Cultura política y subalternidad en América Latina. Luis Ervin Prado ArellanoЧитать онлайн книгу.
producto el presente texto. A la generosidad de James Sanders, Ishita Banerjee, Saurabh Dube, Jorge Conde Calderón, Luis Ervin Prado y Pamela S. Murray, quienes ofrecieron sus textos para esta publicación. También debo expresar mi agradecimiento a Magali Carrillo, Isidro Vanegas y el semillero del “Grupo de Investigaciones Históricas”, quienes apoyaron decididamente la realización del evento, así como la lectura y producción del presente texto.
María Victoria Dotor Robayo
1. Marc Bloch, Historia rural francesa, Barcelona, Crítica, 1978. Georges Dubby, Economía rural y vida campesina en el occidente medieval. Barcelona, Ediciones 62, 1991.
2. E. Hobsbawm, Primitive Rebels, Manchester, Manchester University Press, 1959. Edward Palmer Thompson, Costumbres en común, Jordi Beltrán y Eva Rodríguez (trad.), España, Editorial Crítica, 1995.
3. Carlo Ginzburg, El queso y los gusanos, Francisco Martín (Trad.), Barcelona, Muchnik, 1981. Giovanni Levi, La herencia inmaterial. Historia de un exorcista piamontés del siglo XVII. Madrid, Editorial Nerea, 1985.
4. Bajo el enunciado de historia de la clase dominante e historia de las clases subalternas, Gramsci introduce cierta relativización de la concepción marxista de clase, al considerar la historia de las clases subalternas como episódicas y disgregadas, “hay en la actividad de estas clases una tendencia a la unificación aunque sea al menos en planos provisionales, pero esa es la parte menos visible y que sólo se demuestra después de consumada”. Antonio Gramsci, Cuadernos de la cárcel. Puebla, Ediciones Era, 1999, tomo 2, p. 27
5. Ranajit Guha, “On Some Aspects of the Historiography of Colonial India”, en Ranajit Guha y Gayatri Chakravorty Spivak, eds., Selected Subaltern Studies, New York, Oxford University Press, 1988
6. Al respecto en este mismo texto los trabajos de James Sanders, “La cultura política de los subalternos y la evolución de la historia intelectual” e Ishita Banerjee, “Subalternidad y género en la cultura política”.
7. Florencia Mallon, Peasant and Nation. The Making of Postcolonial Mexico and Peru, Berkeley, University of California Press, 1995.
8. Nelson Manrique, Mercado interno y región. La sierra central 1820-1930, Lima, DESCO, 1987.
9. Mark Thurner, Políticas campesinas y haciendas andinas en la transición hacia el capitalismo: una historia etnográfica, en Etnicidades, Andrés Guerrero, comp., Quito, Flacso, 2000.
10. Peter F. Guardino, Peasants, Politics, and Formation of Mexico’s National State: Guerrero, 1800–1857, Stanford, Stanford University Press, 1996.
11. Cecilia Méndez, The Plebeian Republic: The Huanta Rebellion and the Making of the Peruvian State, 1820-1850, Durham, Duke University Press, 2005.
12. Marta Irurozqui, “¿Ciudadanos armados o traidores a la patria? Participación indígena en las revoluciones bolivianas de 1870 y 1899”, en Iconos, Revista de Ciencias Sociales, nº 26, septiembre de 2006, Quito, FLACSO, pp. 35-46.
13. Flavia Macías, Armas y política en la Argentina, Tucumán, siglo XIX, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones científicas, 2014.
LA CULTURA POLÍTICA DE LOS SUBALTERNOS Y LA EVOLUCIÓN DE LA HISTORIA INTELECTUAL
James E. Sanders
Utah State University
¿Cómo escribir una historia que incluya a la gran mayoría de personas que vivieron en el pasado?14 Por medio siglo esta pregunta ha tenido una cierta urgencia, no sólo por razones historiográficas sino también porque la respuesta ha sido considerada central en los proyectos que buscan ganar la inclusión en la sociedad de grupos sociales previamente excluidos. En la década de 1960 la historia social creció rápidamente y tuvo bastante éxito en ayudar a nuestra comprensión de muchos grupos sociales, como los esclavos, las mujeres y los obreros, especialmente en lo tocante a sus vidas cotidianas y sus labores. Sin embargo, estas personas que entraron en la historia social raramente aparecieron en la historia política, salvo en resistencia a la política dominante. Pudieron entrar en una rebelión de esclavos, en una jacquerie de campesinos o en una huelga de obreros. Pero estos actos valientes casi nunca —salvo en el caso de la Revolución Haitiana— afectaron las grandes narrativas de la historia ni fueron los motores de la historia. La política de la clase obrera era concebida contra la nación y el Estado. Por eso, en los años noventa, el proyecto de los Estudios Subalternos intentó superar algunos límites de la historia social, especialmente la falta de presencia de los grupos populares en la vida política de la nación.15 Después de discutir, brevemente, la historiografía de los Estudios Subalternos propondré que la próxima etapa de este camino es la entrada de la historia subalterna en el palacio de la historia intelectual, un palacio muy cercado con un foso ancho y profundo.
Puesto que hemos estado cultivando esa corriente que podemos llamar historia subalterna, o nueva historia política, o estudio de la formación de la nación, permítanme meditar un poco acerca de por qué seguí este sendero de los estudios subalternos en vez de practicar una historia social más tradicional que había intentado investigar. Como tantas otras historias, esta historia empezó con Marx. Asistí a uno de los últimos departamentos de historia en los Estados Unidos —la Universidad de Pittsburgh— donde el marxismo todavía era, si no dominante, sí muy animado. Y, como en la India, donde se desarrollaron los Subaltern Studies, este proyecto inicialmente formaba parte de un programa orientado a resolver algunos problemas con el marxismo y la historia de los grupos populares, especialmente grupos que no eran obreros, blancos, europeos y hombres que trabajaban en empresas industriales: en otras palabras, la gran mayoría de la gente del mundo.16 O sea, era una continuación de aquel proyecto de historia social de expandir los sujetos de la historia.
Por supuesto que ha habido una reacción contra el término subalterno, desde la derecha y la izquierda. Sin embargo, no me interesa mucho este debate sobre si debemos utilizar o no el término “subalterno”.17 Estoy interesado en los problemas intelectuales y políticos que los Estudios Subalternos desarrollaron, no en la palabra misma. La he usado simplemente porque es más inclusiva que el término clase obrera. Sin embargo, odio, y esa es la expresión precisa, una parte de los estudios subalternos y los estudios culturales, y es aquella que usa un lenguaje pretencioso e inaccesible al público. Es una ironía que tanto trabajo de los subalternistas sea incomprensible para la gran mayoría del mundo, lo cual me sucede también a mí muchas veces, como respecto al trabajo de Gayatri Spivak o aún con el Black Atlantic de Paul Gilroy.18 He empezado a usar unos términos que mis actores históricos usaron, como “popular” y “clases populares”, que para mí significan