso la pava, preparó unos mates, nos miró y nos dio un abrazo cálido sin quejarse de nada. Azcuénaga es ese lugar en el que muchos quisieran vivir y, definitivamente, en el que yo quiero morir”, la descripción de Lucas sintetiza el sentir de la pequeña y pintoresca localidad.

      Frente a la estación ferroviaria está el restaurante La Porteña, conocido por sus pastas. Inolvidables para una legión de sibaritas que recorren los 108 kilómetros que separan esas pastas de la ciudad de Buenos Aires. El lugar fue la sastrería del pueblo. El menú se limita a lo que mejor saben hacer, acaso la clave del éxito de la propuesta. Ocurre algo sorprendente: la magia del lugar se traduce en la luz al entrar por los grandes ventanales, la postal de la calle del pueblo, el campo de la estación. El tiempo quedó detenido en los buenos días de este pueblo. Hay que reservar, no hay muchas mesas y se llena con facilidad. Nadie quiere perderse estas pastas, absolutamente caseras. Canelones de carne y hongos, de calabaza, de verdura. Ñoquis de papa (de verdad) o espinacas. Tallarines (los cortan con cuchillo). Ravioles de seso, espinaca o calabaza. Las salsas son medicinales: de vegetales, boloñesa, tuco y carne, mixta y cuatro quesos. Un imperdible: sorrentinos de osobuco. Clásicos que no pueden faltar en la apertura de la mesa: empanadas con una picada. Nos muestran el camino al paraíso. + info: Av. Terrén y Los eucaliptus / E-mail: [email protected] / Facebook: Restaurante La porteña / Instagram: laportenarestaurante

      Los fines de semana Azcuénaga revive. Los emprendedores del pueblo salen a la calle principal, frente a la estación, para exhibir sus productos. Pastelería, panificación, conservas, quesos, fiambres, artesanías. Todo aquello con lo que se sueña llevar de un pueblo aquí se consigue. Soñada la feria. Por la misma calle, están el Club Recreativo Apolo y la panadería La Moderna, con su típico horno de leña. El pan y las facturas no tienen comparación.

      Por la ruta 7, cerca del kilómetro 100, una YPF anuncia la llegada. Es un pueblo de pocos habitantes que tiene mucha actividad en sus hornos de ladrillo. Aquí un viejo almacén de ramos generales reciclado se convirtió en el punto de atracción del pueblo. Casa Gallo es hoy un típico boliche de campo. Muy bien mantenido, lo atiende un matrimonio joven que decidió dejar la ciudad para volver a darles vida a estas paredes por donde pasó toda la historia de esta pequeña localidad. Se hacen picadas y un horno de barro cocina carnes y empanadas únicas. Una de las estanterías está solo dedicada a ofrecer artículos orgánicos. + info: Instagram: casagallo1880

      A pocos metros está la panadería Santa Teresita, centenaria, con horno a leña. Tres generaciones de panaderos le han forjado una fama importante. Panes, facturas, prepizzas, grisines. Muchas cosas ricas, saladas y dulces completan la oferta. Imposible irse sin visitarla. + info: Instagram: panaderiasantateresitacucullu

      Almacén de Espora,

       refugio para artistas

       Espora. Partido de San Andrés de Giles

      

      La ruta 7 y su tráfico quedan atrás, también la ciudad. Aquellos que llegan a Espora lo hacen por comentarios, por reseñas, por el boca a boca. Pequeñas y delicadas contraseñas que deparan, al final del camino, felicidad, silencio y abandono de las rutinas del mundo moderno. Son 8 kilómetros de tierra. Llegan los que necesitan encontrarse con uno de los rincones más bellos e íntimos del mapa. El Almacén de Espora es la iniciación a una nueva ceremonia: la del reencuentro con el arte y las señales camperas.

