El infierno está vacío. Agustín MéndezЧитать онлайн книгу.
sus fundamentos intelectuales en aquel reino ha sido y continúa siendo trabajado por los historiadores, algo que trataremos con más detenimiento en el estado de la cuestión, prácticamente no existen trabajos en castellano sobre el tema.2 Asimismo, aquellos editados en inglés o francés, aunque de excelente calidad historiográfica, en muchos casos continúan reproduciendo una serie de ideas arraigadas desde hace décadas y cuya revisión resulta necesaria.
Una selección más acotada del marco temporal también es necesaria. El presente libro no se ocupa de la experiencia inglesa a lo largo de toda la modernidad, sino que se limita al recorte c. 1560-1649. Esta preferencia se debe a que fue durante aquel lapso de tiempo cuando el discurso demonológico vernáculo se originó y alcanzó su pleno desarrollo. Si bien el primer tratado data de 1584 (The Discoverie of Witchcraft, de Reginald Scot), resulta necesario retrotraer el análisis hasta los albores del reinado de Isabel, ya que en 1560 aparecieron en Inglaterra los primeros panfletos sobre juicios por brujería. Estos documentos, cuya autoría en la mayoría de los casos fue anónima, fueron impresos con la intención de dar a conocer a la población los procesos judiciales por aquel crimen, pero también para informar y entretener a sus lectores. Con salvedades que serán mencionadas oportunamente, aquellos también significaron un registro por escrito de creencias folclóricas y modos de concebir a las brujas, los demonios y la divinidad que guardaban escasa relación con la visión considerada teológicamente válida. Durante toda la modernidad temprana, ese tipo de documentos gozó de una enorme popularidad. De hecho, creemos que uno de los motivos por los cuales los miembros de la elite cultural inglesa publicaron tratados sobre demonología y brujería tuvo que ver con corregir, modificar y adaptar las interpretaciones populares sobre aquellos temas para evitar visiones heterodoxas que se alejaran de los rediles teóricos aprobados. El otro extremo del lapso temporal seleccionado está vinculado con la redacción de A Confirmation and Discovery of Witchcraft, texto publicado por John Stearne en 1648 para dar cuenta (y justificar) tanto de la persecución de brujas más intensa de la que se tenga registro en la historia de Inglaterra como del rol que el autor y su socio, Matthew Hopkins, cumplieron en los condados de East Anglia durante el bienio en el que se desarrolló (1645-1647). Consideramos que ese tratado constituye un cierre de ciclo debido a que allí no solo fueron tenidas en cuenta y eclosionaron todas las ideas demonológicas desarrolladas por los tratadistas vernáculos en las seis décadas previas, sino que también fueron aplicadas de manera práctica para la represión efectiva de mujeres y hombres reales. Si bien la demonología y su vínculo con la brujería continuaron siendo un tema de interés hasta bien entrado el siglo XVIII, lo cierto es que tras 1648 no se incorporaron nuevas nociones o conceptos, sino distintos modos de interpretar o polemizar los ya existentes.3
Además de los ya mencionados, se tendrán en cuenta los textos de los teólogos y clérigos George Gifford (A discourse of the subtill practises of devilles by witches and sorcerers, 1587, y A dialogue concerning witches and witchcrafts, 1593), Henry Holland (A treatise against witchcraft, 1590), William Perkins (A discourse of the damned Art of witchcraft, 1608), Alexander Roberts (A treatise of witchcraft, 1616), Thomas Cooper (The mystery of witchcraft, 1617) y Richard Bernard (A guide to grand jury men, 1627); el del médico John Cotta (The infallible, true and assured witch: or the second edition of the tryall of witchcraft, 1625); y el del propio Matthew Hopkins (The Discovery of Witches, 1647). Esta selección de tratados responde a la trascendencia que alcanzaron durante los siglos XVI y XVII, y a que con frecuencia los autores se citaban entre sí, ya fuera para sustentar sus ideas o para plantear contrapuntos sobre aspectos puntuales. Ciertamente, toda selección de fuentes y documentos históricos implica recortes y ausencias. Más que una recopilación de todos los tratados demonológicos publicados en Inglaterra durante el periodo, mi intención fue la de llevar a cabo un análisis de sus trazos distintivos, cambios y usos a partir del convulsionado contexto histórico que los atravesó. Por otra parte, para evitar sobrecargar de información esta sección del libro, no se realizará aquí una enumeración de datos biográficos de los autores. Sin embargo, me ocuparé de ellos a lo largo del texto cada vez que ese tipo de información sea importante para la comprensión de sus ideas y posturas en la materia que me ocupa.
