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Un amor para recordar - El hombre soñado - Un extraño en mi vida. Teresa SouthwickЧитать онлайн книгу.

Un amor para recordar - El hombre soñado - Un extraño en mi vida - Teresa Southwick


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qué hiciste?

      —Conocí a un tipo que me acogió bajo su ala.

      Los ojos azules de Cal echaban chispas.

      —¿Un proxeneta?

      Ella asintió.

      —Me concertó una cita con un hombre en un motel barato, pero no fui capaz de hacerlo.

      —¿Qué fue del bebé? —preguntó Cal.

      Emily sujetó con más fuerza a Annie mientras los ojos se le llenaban de lágrimas.

      —Quería a aquel niño. Era lo más puro y bueno que había tenido en mi vida. No podía soportar la idea de que pasara hambre y frío. Que no tuviera ropa ni un techo sobre su cabeza. Así que volví a casa, si puede considerarse como tal una caravana aparcada en la peor parte de la ciudad.

      —¿Y?

      —Mi madre me aceptó con la condición de que entregara al bebé en adopción —Emily volvió a estremecerse ante la fría expresión de sus ojos—. Volví al colegio, pero a las otras chicas no les dejaban ir conmigo porque tenía problemas. Para los chicos era un chollo. No podía quedarme embarazada porque ya lo estaba.

      No se había sentido tan sola en toda su solitaria vida. Lo único que tenía era a un bebé creciendo en su interior, y entregarlo era como cortarle el corazón y la cabeza.

      —¿Por qué no me lo contaste?

      —No es algo que se suelte así como así —se defendió Emily—. Tú tienes unos padres que te apoyan, Cal. Pero hay muchos chicos que no cuentan con esa suerte.

      —¿Y qué me dices de los programas de ayuda, de las organizaciones no gubernamentales?

      —No conocía ninguna ni tenía a nadie que pudiera ayudarme a buscarlas —Emily aspiró con fuerza el aire y trató de dejar atrás aquellos recuerdos para poder concentrarse en hacérselo entender a Cal—. Yo era apenas una niña también. Quería a mi hijo más que a nada, pero no vi la manera de quedarme con él. No tenía alternativa, y me resultó más doloroso de lo que te puedas imaginar. Por eso estoy tan comprometida con mi programa, quiero darle a las chicas que están en una situación parecida otra opción.

      Cal se puso de pie y se pasó la mano por el pelo.

      —Creí que te conocía, pero ya veo que estaba equivocado —dijo mirándola.

      Emily se levantó sujetando con fuerza a su hija dormida. Se acercó a la cuna y dejó a la niña en ella, arropándola. Sin decir una palabra, pasó por delante de Cal para ir al salón mientras sentía cómo la furia se apoderaba de ella.

      Unos instantes más tarde, Cal apareció a su lado.

      —Será mejor que me vaya.

      —Creo que es una buena idea —dijo ella—. Pero antes quiero decirte algo.

      —Adelante —Cal se puso en jarras.

      —No imaginaba que tu empatía fuera tan débil. Tú nunca sabrás lo que se siente al ser una niña embarazada sin tener donde ir. ¿Cómo te atreves a juzgarme? Nunca has estado en mi piel.

      —Tendrías que haberme dicho algo.

      —No tenías por qué saberlo —Emily se lo quedó mirando, negándose a que la intimidara. Nunca más—. Acudí a ti porque el bulto del pecho me hizo enfrentarme a mi mortalidad y a cómo podría afectar al futuro de Annie. Eso no te da derecho a juzgar mi pasado. Tomé la mejor decisión que pude dadas las circunstancias. Pero ya no soy una niña indefensa. Tenemos una hija y en lo que a ella se refiere puedes esperar una comunicación directa y sincera. Nos une una niña, pero eso no te da derecho a organizarme la vida.

      —Muy bien —dijo Cal.

