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Sugar, daddy. E. M ValverdeЧитать онлайн книгу.

Sugar, daddy - E. M Valverde


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a aprender a cocinar y acabar haciendo otras cosas sucias en la cocina.

      No le besaría, y mucho menos llegaría a tocar las partes prohibidas de mis sueños.

      Areum

      —Perdona por haber estado toda la tarde durmiendo, Kohie –descolgó la chaqueta y me ayudó a ponérmela, a pesar de que no hacía falta–, anoche me costó conciliar el sueño.

      Asintió en silencio, con una mueca vaga que no hacía justicia a su sonrisa de hoyuelos. Estaba muy callado.

      Opté por ir a lo seguro, y lo abracé de despedida.

      —Eres una buena almohada para las siestas –confesé, hundiendo la cara cálidamente en su sudadera, suspiré–. Estás un poco serio...

      Mis palabras se perdieron en su hombro, y me apretó más fuerte contra él, como si alguno de los dos se fuese a ir de viaje por mucho tiempo.

      No sabía qué le sucedía, pero que me lo contara cuando estuviese cómodo, no le iba a presionar. Tal vez su padre le había dicho algo de nuevo, y sabía lo que le costaba lidiar con la violencia traumática.

      —Areum –me pausó–, no te metas en líos, por favor –su despedida escondía un trasfondo complejo, pero no lo supe identificar en el momento.

      Lunes

      Kohaku

      Esperé afuera del vestuario de chicas. ya que probablemente Areum ya estuviera cambiándose. Había estado todo el fin de semana sin hablarle.

      No había podido ver su cuello de nuevo, pero los moretones me perseguían cada vez que cerraba los ojos. ¿Qué había más desgarrador que pruebas físicas de que tu amada está con otro cuando la estás abrazando? Según mi joven corazón, nada.

      Necesitaba madurar y hacerme fuerte. Además, ella probablemente estuviera con otro. Qué jodido subnormal estaba hecho.

      —No pensaba que estarías aquí –asomó la cabeza para mirar a ambos lados del vacío pasillo, y salió. Todavía llevaba el uniforme colegial puesto, no el de gimnasia–, me voy a saltar educación física.

      Caminó hacia las escaleras sin mirarme por segunda vez, y le cogí la muñeca algo molesto por su nula explicación.

      —Tú nunca haces novillos –espeté, observando su cara sorprendida con mi reacción. Intenté no ser tan intenso y suavizarme, le solté–, es la última hora de clase, ¿por qué no te quedas?

      —Es que...no puedo, me duele un poco el cuerpo.

      —¿Dé qué?, ¿y dónde? –me acerqué a ella, comenzando a cansarme de que tuviese que llevar la puta bufanda, porque sabía qué había debajo. ¿Y si tenía moratones nuevos?

      —Pues...me duele el culo...¡de hacer sentadillas! También tengo contracturas en el cuello de hacer incorrectamente los abdominales, ¿contento?

      Se cruzó de brazos a la defensiva con lo último, intocable. Yo también me había entrometido demasiado, pero ella me estaba mintiendo.

      —¿Abdominales? –sabía lo que era el dolor en el cuello por unos mal ejecutados abdominales, pero definitivamente no te dejaban esos moratones en la piel–. Vale –chasqueé la lengua, metiendo las manos en los bolsillos con dejadez.

      Me sentí encolerizado de que tuviese el valor de mentirme a la cara.

      —¿Qué pasa? –sus cejas maquilladas se fruncieron. Primero me ocultaba información y luego la negaba, ¿por qué?

      —Nada. Que te lo pases bien sin hacer nada en casa –espeté, marchándome amargado.

      —Vale, ¡pásatelo bien atándote los cordones imaginarios cuando corras!

      Golpe bajo, golpe muy bajo.

      —Vale –incliné la cabeza con chulería y mala hostia, acercándome a la suya con intenciones de hacerle callar.