      Por el momento en el que estemos aquí, debemos enfrentar la realidad: el hechizo del almacén es fuerte y es inútil ofrecer resistencia. No hay tiempo de regreso. Hay momentos de felicidad y de charlas que disfrutaremos. Un aperitivo, una picada, abandonar la mirada al antojo: una liebre que vemos pasar, los rayos del sol entre las hojas de los árboles. No es necesario plantearse nada más: tenemos una mesa dentro de un almacén hecho a la medida de los sueños.

      “En el año 1999 compré un terreno de dos hectáreas en Espora con la idea de construir una chacra para los fines de semana. Por ese entonces yo vivía en Belgrano (CABA) pero toda mi familia es de Mercedes, a 18 kilómetros de Espora. A medida que la granja crecía y se desarrollaba necesitábamos un espacio para caseros y salió a la venta el almacén. Entonces reconstruimos la vieja tapera que estaba pegada al almacén para Lucas y Margarita, que hasta el día de hoy están conmigo, y conservamos el almacén y sus cosas cerrados durante unos años”, cuenta Claudio Mateo.

      La idea que tenía era poder darle a Espora la posibilidad de que ese lugar de encuentro, el almacén, tuviera el brillo de sus primeros días y que los propios habitantes y esos elegidos visitantes se refugiaran en el secreto baluarte de este arbolado paraje.

      El almacén abrió en 1910, un año antes que la estación ferroviaria. Su presencia fue fundacional. Claudio pretendía que esa bandera volviera a levantarse. En el año 2014 nació la posibilidad de abrir esa puerta y hacer germinar el renacimiento.

      “Se recuperó la estantería y el mostrador original junto a varios objetos encontrados en el sótano. En 2019 vendí mi chacra y transformé el almacén en mi nuevo lugar en el mundo, donde paso los fines de semana y recibo amigos para disfrutar y compartir la vida. Como varios de mis afectos se dedican al arte, el almacén cuenta con pinturas de muchos de ellos, y también hemos pasado largas noches de música y vino hasta el amanecer. De a poco decidimos abrir el círculo y llegaron amigos de amigos, y así se fue convirtiendo en algo que muchos llaman un refugio de artistas”, describe Claudio.

      Un atelier con mostrador centenario, eso es lo que nos devuelve la mirada cuando vemos y sentimos el lugar. La restauración es perfecta, no hay detalles librados al azar. Como el primer día que abrió en 1910, de esta manera y con el brillo original, se ven aquellos elementos que durante más de cien años estuvieron al servicio de los pocos –y privilegiados– habitantes de Espora.

      De las paredes cuelgan cuadros, muchos, todos bellos. Las mesas, algunas chicas, otras grandes, son la plataforma para disfrutar de la carne asada o de algo que Claudio recomienda: las empanadas de Margarita. Una copa de vino abona la idea de estar escondido y que jamás nadie nos hallará. Este anonimato se disfruta como una pócima dorada.

      “Cuando recibo gente en el almacén siento que puedo compartir mi espacio para que el viajero pueda tener una experiencia inolvidable, en contacto con la naturaleza y con la historia de un lugar que tuvo su etapa de esplendor y se apagó con el fin del tren”, manifiesta el anfitrión.

      Antes o después, y como todo es tan pequeño, Espora es el patio del almacén. Se lo conoce caminando. Es aconsejable hacerlo oyendo los silencios del campo. La música propia de cada pueblo. Una escuela rural, una ermita a la virgen Stella Maris y un puñado de casas dispersas. Así nace la postal simple y resulta la belleza. Ir en pareja, con amigos o en familia, no existe mejor plan.

      Las vías del tren significan mucho aquí. Claudio es miembro de la Asociación Amigos del Belgrano que se encarga de tareas de mantenimiento. Es común, al visitar el lugar, ver la pintoresca zorrita en las vías. Cuando llueve mucho y los caminos están intransitables, las vías –y esa maravillosa zorra– son la salvación y la única forma de comunicación.


Скачать книгу
Яндекс.Метрика