      Cuando hubo cerrado la puerta, Emily se dejó caer en el sofá y se negó a que le cayeran las lágrimas. Allí estaba otra vez él, justo cuando había conseguido rehacer su vida. Había creído que era seguro compartir con él el secreto más doloroso de su vida. Pero se había equivocado. Y Cal también. Tal vez las confesiones fueran buenas para el alma, pero resultaban infernales para el corazón.

      LAS cosas iban lentas en urgencias, y aquélla fue una de las pocas ocasiones en las que Cal deseó estar ocupado, o mejor dicho, demasiado ocupado como para no pensar en otra cosa que no fueran sus pacientes. Emily le había asegurado que no iba a mentirle ni a manipularle, pero al día siguiente en el trabajo, Cal seguía preguntándose por qué debería creerla.

      Se acercó al mostrador de la sala de descanso de urgencias, donde había una cafetera y una pila de vasos de papel. Se sirvió un café y tomó asiento en una de las sillas naranjas de plástico para leer la sección de deportes del periódico. Pero lo único que veía eran un par de ojos marrones y tentadores.

      Cuando se abrió la puerta, miró agradecido a Rhonda Levin.

      —¿Qué pasa? —le preguntó—. ¿Me necesitas?

      —Tranquilo, doctor —respondió la mujer—. He venido a tomarme un café.

      —Oh.

      —Pareces desilusionado. ¿Estás aburrido? —preguntó acercándose al mostrador—. No sé si alguien te lo ha mencionado, pero la autocompasión y las indirectas agresivas no son lo mejor para crear un buen ambiente de trabajo.

      —¿Qué se supone que quiere decir eso?

      —Quiere decir que el personal ha venido a quejarse de tu comportamiento —aseguró Rhonda sirviéndose un café—. Hoy has sido grosero y sarcástico con todo el mundo. Estás a punto de perder tu título de «médico del año». Las enfermeras y los celadores están normalmente encantados de trabajar contigo, pero hoy no es el caso. ¿Qué te ocurre, Cal? ¿Qué está pasando con Emily?

      Estaba a punto de soltarle un ladrido, pero sabía que Rhonda tenía razón.

      —El día que Emily vino a urgencias fue para decirme que había tenido una hija mía —aseguró mirando a su amiga a los ojos—. Se llama Annie.

      —Eso ya lo sabe todo el mundo —aseguró Rhonda.

      —Estás de broma, ¿cómo es posible?

      —Mitch lo mencionó. Y esto es un hospital. Las noticias se expanden como los virus.

      —De acuerdo —en realidad no estaba molesto con Mitch—. ¿Tú qué opinas de entregar a tu bebé en adopción?

      Rhonda se lo pensó durante un instante.

      —Depende de la situación —dijo cruzándose de brazos—. Tú has visto niñas violadas en urgencias, igual que yo. En esos casos es mejor entregar al bebé.

      —¿Y una adolescente soltera?

      —¿Por qué lo preguntas? —Rhonda parecía desconcertada.

      Cal no podía contar un secreto que no era suyo. Tal y como Rhonda había señalado, aquél no era un lugar que se caracterizara por la discreción.

      —Emily está al frente de un programa de madres adolescentes.

      —Bien por ella —aprobó Rhonda—. Lo ideal no es que unos niños cuiden de otros niños. Para los adultos ya es todo un reto, así que imagínate tratar de sacar adelante una vida cuando la tuya está apenas empezando.

      Al ver la situación a través de los ojos de Rhonda, Cal adquirió una perspectiva diferente.

      —Entonces, ¿crees que las madres adolescentes deben entregar a sus hijos?

      —No pongas palabras en mi boca —le advirtió ella—. Las cosas no son blancas o negras. Cada mujer tendrá que tomar su propia decisión. Pero déjame que te diga que siento un gran respeto por las mujeres que anteponen el bienestar de su bebé por encima del suyo.

      —¿A


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