Las leyes de la naturaleza humana. Robert GreeneЧитать онлайн книгу.
un patrón que persistiría cuarenta y ocho años.
Pese a sus frecuentes discusiones, el matrimonio adoptó para Sonya un ritmo relativamente cómodo. Se convirtió en la asistente más confiable de Tolstói. Además de dar a luz a ocho hijos en doce años, cinco de los cuales sobrevivieron, transcribía cuidadosamente sus libros, entre ellos Guerra y paz y Anna Karenina, y se encargaba de gran parte del aspecto comercial de sus publicaciones. Todo parecía marchar bien: él era rico, gracias a las fincas familiares que había heredado y a la venta de sus libros. Tenía una familia numerosa que lo adoraba. Era famoso. Pero de repente, a los cincuenta años, se sintió muy infeliz y avergonzado de los libros que había escrito. Ya no sabía quién era. Pasó por una honda crisis espiritual y descubrió que la Iglesia ortodoxa era demasiado estricta y dogmática para ayudarlo. Su vida tenía que cambiar. No escribiría más novelas y en adelante viviría como un campesino. Dejaría sus propiedades y renunciaría a los derechos sobre sus libros. Y le pidió a su familia que lo acompañara en esa nueva vida dedicada a ayudar a los demás y a resolver cuestiones espirituales.
Para su consternación, la familia, con Sonya a la cabeza, reaccionó con rabia. Les pedía abandonar su estilo de vida, comodidades y herencia. Sonya no creía indispensable hacer ningún cambio drástico en su vida y se molestó de que él la acusara de ser mala y materialista por rehusarse. Riñeron mucho; ninguno de los dos cedía. Ahora, cuando Tolstói miraba a su esposa, lo único que veía era a alguien que lo utilizaba por su fama y su dinero; ése era el motivo de que se hubiese casado con él. Y cuando ella lo miraba, veía a un consumado hipócrita. Aunque había renunciado a sus derechos de propiedad, vivía todavía como un caballero y le pedía dinero a ella para mantener sus costumbres. Vestía como campesino, pero si se enfermaba viajaba al sur en un lujoso vagón privado, a una villa en la que pudiera convalecer. Y pese a su nuevo voto de celibato, no cesaba de embarazarla.
Tolstói anhelaba una vida sencilla y espiritual y ella era su principal obstáculo. Sentía como opresiva la presencia de Sonya en casa. Le escribió una carta que concluía así: “Atribuyes lo sucedido a todo menos a lo único verdadero: que eres, sin saberlo, la causa involuntaria de mis sufrimientos. Entre nosotros se ha declarado una guerra a muerte”. Movido por la creciente desazón que le causaban las inclinaciones materialistas de ella, escribió la noveleta La sonata de Kreutzer, basada visiblemente en su matrimonio y en la que la describía bajo la peor de las luces. Todo esto hizo que Sonya sintiera que perdía la razón y en 1894 no pudo más. Al igual que uno de los personajes de los cuentos de su marido, decidió suicidarse caminando en la nieve hasta morir congelada. Un miembro de la familia la alcanzó y la arrastró de vuelta a casa. Ella repitió el intento dos veces más, sin ningún efecto.
El patrón se volvió entonces más violento y agudo. Tolstói la sacaba de quicio; ella hacía algo desesperado; él sentía remordimiento por su frialdad y le pedía perdón. Cedió en algunos asuntos; por ejemplo, permitió que su familia conservara los derechos de sus primeros libros, sólo para lamentarlo en ocasión de un nuevo arrebato de ella. Sonya ponía a sus hijos contra él; tenía que leer todo lo que escribía en sus diarios, y si él los escondía, los buscaba y los leía a hurtadillas. Vigilaba cada uno de sus actos. Él la reprendía ferozmente por su intromisión, motivo por el cual cayó enfermo varias veces, y ella se arrepentía de sus acciones. ¿Qué los mantenía unidos? Que ambos ansiaban que el otro lo amara y aceptara, aun cuando daba la impresión de que ya era imposible esperar eso.
Luego de años de sufrimiento, a fines de octubre de 1910, Tolstói ya había tenido suficiente: salió a medianoche a escondidas de su casa en compañía de un amigo médico, resuelto a abandonar a Sonya. Tembló todo el camino, aterrado de que su esposa lo sorprendiera y alcanzara, pero al final abordó un tren y se alejó de ella. Cuando Sonya se enteró, intentó suicidarse una vez más y se arrojó a un lago, de donde fue rescatada justo a tiempo. Le escribió una carta a Tolstói en la que le rogaba que regresara. Cambiaría, renunciaría a todos los lujos, se volvería espiritual, lo amaría incondicionalmente. No podía vivir sin él.
