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E-Pack HQN Susan Mallery 2. Susan MalleryЧитать онлайн книгу.

E-Pack HQN Susan Mallery 2 - Susan Mallery


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oído decir, ahora el problema que tiene es atender los pedidos.

      Un problema que ella podría solucionar con las barras de jabón que tenía secándose y todas las que podía hacer durante las siguientes semanas, pensó Heidi.

      La venta local era una cosa y vender en mercados extranjeros, sobre todo en Asia, podría significar mucho dinero. Posiblemente el dinero que necesitaba para pagar a May. Y Rafe tenía que saberlo.

      –Esta clase de negocios llevan tiempo –le explicó Rafe con amabilidad–. Pero a la larga, te permiten conseguir grandes beneficios.

      Así que no solo se le daban bien los negocios, sino que también sabía leer el pensamiento, se dijo Heidi.

      –Gracias por los contactos. Llamaré hoy mismo.

      –Están deseando tener noticias tuyas.

      La conversación giró hacia el trabajo del establo, pero Heidi continuaba pensando en lo que Rafe le había ofrecido. Asumiendo que tuviera razón, y no tenía ningún motivo para dudar de él, no podría ver los beneficios de aquel negocio antes de que volvieran al juzgado. Pero si era capaz de mostrar un plan de ingresos convincente, quizá ganara el juicio. Entonces, ¿por qué corría Rafe ese riesgo?

      ¿Tanta fe tenía en su abogado? ¿O estaría empezando a sentir algo por ella? Ella sabía que le gustaba, que disfrutaban juntos. ¿Se estaría preguntando también Rafe qué habría habido entre ellos si se hubieran conocido en otras circunstancias? Rafe estaba resultando ser muy diferente de lo que ella esperaba. A lo mejor a él le pasaba lo mismo con ella. A lo mejor los dos estaban descubriendo una conexión completamente inesperada.

      Rafe encendió la barbacoa y observó satisfecho el resplandor de las llamas que se alzaban hacia el cielo. Por supuesto, habría sido más rápido utilizar la cocina de gas, pero prefería cocinar la carne a la antigua usanza.

      Heidi salió en aquel momento al porche de atrás.

      –¿No ha explotado nada?

      Rafe se echó a reír.

      –La comida estará lista dentro de media hora.

      –Perfecto. Tu madre ha dejado una ensalada de patata en la nevera. Terminaré de preparar la ensalada de lechuga y podremos irnos.

      –Te olvidas del vino.

      Heidi esbozó una mueca.

      –¡Pero si vamos a comer hamburguesas!

      –Un buen vino se puede beber con cualquier cosa.

      Heidi le siguió a la cocina. Rafe ya había sacado una botella. Heidi se quedó mirando fijamente la etiqueta.

      –«Col Solare» –leyó–, ¿es italiano?

      Rafe alargó la mano hacia la botella y quitó la envoltura metálica del tapón.

      –Estado de Washington. Es una mezcla hecha en sociedad –sonrió–. ¿Quieres más detalles?

      –Creo que ya he llegado al límite. ¿Es muy caro?

      –Sí.

      –¿Cuesta más de treinta dólares?

      –¿De verdad quieres saberlo?

      Heidi inclinó la cabeza.

      –Solo es un vino

      –No se pueden utilizar las palabras «vino» y «solo» en la misma frase. Vives a menos de dos kilómetros de un viñedo. Deberías apoyar la industria local.

      –La verdad es que yo soy más de margaritas. ¿Qué diferencia hay entre una botella de diez dólares y una de cien?

      –Los vinos buenos envejecen en barricas de roble francés. Se utilizan las mejores uvas y se limpian las barricas durante el proceso de añejamiento del vino. Es un trabajo muy caro.

      –¿Por qué limpian las barricas? ¿Y cómo, si hay vino en ellas?

      –El vino se traspasa a recipientes de acero inoxidable y después se limpia la barrica para eliminar los sedimentos. El vino vuelve después a la barrica y continúa envejeciendo.

      Descorchó la botella y sacó dos copas del armario.

      –¿Se utiliza acero inoxidable para evitar reacciones químicas?

      –Exacto.

      Heidi tomó la copa que Rafe le ofrecía y la olió.

      –Muy agradable. Pero ahora no me hablarás de notas de chocolate y cereza, ¿verdad? Es algo que nunca he entendido. El vino se hace con uvas, no con chocolate. Y como empieces a ponerte pedante, te tiraré la copa.

      Durante la cita que había tenido con la mujer con la que Nina le había puesto en contacto, habían estado hablando de vino porque tenían muy pocas cosas en común. Había sido una conversación un tanto aburrida en la que cada uno de ellos parecía haber intentado demostrar sus conocimientos en la materia. Rafe prefería con mucho la sinceridad de Heidi.

      –Dime si te gusta. En realidad, eso es lo único que importa.

      –¿Lo giro? La gente que bebe vino suele hacerlo.

      –Es una forma de airearlo.

      –Yo creía que el oxígeno perjudicaba al vino.

      –Cuando está en la botella, sí. Pero una vez abierta y lista para beber, el oxígeno libera los sabores.

      Heidi giró obediente el contenido de su copa y bebió un sorbo. Dejó el vino en la lengua durante un segundo y tragó.

      –¡Oh! –abrió los ojos como platos–. ¡Qué rico! Es suave, pero tiene mucho sabor. Pensaba que iba a ser más fuerte.

      –Me alegro de que te guste.

      Salieron al porche y se sentaron en los escalones.

      Faltaban todavía un par de horas para la puesta de sol. Los días habían empezado a alargarse y eran más cálidos a medida que avanzaban hacia el verano. Los brotes de la primavera se habían transformado ya en hojas y flores.

      Heidi y Rafe habían recogido ya las cabras para la noche. Rafe observó a las llamas y a las ovejas pastando satisfechas. Se había resistido a volver a Fool’s Gold, pero la verdad era que cuando miraba a su alrededor, le resultaba difícil recordar por qué.

      –Es sábado por la noche –le dijo Heidi–. ¿Qué estarías haciendo a esta hora en San Francisco?

      –Trabajar.

      –¿No habrías salido con nadie?

      –Si normalmente saliera con alguien, no necesitaría a Nina.

      –Tiene que haber toneladas de mujeres donde trabajas.

      Rafe cambió de postura. Se sentía incómodo con aquel tema, pero no sabía cómo eludirlo.

      –No me interesa salir con mujeres que trabajan en mi sector. Y tampoco con mis empleadas. No hay otras muchas mujeres en mi vida.

      –Tienes demasiadas normas.

      –No quiero que me denuncien por acoso sexual.

      –Es lógico. Y supongo que tampoco acuden muchas mujeres a las reuniones de magnates que tienes todos los meses.

      Rafe sonrió.

      –No, y todas las que merecen la pena ya están casadas.

      –¿Y qué me dices de la temporada de ópera o del ballet?

      –La verdad es que yo soy más aficionado al béisbol. Pero me gusta el teatro.

      –¿Y esos musicales en los que la gente se pone de pronto a cantar?

      –A veces.

      –Eres una caja de sorpresas –dejó la copa de vino y tomó su mano para acariciarle los callos–. ¿Qué dirían tus amigos si vieran esto?

      –Si


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