Tiempo pasado. Lee ChildЧитать онлайн книгу.
todas. La idea básica parecía ser la noción contemporánea y de alguien del lugar donde los antiguos leñadores podrían haber cenado, con lo que fuera que comieran esos antiguos leñadores, que en la época contemporánea parecía estar interpretado como una de cada una de las opciones fritas del menú. En la experiencia de Reacher los leñadores comían lo mismo que todos los que trabajan duro, que era todo tipo de cosas distintas. Pero no tenía ninguna objeción ideológica contra las cosas fritas como tales, especialmente no en grandes cantidades, así que le siguió el juego. Entró y se sentó, enérgicamente, esperaba, como si tuviera treinta minutos antes de tener que ir a derribar un árbol.
La comida estaba bien, y el café seguía llegando, por lo que se demoró más de treinta minutos, mirando por la ventana, tomándole el tiempo al ajetreo de la calle, esperando hasta que las personas de los trajes y de las faldas estuvieran seguros en sus trabajos. Después se puso de pie y dejó su propina y pagó su cuenta, y caminó dos de las manzanas que había explorado la noche anterior, hacia el lugar por el que supuso que debía empezar. Que era el departamento de registros en las oficinas de la municipalidad. Que tenía un número de oficina propio, en un atestado directorio de pisos con múltiples renglones, fuera de un edificio gubernamental multipropósito y de ladrillos, que por sus años y su aspecto Reacher asumió que en algún momento había albergado un juzgado. Quizás todavía era así.
La oficina que estaba buscando resultó ser una de muchas pequeñas salas que daban a un pasillo en una entreplanta. Como un pasillo en un hotel caro. Salvo que las puertas eran mitad de vidrio, que estaba acanalado a la antigua, con el nombre del departamento pintado en dorado. En dos renglones, en el caso del departamento de registros. Del otro lado de la puerta había una sala vacía con cuatro sillas de plástico y un mostrador para consultas alto hasta la cintura. Como una versión miniatura de cualquier oficina gubernamental. Había un interruptor de un timbre eléctrico atornillado al mostrador. Tenía un cable finito que se perdía en una hendidura que había cerca en el mueble y un letrero escrito a mano que decía “Si no hay nadie toque el timbre”. El mensaje estaba escrito con una caligrafía cuidada y estaba protegido por muchas capas de cinta transparente, aplicada en tiras de un largo considerable, algunas de las cuales estaban levantadas en los extremos, y sucias, como si dedos aburridos y ansiosos las hubieran tironeado.
Reacher tocó el timbre. Un minuto después salió una mujer por una puerta en la pared de atrás, mirando sobre su hombro mientras lo hacía, con lo que Reacher pensó era un poco de pesar, como si estuviera abandonando un espacio dramáticamente más grande y más atractivo. Tenía quizás treinta años, era esbelta y pulcra, y llevaba puesto un jersey gris y una falda gris. Caminó hacia el mostrador pero miraba hacia atrás a la puerta. O su novio estaba esperando u odiaba su trabajo. Quizás las dos cosas. Pero hizo lo mejor que pudo. Se impuso unos modales cálidos y cordiales. No exactamente como en una tienda, donde el cliente siempre tenía la razón, sino más como un par, como si a ella y al cliente los acabaran de obligar a pasar juntos un buen rato, dando vueltas por una vieja tienda de la ciudad. En los ojos de ella había la suficiente cantidad de luz como para que Reacher asumiera que al menos algo de eso ella lo sentía así. Quizás después de todo no odiaba su trabajo.
—Necesito preguntarle acerca de un viejo registro de propiedad —dijo Reacher.
—¿Es para un litigio de titularidad? —preguntó la mujer—. En cuyo caso lo tendría que pedir su abogado. De esa manera es mucho más rápido.
—Ningún litigo —dijo él—. Mi padre nació aquí. Eso es todo. Hace mucho tiempo. Ya falleció. Yo pasaba por aquí. Pensé que podía dar una vuelta y ver la casa en la que creció.
—¿Cuál es la dirección?
—No lo sé.
—¿Se acuerda aproximadamente dónde está?
—Nunca estuve allí.
—¿No venía de visita?
—No.
—Quizás porque su padre se fue de aquí cuando era joven.
—No hasta que se unió a los Marines cuando tenía diecisiete años.
—Entonces quizás porque sus abuelos se fueron de aquí antes de que su padre tuviera su propia familia. Antes de que venir de visita fuera algo importante.
—Tengo la sensación de que mis abuelos se quedaron aquí el resto de sus vidas.
—¿Pero usted nunca los conoció?
—Éramos una familia marine. Estábamos siempre en algún otro lugar.
—Lo lamento.
—No es culpa suya.
—Pero le agradezco su servicio.
—No fue mi servicio. El marine era mi padre, no yo. Quería saber si lo podíamos buscar, quizás en un registro de nacimientos o algo, para tener los nombres completos de sus padres, así podemos encontrar su dirección exacta, quizás en registros de impuestos inmobiliarios o algo, como para poder ir y echar un vistazo.
—¿Cómo se llamaban sus abuelos?
—Creo que eran James y Elizabeth Reacher.
—Igual que yo.
—¿Su apellido es Reacher?
—No, mi nombre es Elizabeth. Elizabeth Castle.
—Encantado de conocerla —dijo Reacher.
—Igualmente —dijo ella.
—Yo soy Jack Reacher. Mi padre era Stan Reacher.
—¿Hace cuánto que Stan se fue de aquí para unirse a los Marines?
—Ahora tendría cerca de noventa, por lo que fue hace más de setenta años.
—Entonces deberíamos empezar hace ochenta años, para tener un margen de seguridad —dijo la mujer—. En ese momento Stan Reacher debería haber tenido alrededor de diez años, y debería haber estado viviendo con sus padres James y Elizabeth Reacher, en algún lugar de Laconia. ¿Es ese un buen resumen?
—Ese podría ser el capítulo uno de mi biografía.
—Estoy segura de que el ordenador puede buscar más de ochenta años atrás —dijo ella—. Pero para registros de propiedad me temo que esa cantidad de años puede llegar a ser solo una lista de nombres.
Giró una llave y abrió una tapa en la parte de arriba del mostrador. Debajo había un teclado y una pantalla. A salvo de los ladrones, cuando no hay nadie. Pulsó un botón, y miró para otro lado.
—La secuencia de arranque —dijo.
Que eran palabras que Reacher ya había escuchado, en un contexto tecnológico, pero para él sonaban militares, como si regimientos de infantería se estuvieran cerrando de manera firme al frente de una avanzadilla general.
Ella cliqueó y se movió por la pantalla, y se movió por la pantalla y cliqueó.
—Sí —dijo—. Hace ochenta años es solo un índice, con número de archivo. Si quiere detalles, tiene que pedir que le traigan del depósito el verdadero documento en papel. Me temo que por lo general eso tarda mucho tiempo.
—¿Cuánto?
—A veces tres meses.
—¿Hay nombres y direcciones en el índice?
—Sí.
—Entonces en realidad eso es todo lo que necesitamos.
—Supongo. Si lo único que quiere es echarle un vistazo a la casa.
—Eso es lo único que tengo planeado hacer.
—¿No tiene curiosidad?
—¿Sobre qué cosa?
—Sus vidas. Quiénes eran y qué hacían.
—No una curiosidad que valga tres meses de espera.
—Vale,