La sensación de libertad de Tolstói fue efímera. Su huida del hogar llegó a los periódicos. Dondequiera que el tren se detenía, reporteros, admiradores y curiosos se arremolinaban en torno suyo. Sin poder soportar el frío y hacinamiento del tren, cayó mortalmente enfermo y debió ser trasladado a la cabaña del jefe de estación en uno de los poblados de la ruta. En cama, su condición de moribundo era evidente. Informado de que Sonya había llegado al lugar, no pudo soportar la idea de volver a verla. La familia la mantuvo afuera, desde donde ella no cesaba de asomarse por la ventana para verlo agonizar. Se le permitió pasar cuando él ya había perdido el conocimiento. Se arrodilló a su lado, lo besó muchas veces en la frente y le susurró al oído: “¡Perdóname! ¡Por favor, perdóname!”. Él falleció poco después. Un mes más tarde, un visitante de su casa reportó estas palabras de Sonya: “¿Qué me ocurrió? ¿Qué fue de mí? ¿Cómo fui capaz de hacer eso? […] Yo lo maté”.
Interpretación
León Tolstói exhibía todos los signos del narcisista profundo. Su madre había muerto cuando él tenía dos años y dejó un gran vacío que él nunca pudo llenar, aunque intentó hacerlo con sus numerosos amoríos. Fue temerario en su juventud, como si eso lo hiciera sentir vivo y sano. Insatisfecho todo el tiempo consigo mismo, no conseguía resolver quién era él. Desahogó esta incertidumbre en sus novelas, en cuyos personajes asumió diferentes roles. Y cuando tenía cincuenta años cayó en una honda crisis a causa de su yo fragmentado. Sonya llegaba alto también en la escala del ensimismamiento. Aun así, cuando inspeccionamos a la gente tendemos a enfatizar sus rasgos individuales y no consideramos la complejidad de que cada lado en una relación determina sin cesar al otro. Una relación posee una vida y personalidad propia. Y puede ser asimismo muy narcisista, acentuando o incluso sacando a relucir las tendencias narcisistas de ambas partes.
Lo que por lo general vuelve narcisista una relación es la falta de empatía entre los miembros de la pareja, que hace que se replieguen cada vez más en sus posiciones defensivas. En el caso de Tolstói, esto empezó muy pronto, cuando su prometida leyó su diario. Cada uno tenía valores divergentes, desde los que veía al otro. Educada en un hogar convencional, Sonya estimó ese acto como el de un hombre que lamentaba a todas luces su propuesta de matrimonio; para él, el artista iconoclasta, la reacción de ella reveló que era incapaz de adentrarse en su alma, entender su deseo de una vida matrimonial distinta. Cada uno malinterpretó al otro y se aferró a una posición inflexible que perduraría cuarenta y ocho años.
La crisis espiritual de Tolstói condensó esta dinámica narcisista. Si en ese momento cada uno hubiera intentado ver dicha acción a través de los ojos del otro, él podría haber anticipado la reacción de ella. Sonya había vivido siempre en medio de una relativa comodidad, lo que la había ayudado a manejar sus frecuentes embarazos y la crianza de tantos hijos. Nunca fue muy espiritual; el lazo entre ambos era de orden físico. ¿Por qué él había de esperar que cambiara de repente? Sus demandas eran casi sádicas. Podría haberle explicado su postura sin exigirle que lo siguiera, y expresado incluso su comprensión de la posición y necesidades de ella; esto habría revelado una verdadera espiritualidad de su parte. Y ella, en lugar de concentrarse únicamente en su hipocresía, podría haber visto a un hombre que era a todas luces infeliz consigo mismo, alguien que desde su más tierna infancia no se había sentido amado lo suficiente y que atravesaba una auténtica crisis personal. Podría haberle ofrecido amor y apoyo a su nueva vida mientras declinaba con gentileza seguirlo hasta el final.
Tal empleo de la empatía tiene el efecto opuesto al narcisismo mutuo. Cuando surge en una de las partes, tiende a suavizar a la otra e invitar su empatía complementaria. Es difícil permanecer a la defensiva cuando el otro ve y expresa tu posición y entra en tu espíritu. Esto te incita a hacer lo mismo. La gente tiene el secreto anhelo de librarse de su resistencia. La actitud defensiva y desconfianza constantes son agotadoras.
La clave para emplear la empatía en una relación es conocer el sistema de valores del otro, el cual difiere inevitablemente del tuyo. Lo que él interpreta como muestras de amor, atención o generosidad divergirá de tu manera de pensar. El sistema de valores se forma en la infancia temprana y no es una creación consciente. Tener en mente el