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Un amor para recordar - El hombre soñado - Un extraño en mi vida. Teresa SouthwickЧитать онлайн книгу.

Un amor para recordar - El hombre soñado - Un extraño en mi vida - Teresa Southwick


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¿Qué quieres de mí?

      Emily pensaba que no podría sufrir más que la noche en que trató de contarle a Cal Westen lo del bebé, pero se equivocaba. Su segundo rechazo resultaba igual de doloroso, porque incluía a Annie. ¿Cómo podía rechazar a una niña tan dulce?

      —Fue un error no contártelo en su momento —admitió—. Pero espero que no castigues a tu hija por mi error.

      —No tengo motivos para pensar que sea mi hija. Siempre usé protección cuando estuvimos juntos. Yo no me arriesgo.

      —Yo tampoco —aseguró ella. El error que había cometido hacía tanto tiempo la había vuelto muy cautelosa—. No sé qué decirte, excepto que supongo que el preservativo se rompió.

      En aquel momento entró Rhonda Levin. Emily había visto de vez en cuando a la jefa de enfermeras de urgencias cuando trabajaba allí. La robusta mujer la miró con los ojos entornados y luego clavó la vista en Cal.

      —Tienes trabajo, doctor. Están trayendo a las víctimas de un accidente de coche. Uno de ellos es un niño de once meses con un golpe en la cabeza. Tenéis tres minutos —dijo Rhonda mirándolos con dureza antes de salir.

      —¿Dices que el preservativo se rompió? Vamos, puedes inventarte algo mejor —al parecer, Cal tenía pensado utilizar sus tres minutos para interrogarla—. Una vez más te pregunto por qué debería creerte.

      Ella lo miró fijamente.

      —Si me preguntas eso, está claro que no me conoces. Yo nunca te mentiría, Cal, y menos sobre algo así.

      Emily sintió que ya había vivido aquella situación cuando se giró para marcharse, pero esta vez también tenía el corazón roto por Annie.

      Dos días después de que Emily Summers volviera su mundo del revés, Cal estaba sentado en una cafetería de Eastern Avenue, preguntándose si ella aparecería. Si había cambiado de número de móvil, no sería capaz de contactar con ella. Ya no vivía en la dirección en la que tantas veces la había recogido para salir a cenar y donde después le había hecho el amor. La había echado de menos cuando desapareció.

      Cuando fue a buscarle a la sala de urgencias, él había tenido que salir a ocuparse del bebé. Por suerte había sido sólo una brecha sin importancia en la cabeza que se cerró con unos cuantos puntos y que probablemente el niño no recordaría. Pero él no tenía tanta suerte, no podía olvidar las palabras de Emily: «Nuestra hija». Tenía once meses. Sabía que Emily no era mentirosa, y parecía enfadada y sorprendida al ver que él no la creía.

      Cal le dio un sorbo a su café y miró el reloj por enésima vez. Eran las seis y cuarto, ya casi había oscurecido. Emily había escogido el punto de encuentro, territorio neutral, porque no quería darle su dirección.

      Alzó la vista y vio a Emily avanzar hacia él. Tras todos aquellos meses y ese lío en el que estaba intentado meterle, ¿cómo era posible que le diera un vuelco al corazón al verla? Tenía una boca hecha para besar. Aquellos labios carnosos lo habían excitado más veces de las que podía contar.

      —Siéntate —le dijo cuando ella estuvo a su lado. Llevaba una fina camiseta amarilla de tirantes y pantalones blancos. Estaba muy sexy.

      —¿De qué quieres hablar? —le preguntó—. Dejaste tu posición muy clara. En lo que a mí respecta, no queda nada más que decir.

      —Yo no había terminado cuando te marchaste el otro día —dijo Cal alzando la vista para mirarla—. Si es mi hija, ¿por qué no me dijiste que iba a ser padre?

