Tiempo pasado. Lee ChildЧитать онлайн книгу.
que no —dijo Shorty.
—Un error, de hecho.
—Supongo.
—Esa es la parte que queremos que diga en voz alta, señor Fleck. Queremos oírlo decir que cometió un error tonto que le está ocasionando a todo tipo de personas todo tipo de inconvenientes. Y lo queremos oír decir que lo lamenta, especialmente a Patty, que creemos que está siendo conmovedoramente fiel. Se ganó un premio con ella, señor Fleck.
—Supongo.
—Necesitamos escuchar que lo diga en voz alta.
—¿Lo de Patty?
—Lo del error.
No hubo respuesta.
—Hace un momento —dijo Mark— nos pediste que asumiéramos la responsabilidad. Pero eres tú el que debe hacerlo. Nosotros no descuidamos tu coche. Nosotros no tratamos como un pedazo de mierda una buena máquina, y después partimos hacia un viaje largo e importante haciendo no mucho más que darles unas pataditas a los neumáticos. Usted es el que hizo todo eso, señor Fleck. No nosotros. Lo único que estamos intentando es que quede claro.
No hubo respuesta.
El sol brillaba. Hacía calor en la parte alta de la cabeza de Patty.
—Simplemente dilo, Shorty —dijo ella—. No va a ser el fin del mundo.
—Vale —dijo Shorty—, cometí un error tonto que le está ocasionando a todo tipo de personas todo tipo de inconvenientes. Os pido disculpas a todos los implicados.
—Gracias —dijo Mark—. Ahora iremos a llamar a un mecánico.
Reacher volvió caminando por donde había venido, pasó junto a las tiendas con los bolsos, y los zapatos, y los artículos, pasó junto al lugar que había elegido para comer, pasó junto al lugar en el que había pasado la noche, de vuelta hasta el departamento de registros, dentro de las oficinas de la municipalidad. Otra vez no había nadie en el mostrador que llegaba a la cintura. Tocó el timbre. Hubo una pequeña espera, y después entró Elizabeth Castle.
—Oh —dijo ella—. Hola otra vez.
—Hola —dijo él.
—¿Hubo suerte?
—No hasta el momento —dijo él—. No estaban en ninguno de los censos.
—¿Está seguro de que es la ciudad correcta? O estado, incluso. Podría haber una Laconia en alguna otra parte. Nuevo México, o Nueva York, o Nueva Jersey. Hay muchos estados con N.
—Ocho —dijo Reacher—. Entre Nuevo o Nueva y Norte y Nevada y Nebraska.
—Entonces podría no haber sido N-H lo que usted vio. Podría haber sido N-alguna otra cosa. La escritura manuscrita de antes puede ser rara.
—Lo vi escrito a máquina y en ordenador —dijo Reacher—. Mayormente por oficinistas del Cuerpo de Marines. Que por lo general entienden las cosas bien. Y se lo escuché decir, miles de veces. Mi madre se burlaba de él por algo, casi seguro ante la falta de algún gesto romántico, y él decía, bueno demonios, no soy más que un simple yanqui de New Hampshire.
—Mmmh —dijo Elizabeth Castle.
Después dijo:
—Supongo que en todos los censos se pierden personas. Por todo tipo de causas frikis. Están siempre intentando mejorar la metodología. Hay una persona aquí con la que debería hablar. Es un apasionado de los censos.
—¿Qué es eso, algo nuevo?
—Probablemente no —dijo ella, un poco bruscamente—. Estoy segura de que es una ocupación seria con una larga e ilustre historia.
—Lo lamento.
—¿Qué cosa?
—Creo que la ofendí.
—¿Cómo me podría haber ofendido? Yo no soy una apasionada de los censos.
—En el caso de que el apasionado de los censos fuera su novio, por ejemplo.
—No lo es —dijo ella, con un suspiro de indignación, como si la idea fuera absurda.
—¿Cómo se llama?
—Carter —dijo ella.
—¿Dónde lo puedo encontrar?
—¿Qué hora es? —dijo ella, mirando de repente para todas partes en busca de su teléfono, que no estaba allí. Reacher había notado que mucha menos gente usaba reloj. Los teléfonos hacían todo.
—Casi las once —dijo él—. Menos cuatro minutos, más algunos segundos.
—¿En serio?
—¿Por qué no? Me lo tomé como una pregunta seria.
—¿Más algunos segundos?
—¿Cree que es demasiado exacto?
—La mayoría de la gente diría menos cinco. O casi las once en punto.
—Algo que yo habría hecho, si me hubiera preguntado qué hora era aproximadamente. Pero no fue lo que hizo. Me preguntó qué hora era, punto. Tres minutos y monedas, ahora.
—No está mirando su reloj.
—No uso —dijo él—. Igual que usted.
—¿Entonces cómo sabe qué hora es?
—No sé.
—¿De verdad?
—Ahora son dos minutos y quizás cincuenta segundos antes de las once de la mañana.
—Espere —dijo ella. Salió por la puerta de la pared de atrás. Un buen rato después volvió con su teléfono. Lo apoyó en el mostrador. La pantalla estaba oscura.
Dijo:
—¿Ahora qué hora es?
—Espere —dijo él.
Después dijo:
—Tres, dos, uno, es casi la hora. Once en punto exacto.
Ella apretó el botón del teléfono.
La pantalla se iluminó.
Mostró 10:59.
—Cerca —dijo ella.
Cambió a las 11:00.
—¿Cómo lo hace? —dijo ella.
—No sé —volvió a decir él—. ¿Dónde lo puedo encontrar a su amigo Carter, el apasionado de los censos?
—Yo no dije que era mi amigo.
—¿Compañero de trabajo?
—Un departamento totalmente distinto. En la sección administrativa. No es parte de la ecología de trato con el cliente, como suelen decir.
—¿Entonces cómo hago para verlo?
—Por eso pregunté la hora. Hace una pausa para tomar un café a las once y cuarto. Todos los días, puntual como un mecanismo de relojería.
—Suena a un hombre sensato.
—Se toma exactamente treinta minutos, en el local cruzando el semáforo. Afuera en el patio, si hay sol. Lo que podría ser o podría no ser. No lo podemos saber desde aquí adentro.
—¿Cuál es el nombre de pila de Carter? —preguntó Reacher, pensando en baristas llamando en voz alta por el nombre a los clientes. Asumió que el local podía estar lleno de oficinistas tomándose pausas de treinta minutos, todos bastante parecidos.
—Carter es su nombre de pila —dijo Elizabeth Castle.
—¿Cuál es su apellido?
—Carrington —dijo ella—. Después vuelva y cuénteme cómo le fue.