Sugar, daddy. E. M ValverdeЧитать онлайн книгу.
en mí–. Interesante combinación de amistad, la vuestra. Prácticamente enemigos empresariales.
Noté el brazo de mi mejor amigo apretarse más en mi hombro, dándome una clara señal de que había tocado un tema sensible. Nuestra relación controversial ya era demasiado abordada por la prensa, por el colegio entero y por nuestros propios padres, no hacía falta otra opinión más.
—Nosotros ya nos íbamos –empujé a Kohaku hacia el lado opuesto cuando vi su mandíbula tensada–. Buenas noches, Señor Takashi, le veré en el trabajo –antes de encaminarme hacia la salida, una mano grande aprisionó mi muñeca y me arrastró de vuelta. Reconocí el toque autoritario–. Señor Takeshi...
Ignoré la cercanía tan poco política que había entre los dos, y lo acepté con mentalidad de discoteca.
—Qué ganas tengo de volver a verte en el despacho, Areum –dijo ronco en mi oído, dejándome algo encaprichada.
...
—Kohaku... –admiré su graffiti con admiración–. Sabía que dibujabas bien, pero no tan bien –a pesar de que las mascarillas nos cubrían la mitad de la cara para no correr riesgos con la prensa, vi sus ojitos sonrientes con mi cumplido –. Deberías crear una serie animada para Apple, te juro que triunfaría.
—Estás loca –me despeinó de forma cariñosa, mirando la mierda de graffiti que había hecho yo, el cual consistía en letras de canciones que me gustaban.
—Oye, yo sí que vería la serie...pero solo si es de dibujitos, eh –me sentía somnolienta por el alcohol de la discoteca, así que me apoyé en su pecho, el latido de su corazón nublando el sonido de fondo.
—¿De dibujitos? –repitió, un poco aturdido con mi gesto–. Suenas...bastante adorable cuando hablas así –me rodeó la espalda para darme calor, a pesar de que ya me había dejado su chaqueta de cuero, y el ambiente era utópicamente perfecto hasta que mi móvil comenzó a vibrar.
—¿Mamá? –estabilicé mi voz sin apartarme de él.
—Cariño, me han informado de que estás con Ito Kohaku. Creía que estabas en casa de tu amiga, pónmela al teléfono, quiero hablar con ella.
Mierda
—Mamá, ahora no puedo hablar... –
—Si te atreves a colgar habrán consecuencias –espetó, y por su tono sabía que me iba a castigar.
—Ari –Kohaku me llamó en un susurro, y le miré con pena. Cogió mi muñeca, acercándose el teléfono a pesar de que puse resistencia y le amenacé con no hacerlo–. ¿Señora So? Kohaku al habla –su cara se fue apagando conforme mi madre le gritaba, y no quise saber qué estaba escuchando. Hundí la cara en su pecho, a punto de llorar–. Soy perfectamente consciente de ello... Sí, Señora...
—Kohie, no tienes por qué darle explicaciones... –hice un amago de quitarle el teléfono, pero ciñó el brazo en mi cintura y me callé.
Era la misma mierda de siempre de mantener distancias con la competencia, cosa que tal vez consideraría en caso de que Kohaku no fuese mi mejor amigo.
Cuando colgó la llamada, ya había llegado un coche privado para devolverme a casa.
—¿Qué te ha dicho? –ver su mueca de amargura me hizo sentir fatal–. No le des importancia, sabes que no hay nada de dañino en nuestra amistad –le abracé más fuerte, y solo me devolvió el abrazo con pena–. Siento haber fastidiado la noche, Kohaku.
—No has jodido nada –apartó algunos mechones despeinados de mi pelo, y me obligué a no pensar en lo suave que se sentía su tacto–. Me lo he pasado muy bien perreando y vandalizando las calles contigo, como siempre –acarició mi cintura tímido, y noté el tenue latido de su corazón–. No es culpa de ninguno representar a dos compañías enemistadas –suspiró con pesadez, visiblemente afectado.