      Emily dejó escapar un suspiro y dirigió la vista hacia la ventana. Había un gran atasco de coches en Eastern. Allí dentro hacía fresco, pero en la calle habría más de cuarenta grados. Estaban en Las Vegas y era julio.

      —¿Recuerdas la última vez que estuvimos juntos? —le preguntó tomando asiento frente a él.

      —Sí —por supuesto que se acordaba—. Un instante todo estaba perfecto y al minuto siguiente dijiste que habíamos terminado. No es fácil que un hombre olvide algo así.

      Emily sonrió de medio lado, pero sin atisbo de humor.

      —Es difícil que un hombre como tú olvide algo así porque siempre eres tú quien pone fin a las situaciones. Conmigo no fue así y eso te molestó.

      El hecho de que tuviera razón no ayudaba. A Cal le gustaban las mujeres, y era correspondido. Terminaba las relaciones antes de que se volvieran formales. Pero con Emily no estaba preparado para poner fin a su historia.

      —Me pilló por sorpresa —fue todo lo que admitió.

      Los grandes ojos marrones de Emily parecían heridos.

      —¿Recuerdas la última conversación que tuvimos?

      —Refréscame la memoria.

      —Sé lo que opinas sobre el compromiso.

      —Nunca hablamos de eso —protestó Cal.

      Emily compuso un gesto de desdén.

      —Todas las mujeres del hospital y probablemente del área metropolitana de Las Vegas saben que tú no haces promesas.

      —La medicina es una profesión muy exigente.

      —No estoy hablando de salir a cenar y al cine el sábado por la noche. Tu aversión hacia las responsabilidades, el compromiso y la lealtad es legendaria. Eres tan poco profundo como una bandeja.

      —Eso es muy poco amable.

      —Pero es la verdad. Yo lo sabía la primera vez que salí contigo. No me importaba. Yo tampoco quería nada estable. Me venía tan bien como a ti, tal vez incluso mejor.

      —Pero ¿de qué hablamos en esa conversación?

      —Sólo te pregunté si algún día querrías tener hijos. Eres pediatra, y no es tan descabellado asumir que quisieras ser padre. ¿Recuerdas tu respuesta?

      —No en detalle.

      —Yo sí —los ojos de Emily se oscurecieron todavía más—. Soltaste un discurso de cinco minutos sobre lo que no iba a pasar. Dijiste que nada podría atarte bajo ningún concepto y que, si yo quería subirme al tren del compromiso, tú te bajabas en la próxima estación. Me dijiste que no querías ataduras, y añadiste con voz firme que nada podría hacerte cambiar de opinión.

      Ah. Sí, ahora lo recordaba. El discurso le resultaba familiar, porque lo había pronunciado muchas veces.

      —Yo quería sacar el tema de mi embarazo —continuó Emily—. Tu soliloquio sobre «Antes muerto que comprometido» no ayudó precisamente a que me sintiera segura.

      —Podrías haberme llamado en cualquier momento después de eso, dejarme un mensaje…

      No sería la primera vez que una mujer trataba de manipularlo soltando la bomba del embarazo.

      Emily parecía pequeña y tensa en el gran taburete que estaba frente a él.

      —En tu mundo, un mundo de hombres, tal vez funcione así, pero en el mío no. Dejaste muy claro lo que pensabas, y de ninguna manera iba cargar a mi hija con un padre que no la quería.

      Sonaba muy frío visto así.

      —No me diste oportunidad para reaccionar con todos los hechos. Si hubiera sabido que estabas embarazada, podríamos haber hablado de ello…

      —Tú hablaste. Yo escuché y capté el mensaje. Así que ya no quise escuchar nada más.

      —Hasta ahora —le recordó deslizándole la vista hacia los senos.

      —Sí —Emily movió los hombros para aliviar la tensión—. Cuando me descubrí el bulto me puse en lo peor e imaginé qué sería de Annie sin mí. Mira, Cal —colocó las manos sobre la mesa—, lo que pensemos el uno del otro es irrelevante. Lo único que importa es el bienestar de Annie.

      —¿Has


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