Tiempo pasado. Lee ChildЧитать онлайн книгу.
a comer —dijo—. No os toméis a pecho lo que dijo Mark. Está enfadado, eso es todo. De verdad os quiere ayudar, y no puede. Pensó que Peter lo iba a arreglar en dos minutos. Se sintió frustrado. Le gusta que las cosas salgan bien para todos.
—¿Cuándo viene el mecánico? —dijo Shorty.
—Me temo que aún no lo hemos llamado —dijo Steven—. El teléfono estuvo sin tono durante toda la mañana.
Siete
Reacher dejó a Carrington en el patio, y volvió caminando a la municipalidad. Hizo sonar el timbre del departamento de registros, y un minuto después Elizabeth Castle entró por la puerta.
—Me pidió que volviera a contarle —dijo él.
—¿Encontró a Carter? —dijo ella.
—Parece un tipo agradable. No veo por qué usted no querría salir con él.
—¿Disculpe?
—Cuando pregunté si él era su novio, y a usted le pareció inverosímil.
—Que quisiera salir conmigo. Es el soltero más codiciado de Laconia. Podría tener a quien quisiera. Estoy segura de que no tiene idea de quién soy. ¿Qué le dijo?
—Que mis abuelos eran o pobres o ladrones, o ladrones pobres.
—Estoy segura de que no.
Reacher no dijo nada.
Ella dijo:
—Aunque sé que ambas cosas eran razones frecuentes.
—Cualquiera de las dos es una posibilidad —dijo él—. No hay necesidad de que seamos tan cuidadosos.
—Probablemente tampoco se registraron para votar. ¿Habrán tenido carnet de conducir?
—No si eran pobres. No si eran ladrones, tampoco. No con sus verdaderos nombres, en todo caso.
—Su padre tiene que haber tenido un certificado de nacimiento. Tiene que estar en algún documento en algún lado.
La puerta para clientes que daba al corredor se abrió, y entró Carter Carrington, con su traje y su sonrisa y su cabello rebelde. Vio a Reacher y dijo: “Hola otra vez”, para nada sorprendido, como si no hubiera esperado a ningún otro. Después se giró hacia el mostrador y estiró su mano y dijo:
—Usted debe ser la señorita Castle.
—Elizabeth —dijo ella.
—Carter Carrington. Encantado de conocerla. Gracias por enviarme a este caballero. Se encuentra en una situación interesante.
—Porque su padre no aparece en dos censos consecutivos.
—Exactamente.
—Lo que parece deliberado.
—Siempre y cuando estemos seguros de que estamos buscando en la ciudad adecuada.
—Y así es —dijo Reacher—. Lo vi escrito miles de veces. Laconia, New Hampshire.
—Interesante —dijo Carrington. Después miró a Elizabeth Castle a los ojos y dijo—: Deberíamos ir a comer alguna vez. Me agrada la manera en que vio las cosas con los dos censos. Me gustaría conversarlo un poco más.
Ella no respondió.
—Como sea, manténgame al tanto —dijo él.
Ella dijo:
—Asumimos que debe haber tenido un certificado de nacimiento.
—Casi con seguridad —dijo él—. ¿Cuál fue su fecha de nacimiento?
Reacher hizo una pausa.
—Esto va a sonar raro —dijo—. En este contexto, quiero decir.
—¿Por qué?
—A veces no estaba seguro.
—¿Eso qué significa?
—A veces decía junio, y a veces decía julio.
—¿Había alguna explicación para eso?
—Decía que no se podía acordar porque los cumpleaños para él no eran importantes. No entendía por qué lo tenían que felicitar por estar un año más cerca de la muerte.
—Eso es desolador.
—Era un marine.
—¿Qué decían los papeles?
—Julio.
Carrington no dijo nada.
Reacher dijo:
—¿Qué?
—Nada.
—Ya me he puesto de acuerdo con la señorita Castle en que no hay necesidad de que seamos tan cuidadosos.
—Un niño que no está seguro de su fecha de nacimiento es un síntoma clásico de disfunción en una familia.
—Teóricamente —dijo Reacher.
—De todas maneras, las actas de nacimiento están ordenadas por fecha. Podría llevar un tiempo, si usted no está seguro. Mejor encontrar otra entrada.
—¿Cuál podría ser?
—Los registros policiales, quizás. No por ser insensible. Simplemente como una jugada con más posibilidades de salir bien. Si no sirve para ninguna otra cosa aunque sea estaría bien eliminar esa posibilidad. No espero que sean gente que huía de la ley, lo mismo que usted. Espero una razón más interesante que esa. Y no se va a tardar tanto en descubrir. Ahora nuestro departamento de policía está computarizado hacia atrás hasta hace como mil años. Se gastaron una fortuna. Dinero de Seguridad Nacional, no nuestro, pero da igual. También hicieron una estatua de su primer jefe.
—¿A quién debería ir a ver?
—Yo los llamaré antes que usted vaya. Alguien lo irá a buscar a la recepción.
—¿Cuán cooperativos van a ser?
—Yo soy el que decide si la ciudad juega para ellos. Me refiero a cuando hacen algo mal. Por lo que van a ser muy cooperativos. Pero espere hasta después del almuerzo. De esa manera le van a dedicar más tiempo.
Patty Sundstrom y Shorty Fleck fueron a almorzar a la casa grande. Fue una comida extraña. Shorty por momentos estuvo rígido y cohibido. Peter estuvo callado. U ofendido o decepcionado, Patty no podía distinguir. Robert y Steven no dijeron mucho de nada. Solo Mark realmente habló. Estuvo brillante y jovial y conversador. Muy amigable. Como si los sucesos de la mañana no hubieran ocurrido nunca. Parecía determinado a encontrarles soluciones a sus problemas. Les pidió disculpas una y otra vez por el teléfono. Los hizo escuchar por el auricular muerto, como para compartir la carga. Dijo que le inquietaba que hubiera gente preocupada por ellos, ya fuera en sus hogares o en su destino. ¿Se estaban perdiendo reuniones? ¿Había gente a la que necesitaran llamar?
—Nadie sabe que nos fuimos —dijo Patty.
—¿En serio?
—Habrían intentado convencernos de que no lo hiciéramos.
—¿Que no hicieran qué?
—Es aburrido allí. Shorty y yo queremos algo distinto.
—¿Adónde planeáis ir?
—A Florida —dijo ella—. Queremos empezar nuestro propio negocio ahí.
—¿Qué clase de negocio?
—Algo en el mar. Deportes acuáticos, quizás. Como alquiler de equipos de tablavela.
—Vais a necesitar dinero —dijo Mark—. Para comprar los equipos.
Patty miró hacia otro lado, y pensó en la maleta.
—¿Cuánto tiempo