Tiempo pasado. Lee ChildЧитать онлайн книгу.
tipo les devolvió el hola, con una sonrisa que probablemente las mató, y después siguió su camino. Se sentó enfrente de Reacher.
Que dijo:
—¿Su nombre es Carter?
—Sí, así es —dijo el tipo.
—¿Carter Carrington?
—Encantado. ¿Y usted es?
Sonó más curioso que molesto. Hablaba como un hombre culto.
—Una mujer que se llama Elizabeth Castle me sugirió que hablara con usted —dijo Reacher—. Del departamento de registros de la ciudad. Mi nombre es Jack Reacher. Tengo una pregunta acerca de un viejo censo.
—¿Es un problema legal?
—Es algo personal.
—¿Está seguro?
—El único problema es si me voy a subir al autobús hoy o mañana.
—Soy el abogado de la ciudad —dijo Carrington—. También soy un friki de los censos. Por cuestiones éticas tengo que estar completamente seguro de con cuál de los dos usted cree que está hablando.
—El friki —dijo Reacher—. Lo único que quiero es información de contexto.
—¿De hace cuánto?
Reacher le dijo, primero el año en el que su padre tenía dos, y después el año en el que tenía doce.
—¿Cuál es la pregunta? —dijo Carrington.
Entonces Reacher le contó la historia, los papeles familiares, la pantalla del ordenador del cubículo dos, la llamativa ausencia de personas de apellido Reacher.
—Interesante —dijo Carrington.
—¿En qué sentido?
Carrington hizo una pausa.
Dijo:
—¿Usted también fue marine?
—Ejército —dijo Reacher.
—Eso no es común, ¿no? Que el hijo de un marine decida formar parte del Ejército, quiero decir.
—Fue común en mi familia. Mi hermano también lo hizo.
—Es una respuesta en tres partes —dijo Carrington—. La primera parte es que hubo errores aleatorios de todas clases. Pero dos veces seguidas es estadísticamente improbable. ¿Cuántas posibilidades hay? Por lo que, sigamos. Y ni la parte dos ni la parte tres reflejan con toda exactitud a los ancestros teóricos de una persona teórica. Por lo que tiene que aceptar que estoy hablando teóricamente. En general, como en la mayor parte de la gente la mayor parte del tiempo, la vasta mayoría, nada personal, muchas excepciones, ese tipo de cosas, ¿vale? Así que no se ofenda.
—Vale —dijo Reacher—. No lo haré.
—Concéntrese en el recuento de cuando su padre tenía doce. Ignore el anterior. El último es mejor. Para entonces habían pasado siete años de la Depresión y el New Deal. Contar era realmente importante. Porque más gente equivalía a más dólares federales. Puede estar seguro de que los gobiernos estatales y municipales intentaron como locos no perderse a nadie ese año. Pero les pasó igual, incluso así. La segunda parte de la respuesta es que los porcentajes perdidos más altos fueron entre inquilinos, desempleados, gente de bajos niveles de ingresos y educación, gente que recibía asistencia pública. Gente en los márgenes, en otras palabras.
—¿Cree que a la gente no le gusta escuchar eso sobre sus abuelos?
—Le gusta más que escuchar la parte tres de la respuesta.
—¿Que es?
—Sus abuelos se estaban escondiendo de la ley.
—Interesante —dijo Reacher.
—Sucedía —dijo Carrington—. Obviamente nadie con una orden de captura federal iba a completar el formulario de un censo. Otros creían que mantener un perfil bajo los podía ayudar en el futuro.
Reacher no dijo nada.
Carrington dijo:
—¿Qué hacía en el Ejército?
—Policía Militar —dijo Reacher—. ¿Usted?
—¿Qué le hace pensar que estuve en el Ejército?
—Su edad, su porte, sus modales, su aspecto, su aire de persona capaz y decidida, y su cojera.
—Lo notó.
—Fui entrenado para eso. Fui policía. Mi suposición es que tiene una pierna artificial en la parte baja. Apenas detectable, por lo tanto, una muy buena. Y el Ejército tiene las mejores, hoy en día.
—Nunca estuve en el Ejército —dijo Carrington—. No pude.
—¿Por qué no?
—Nací con una enfermedad rara. Tiene un nombre largo y complicado. Significaba que no tenía tibia. Todo lo demás estaba ahí.
—Por lo que lleva una vida entera de práctica.
—No busco compasión.
—Nadie está siendo compasivo. De todas formas, lo lleva bien. Camina casi perfecto.
—Gracias —dijo Carrington—. Cuénteme cómo era ser policía.
—Fue un buen trabajo, mientas duró.
—Vio el efecto de los delitos en las familias.
—Algunas veces.
—Su padre se unió a los Marines a los diecisiete —dijo Carrington—. Tiene que haber un motivo.
Patty Sundstrom y Shorty Fleck estaban sentados afuera de la habitación, en las sillas de plástico bajo la ventana. Miraban el lugar donde se abría el camino entre los árboles y esperaban que llegase el mecánico. No llegó. Shorty se puso de pie y volvió a intentarlo con el Honda una vez más. A veces dejar algo apagado por un rato lo arreglaba. Tenía un televisor que era así. Más o menos una de cada tres veces se encendía y no tenía sonido. Había que apagarlo y volver a intentar.
Giró la llave. No pasó nada. Encendido, apagado, encendido, apagado, en silencio, no había ninguna diferencia. Volvió a su silla. Patty se puso de pie y cogió todos los mapas que tenían en la guantera. Los llevó con ella hasta su silla y los desplegó sobre sus rodillas. Encontró su ubicación actual, al final de la vena de dos centímetros como de telaraña, en el medio de la silueta verde pálido. El área forestal. Que parecía tener en promedio ocho kilómetros de ancho, y quizás once de arriba abajo. La punta de la vena como de telaraña estaba descentrada en el espacio, a tres kilómetros del límite este pero a cinco del oeste. Más o menos igual del norte y del sur. La silueta verde tenía una línea tenue alrededor, como si todo fuera una misma propiedad. Quizás el bosque le pertenecía al hotel. No había mucha cosa más allá, salvo por la carretera de dos carriles por la que ellos habían venido, que se alejaba hacia el este y hacia el sur, a la ciudad con el nombre impreso en seminegrita. Laconia, New Hampshire. Más bien a cincuenta kilómetros de distancia que a treinta. Su suposición el día anterior había sido optimista.
—Quizás la mejor apuesta va a ser lo que tú dijiste —dijo ella—. Deberíamos olvidarnos del coche y subirnos a la grúa. Laconia está cerca de la I-93. Podríamos hacer autostop hasta la intersección. O coger un taxi, incluso. Por menos dinero que una noche más aquí, probablemente. Si podemos llegar a Nashua o a Manchester podemos llegar a Boston, y después podemos tomar el autobús barato a Nueva York.
—Lo lamento por lo del coche —dijo Shorty—. En serio.
—No sirve de nada llorar sobre la leche derramada.
—Quizás el mecánico lo puede arreglar. Puede que sea fácil. No entiendo cómo puede estar tan muerto. Quizás hay algún cable suelto, tan simple como eso. Una vez tuve un estéreo, no encendía