En cuanto a lo organizacional, más allá del presente Prefacio, el texto está organizado en cuatro secciones: Introducción, Primera Parte, Segunda Parte y Epílogo. La Introducción plantea un análisis general de los tratados demonológicos ingleses publicados entre 1560 y 1649, con un especial hincapié en la evolución interna de sus postulados a lo largo del periodo. Durante ese siglo corto, los tratados abordaron problemas semejantes, aunque desde perspectivas que presentaban matices que merecen ser estudiados con detenimiento. El discurso demonológico inglés no permaneció inmutable, sino que estuvo marcado por un desarrollo de tipo acumulativo caracterizado por una tendencia a la progresiva radicalización de sus postulados. Esta evolución no se entiende a partir de transformaciones rupturistas o saltos cualitativos, sino por modificaciones graduales y pasibles de ser identificadas entre una publicación y otra. Para reflejar dichas transformaciones se tendrá en cuenta la influencia que en aquellas tuvieron los panfletos judiciales, documentos que contenían ideas de carácter popular o folclórico sobre la brujería que presentaban un desafío a la visión de los demonólogos.
La Primera Parte se ocupará de los aspectos más teóricos del discurso demonológico, con la intención de vincular las ideas de los autores ingleses con las tradiciones cristianas sobre el tema elaboradas entre los padres de la Iglesia y el Renacimiento. A partir de allí, podrán discutirse dos de las ideas acerca de los textos escogidos más arraigadas entre los historiadores. Por un lado, que los tratados publicados en Inglaterra hubiesen desarrollado una trayectoria teórico-conceptual independiente respecto de aquellos impresos en Europa continental; por el otro, que los primeros se hubiesen caracterizado por su moderación, entendiendo por ello que sus autores le otorgaron poca o nula importancia a conceptos casi siempre esenciales en los segundos: el pacto con los demonios, la manifestación física de esos seres en el mundo material, el aspecto sexual del delito de brujería y su carácter conspirativo. En este sentido, se propone que el rol, las facultades y la relación de los tres protagonistas excluyentes de todo tratado académico sobre brujería (la divinidad, los demonios y los brujos), tal como fueron descritos por los demonólogos ingleses, no presentan diferencias ontológicas o dramáticas con las sostenidas por los autores no británicos. Para ello, resulta necesario establecer una comparación minuciosa y sistemática con escritos demonológicos publicados fuera del espacio geográfico inglés y cuyos postulados o ideas sobre el tema hayan sido tradicionalmente considerados radicales o más desarrollados. Esta tarea impone a quien escribe un nuevo ejercicio de selección documental, proceso cuya complejidad y antipatía aumenta debido a la gran cantidad de textos que cumplen con las condiciones recién mencionadas. El ensayo comparativo, por caso, podría haber sido realizado en torno al celebérrimo Malleus Maleficarum (1486) del inquisidor alsaciano Henrich Krämer, considerado el primer best seller demonológico de la era de la caza de brujas, y que sin duda constituyó un auténtico parteaguas en la historia de aquel género teológico en los albores de la modernidad.4 También podría haberse optado por el Tractatus de confessionibus maleficorum et sagarum (1589), del obispo Peter Binsfeld, o la Panoplia armaturae dei (1625), del obispo Friedrich Förner, ambos muy leídos en tierras germanas. Otras opciones ponderadas fueron las del sacerdote Francesco María Guazzo, responsable del Compendium Maleficarum (1608), y las del exorcista Girolamo Menghi, autor del Compendio dell’arte essorcistica (1576). Todos los demonólogos y obras mencionadas, sin embargo, presentan motivos por los cuales no fueron escogidos como objeto de comparación. El texto de Krämer antecede en prácticamente un siglo a las primeras publicaciones inglesas y, a pesar de su importancia, pertenece a una etapa formativa del discurso demonológico temprano-moderno. Los de Binsfeld y Guazzo, aunque contemporáneos a los tratados escogidos, no fueron influyentes en Inglaterra. El compendio de Menghi, por su parte, se centra más en el problema de la posesión que en el de la brujería.
Otro tipo de inconvenientes presentan