Sugar, daddy. E. M ValverdeЧитать онлайн книгу.
una verdad universal, pero aún así intenté no venirme abajo frente a él.
—No vas a conseguir nada comprándole cosas, ella misma es su sugar daddy –mi recordatorio me inspiró una sonrisa, sintiendo que por fin tenía un punto válido en la conversación–. ¿Qué crees que vas a conseguir regalándole mierdas caras? Ya lo tiene todo.
—No me hace falta cortejarla, voy varios pasos por delante de ti –sopló aire y me despeinó el flequillo, y le cogí del cuello de la camisa harto–. ¿Te has visto en el espejo? Eres una vergüenza de hombre, ni siquiera puedes mirarle sin sonrojarte... Creo que nunca he visto nada tan patético. No me extraña que tu padre esté decepcionado contigo.
Estaba tocando temas sensibles, y sentí los trocitos de mi corazón bajo mi zapatilla. El muy desgraciado había investigado mi pasado familiar, genial.
—Si fueses mi hijo ya te habría quitado la tontería a palizas –repitió lo último a centímetros de mi cara, algo sádico en sus ojos. Desvié el tema.
—¿Le has hecho tú eso del cuello? –escupí, dando un tirón en su camisa. “Tengo contracturas en el cuello de hacer mal los abdominales” Había dicho Areum.
—Y no solo en el cuello, “Kohie” –noté algo frío oprimir mi mandíbula, y vi su mano anillada sujetándome. Sabía coger fuerte y hacer daño psicológico a la vez.
—No me llames así –le zarandeé menos de lo que me habría gustado, pero todavía seguíamos en el aparcamiento del instituto a punto de pegarnos. El apodo de Areum me había afectado tanto que se me escapó el suyo–, eso está reservado solo para Ari.
Suspiró cansado, como si estuviese lidiando con un niño pequeño. Se crujió el cuello de nuevo, un sonido rompiendo el silencio más aguzado que el filo de un cuchillo.
—Me estás comenzando a tocar los cojones, Ito –algo largo y fino se enroscó en mi camisa, y tiró hacia él para luego empujarme hacia atrás–. Desprecio a la gente entrometida, así que no metas tu puta nariz en mis asuntos a menos que quieras acabar mal.
—Has empezado tú con el collar –perdí el equilibrio por lo fuerte que me había lanzado, y cuando me levanté me quedé en el mismo punto.
Varias personas nos miraban desde la distancia, y muy a mi pesar, el instituto no me parecía el mejor lugar para pegarme con Takashi, aunque tuviese muchísimas ganas.
“Me duele el culo de hacer sentadillas”
Para hacerle eso, mínimo le tendría que haber visto desnuda. Pero Areum era una chica prudente, no tocaría a Takashi ni con un palo, ella misma me había dicho lo mucho que odiaba al heredero de Hyundai.
Él no podría ser su follamigo, ¿verdad?
—Ya sabes que hay que tener mano rígida con las coreanas –tensé la mandíbula con la bromita post-colonial–, y tú no la tienes, Ito. Deja el trabajo para un hombre de verdad.
—¿Qué le has hecho? –la vena del cuello me iba a explotar, los moratones violáceos de nuevo en mi mente.
—¿Qué no le hecho? –apartó la manga de su chaqueta para mirar su reloj, e inclinó la cabeza en un ángulo siniestro–. Debo de ir a trabajar, alguien me espera de rodillas en mi despacho.
Me habían criado a ser modesto, a no presumir de ser heredero de Apple o de tener contactos importantes; pero en este momento necesitaba sentirme superior a él de alguna forma.
Nunca había sentido tantas ganas de matar a alguien, nunca.
—Como le toques un pelo te juro que te arruino las acciones en bolsa –apreté los puños cuando se dio la vuelta, pero frenó sus zapatos negros–. Expondré a toda la puta prensa lo que estás haciendo con una menor de edad.
—¿Que tú me vas a exponer? –se rió, desencajando la mandíbula–.Da gracias que no sabes toda la información comprometida que tengo de ti. No estoy haciendo nada malo, solo follándome a mi colegiala colaboradora –su ojo se cerró en un guiño, y tragué duro por cómo la había llamado.