—Tienes razón –el puto coche pitó en mi búsqueda y me despedí a pesar de que no quería–. Buenas noches, Kohaku –envalentonada por el alcohol en sangre, me puse de puntillas y besé su mejilla–, a ver si descansas bien.
—B-Buenas noches...Areum –ocultó su cara severamente sonrojada, y le devolví la chaqueta al desaparecer dentro del coche.
Lo que ninguno de los dos sabía era que el Señor Takashi sonreía siniestramente desde su coche, aparcado al final de la oscura calle, con el registro de llamadas abierto e iluminando su cara.
3. [su despacho borgoña]
Areum
—No tengo fuerzas para ir a trabajar –escupí el hueso de la cereza lloriqueando, apoyada contra el árbol de siempre del instituto–. No quiero ver su cara...
—No suenas muy convencida –observó Kohaku, tirando también el hueso de la cereza a la tierra–. ¿Cuánto durará la colaboración?
—Seis largos meses.
—Todavía no me has contado por qué no te cae bien el heredero de la Hyundai –miró al cielo reflexionando, pero no lo compartió conmigo y yo me quedé callada. Se metió otra cereza a la boca–. A mí no me da nada de confianza, sobre todo después de lo de la discoteca –oí el crujido seco cuando sus dientes reventaron el hueso, su expresión fastidiada–, ¿y si llegas a estar sola de verdad?
—No saldría de fiesta sin ti –dije tensa, evitando el tema.
—Ya –hizo una pausa–, pero si llego a tardar más en el baño... El tal Takashi tenía la mirada muy oscura, Areum. Eso no es buena señal, ¿sabes?
“También me ha acosado y cogido del cuello” pensé.
—La discoteca estaba oscura –me hice la tonta, cogiendo otra cereza y evitando sus ojos.
—No me refiero a eso. A la gente mala se le ensombrece la mirada cuando quieren hacer el mal, y es justo lo que le pasó a ese.
Me saltó la alarma al oír el tono defensivo y seco de Kohaku, ya que no quería que supiera lo del Señor Takashi. Prefería lidiar con ello en silencio en vez de pedir ayuda, cosa que no volvería a hacer jamás.
—Es muy egocéntrico, me saca de quicio –apoyé la mejilla en su hombro, con cuidado de no manchar su camisa de Yves Saint Laurent de maquillaje.
—Yo también soy egocéntrico... –Kohaku apoyó su cabeza contra la mía, un ambiguo gesto entre amigos. A ninguno de los dos le pareció mal la cercanía, así que la disfrutamos miserablemente en silencio.
No me pasó por alto su voz necesitada de aprobación, y pensé que Kohaku tal vez se sintió amenazado por el Señor Takashi. No me extrañaría, ese hombre tenía algo extraño...
Lo cierto era que Kohaku era un bombón que se empeñaba en hacer de chico malo, pero él había sido el primer alumno japonés en dirigirme la mirada, cuando muchos otros me miraron con burla. Se había convertido en mi único y mejor amigo, y quería mantenerlo así.
—Pero a ti te lo perdono. Me regalas cerezas para comprar mi amistad –sonreí un poquito, apartándome para llevarme otra cereza a la boca. Bajo sus cejas rectas y negras, se le dilataron los ojos por la sombra del árbol. Tuvo la misma mirada oscura que Takeshi, pero no dije nada.
—Las que quieras –desvió la mirada solo para ubicar las cerezas, y cuando cogió una pensativo, sus ojos estaban más negros, y ya no sabía si era por la sombra o porque estaba viendo algo que le gustaba. Tal vez yo.
No quise hablar para no romper la intimidad que se había formado, así que miré curiosa a Kohaku, cuyos dedos me ofrecían la cereza directamente en la boca. Sentí una chispa de algo, al mirarle directamente a los ojos, y ahí comencé a sentir las primeras mariposas en el estómago, que tendría que haber matado.
—¿No abres la boca?
Sentí mi cara arder y no supe exactamente de qué, pero