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Sexo, violencia y castigo. Isabel Cristina Jaramillo SierraЧитать онлайн книгу.

Sexo, violencia y castigo - Isabel Cristina Jaramillo Sierra


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      El grupo de pediatras de Kempe en Denver estaba en el centro de la discusión. Ahora, no estoy sugiriendo que toda la discusión haya surgido en su forma actual en el piedemonte de Colorado. Para ese momento, ya se habían dado varias discusiones, aunque poco conocidas, sobre el tema. En particular, la división infantil del American Humane Association (AHA) nombró un director nuevo en 1954. La AHA, comúnmente conocida como una asociación defensora de los derechos de los animales, tenía una división dedicada a los niños desde la época de los escándalos por crueldad en 1885. Esta división de la AHA se había desvanecido, de la misma manera que las discusiones sobre la crueldad, pero su animado director nuevo decidió lanzar una encuesta nacional de niños abandonados. La crueldad no era un problema en ese momento, pero la negligencia sí. La Oficina de Salud, Educación y Bienestar de los Niños –Children’s Bureau of Health, Education and Welfare– que como producto de una reorganización institucional había quedado sin muchas funciones, siguió los pasos de la AHA. Era una burocracia en busca de una tarea y la encontró en todo sentido. Se formaron comités y se propusieron proyectos de ley para reportar el abuso de niños y la negligencia. Todo esto sucedía mientras Kempe y su equipo se preparaban para publicar sus hallazgos. Sin embargo, lo más importante del artículo de Kempe era su fuente, algo que la Oficina de Niños no habría podido anticipar: los rayos x.

      En 1945 el American Journal of Roentgenology había publicado un artículo sobre un “nuevo síndrome” al que se le había dado el nombre de “hiperostosis cortical infantil” (Caffey y Silverman, 1945). Los autores, quienes eran expertos en el desprestigiado campo de la radiología pediátrica, observaron que los niños que sufrían de una excesiva cantidad de sangre debajo del cráneo, también mostraban, en los rayos x, fracturas viejas o en proceso de cicatrización en los brazos o piernas –sin que hubiera una historia conocida de la lesión–. El artículo no traía conclusiones de ningún tipo; en todo caso ninguna se publicó. Era solo un fenómeno (aunque hoy se supone que todos los que notaron el artículo sabían lo que esta información implicaba, pero fueron demasiado cobardes como para decirlo). En todo caso, la inferencia “obvia” fue poco a poco descubierta y debatida. El artículo de Kempe era importante porque afirmaba lo que antes solo se susurraba. Los padres estaban golpeando a sus hijos hasta romperles los huesos. Un mal simultáneo: los médicos habían fallado en sus responsabilidades. Pero era el momento de cambiar el rumbo de la historia, desde ese momento los médicos no tratarían solo los síntomas, sino también la causa: el padre que cometía el maltrato. El padre estaba enfermo y necesitaba ayuda de los médicos.

      El artículo de Kempe también logró resaltar una de las creencias más comunes sobre el abuso de niños: que los padres maltratadores habían sido niños maltratados, o de manera más general, que los maltratadores de niños fueron maltratados cuando niños. El artículo decía: “en muchos casos es posible que los padres estén repitiendo el tipo de cuidado que recibieron en su niñez” (Kempe et al., p. 24). Esta afirmación es lo suficientemente cauta, pero ha sido elevada a una generalización.

      Igualmente, importante fue la afirmación de que el abuso de niños se extiende a todas las clases sociales. Esto lo convertía en algo más que un problema social o de “bienestar”; los médicos estaban ansiosos por declararlo su problema:

      “El abuso físico, nutricional o emocional es una de las peores enfermedades que puede sufrir un niño pequeño (…) La profesión médica ha mostrado una falta total de interés en este problema hasta hace poco (…) Es responsabilidad de la profesión médica asumir el liderazgo en este campo” (Helfer, 1968, p. 25).

      Aunque la mayoría de las lesiones podían ser tratadas de forma ambulatoria, se recomendaba la hospitalización como una manera de separar al niño del padre. “El médico no puede devolver al niño a un ambiente donde exista así sea un riesgo moderado de que se repita la conducta” (Kempe et al., p. 23).

      Solo un escritor importante criticó públicamente esta actitud. Inevitablemente fue Thomas Szasz (1968), el crítico más abierto de la mayoría de los reclamos médicos de la psiquiatría. Para él, el niño maltratado claramente necesita de ayuda médica, pues ha sido lesionado. Pero Kempe y Helfer iban más allá de eso. El padre o cuidador también debía ser enfermo y, por lo tanto, necesitaba de ayuda médica. Con su caustico ingenio, Szasz ridiculizaba las afirmaciones que asumían que los padres buscaban “ayuda” para curarse y que, voluntariamente, acudirían a centros de salud si tuvieran la oportunidad de hacerlo. Siempre fue la opinión de Szasz que las cortes eran los lugares para lidiar con los infractores y que las ofertas de ayuda de los psiquiatras eran en gran medida un fraude. Puede que los lectores del Atlantic disfrutaran su artículo, pero no tuvo efecto alguno.

      La explosión de la literatura de abuso de niños es notable. El Index Medicus registró el “abuso de niños” como una nueva categoría médica en 1965. Para la década de 1970, los artículos bajo esta categoría llegaban a cuarenta por año. Pero esta era solo una muestra de la preocupación de los profesionales. Por ejemplo, se fundaron nuevas revistas como Child Abuse and Neglect y The International Journal en 1976. Un ensayo escrito en 1975 sobre el tema resaltaba el increíble incremento en la preocupación académica sobre el tema: mientras que para 1965 no existían libros sobre el tema, para 1975 ya se habían publicado nueve. Una bibliografía entre 1975 y 1980 muestra que se publicaron 105 libros. De los repositorios de abstracts (como Criminal and Penology Abstracts, Social Abstracts, etc.) se destacan 1706 entradas. Actualmente, hay más de 600 libros escritos en inglés sobre este tema.


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