—No te lo vuelvo a repetir, Takashi. Como le hagas algo...–
—Como me sigas hinchando los cojones lo siguiente que le dejaré morado será el culo, aunque por supuesto, tú no lo verías. Es una pena, ¿sabes? Se le quedó rojo por la estampa de mi mano, se puso a llorar la otra noche, es un espectáculo precioso.
Se lo estaba inventando para hacerme rabiar, era su naturaleza cruel. Se lo estaba inventando, se lo estaba inventando.
Areum
Había llegado una hora antes de la cita “laboral” a la Hyundai, y como estaba en un estado anímico complicado, me apetecía estar sola.
Me había subido al último piso, ese que estaba escondido del ascensor y tenía una imponente puerta de cerezo. Aquí arriba nadie me molestaría.
Me había sentado en el suelo para hacer los deberes atrasados, los libros desperdigados por el sofá del pasillo.
Kohaku no me había mandado ningún mensaje ni yo a él, y dudaba mucho que esta tarde fuese a pasar. No entendía por qué se había molestado tanto porque hiciese novillos, y como tampoco me lo había explicado, no podía hacer nada. Ya se aclarará.
Un sonido acompasado me sacó del problema de contabilidad. Eran pasos del piso inferior, ascendiendo por el pequeño tramo de escaleras. Se me resolvieron las dudas al ver unos zapatos negros con decoraciones metálicas. Subí la mirada hasta su cara angulosa, y sus cejas se elevaron en un saludo.
No le veía desde la noche en el Four Seasons, y no supe cómo actuar. Me había dejado el culo adolorido, y como siempre, el cuello. Aún así estaba tranquila.
Caminó por detrás de mí todavía en silencio, y sus piernas alargadas protegieron mi espalda encorvada en los deberes.
—Buenas tardes, Señor Takashi –levanté la cabeza 180º para verle del revés, pero volví la mirada a mis apuntes cuando sentí un ligero mareo. Sus dedos alargados se perdieron en mi pelo, y me incliné hacia su toque sintiéndome calmada por primera vez en el día.
Estaba muy callado, pero no me molestaba. Incluso me ayudó con los deberes.
—Estoy bastante seguro de que la respuesta al problema no tiene decimales, cielo –noté que se había acercado por cómo su respiración suave mecía algunos de mis pelos rebeldes. Asentí, todavía presa del masaje de sus dedos, y me cogió dulcemente el mentón para inclinarme hacia atrás–. ¿Me das un beso, nena?
Entecerré los ojos cuando no pude estirarme más, esperándole. Dio un apretón (¿cariñoso?) en el cuello, y me dio un beso demasiado suave para ser suyo.
Me soltó y recogió mis libros del sofá, y oí el tintineo de sus llaves cuando abrió la puerta. Me levanté con esfuerzo del suelo, estaba cansada emocional y físicamente y no sabía si iba a tener fuerzas para aguantar una sesión con Takashi Kaito.
Apiló los libros en su escritorio, y se refugió en su butaca con la cabeza echada hacia atrás, su nuez de Adán expuesta y sus brazos en los reposabrazos. Parecía igual de cansado que yo, pero era tan enigmático que no lo supe confirmar.
—¿Señor Takashi? –no reconocí la miel dulce de mi voz, pero se incorporó para sonreírme vagamente.
—Ven aquí, Areum –palmeó su regazo, y me rodeó el estómago cuando apoyé la cabeza en su hombro. Éramos dos extraños compartiendo intimidad y calor humano, pero ninguno lo comentó.
—¿Qué vamos a hacer hoy? –noté su pecho desinflarse por la respiración pesada. Si estaba agotado no lo mostró en ningún momento.–. Estoy un poco cansada.
—En ese caso, ¿te parece que tengamos una tarde tranquila? –paseó los dedos por su collar, toqueteando el charm en forma de corazón que se escondía el hueco de mis clavículas, erizándome la piel–. Puedes continuar los