      —¡Vale! –creía haber notado el batido de sus pestañas de lo cerca que estábamos, y estábamos montando una escena en el pasillo. Se apartó y se desapareció por las escaleras bufando, y me entraron ganas de descargar mi rabia contra algo.

      ...

      Me había duchado y relajado un poco con el ejercicio físico, e intenté no pensar en la cara dormidita de Areum, imperturbada por el destrozo de su cuello. Pft.

      Caminé empantallado al teléfono por el aparcamiento, y choqué con un estudiante de último año, de mi mismo curso.

      —Perdona, no miraba por dónd...–

      —No soltáis el teléfono ni para caminar, tskk... –me tensé, ya que reconocí esa voz madura y altiva, una sonrisa arrogante que brillaba como sus anillos.

      Takashi Kaito. El colaborador de Areum. Un mal presentimiento.

      —¿Qué se te ofrece? –no le perdonaba que le hubiera mirado las bragas a Areum la pasada vez en el aparcamiento, ni el acercamiento en la discoteca. No me fiaba de él.

      —Vengo a por Areum –se crujió el cuello sin dejar de mirarme, y guardé mi iPhone para no estampárselo en la cara de rabia. ¿Por qué me daba la sensación de que se creía el dueño de todo?–, ¿dónde está?

      —Simplemente no está –contesté seco, dispuesto a irme al coche. Me tocó mucho los cojones cuando se interpuso en mi camino.

      —Eso ya lo veo, si no estarías detrás de ella como siempre.

      —¿Quién coño te crees que eres? –le planté cara cansado, aguantándole la mirada, sombría como pocas.

      —¿Con esa boca besas a tu madre? –hizo una pausa, una mueca que se asemejaba a una sonrisa partiendo su cara–. Oh, es verdad...no tienes. Tu padre no te debe de haber criado de esa forma, así que haz el favor de hablarme bien.

      Ignoré el pinchazo que sentí en el pecho, presa de su manipulación.

      —¿No tienes nada mejor que hacer? Te he dicho que no está aquí, se ha ido en educación física –quería que me dejara tranquilo y que dejara de mencionarla, porque ni siquiera yo podía hacerlo.

      —Vaya, qué interesante... –miró algo por encima de mi hombro, y señaló con el mentón al grupo de chicas de mi clase–, ¿ese es el uniforme de la asignatura? –miró de más las piernas de las chicas, y coquetearon con él. Pftt qué puta grima. Él tenía veintitantos y ellas apenas dieciocho–. La última vez que vi a Areum estaba un poco adolorida –se encendió un piti haciendo cueva con la mano y el mechero, tirándome el humo en la cara–. Supongo que averiguaré qué le pasa cuando la vea esta tarde. No puede saltarse la obligación.

      —Me alegro por ti –respondí sarcástico, y choqué su hombro al rodearle y seguir caminando. Oí su risa gutural–. Hijo de puta.

      —Por cierto, muy tierno tu collar, Ito –se mofó–. Casi cubre los chupetones que tiene por todo el cuello.

      17. [otoño enigmático]

      Kohaku

      Algunas cosas empezaron a encajar.

      —¿Son tus iniciales, verdad? “T.K” –recorrí los pasos hacia él, sacando pecho a punto de reventarle la puta cara–. Le has dado tú el collar ese con diamantes.

      Le di un empujón, y sonreí satisfecho cuando trastabilló hacia atrás y se le cayó el cigarrillo. Se recompuso al segundo, reajustándose la chaqueta de traje de forma innecesaria. Se acercó a mí hasta quedar a menos de medio metro, pero permanecí inmóvil a pesar de lo mucho que me intimidaba.

      —¿Te das cuenta ahora? –una risa malévola me enfrió los huesos–. Estás tan cegado por el amor que no ves que tu amada puede ser una zorra cualquiera.

      —No hables así de ella –le enseñé los dientes enfadado, mis dedos ansiando cogerle la camisa cuando


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