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Llegada . Морган РайсЧитать онлайн книгу.

Llegada  - Морган Райс


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se coló dentro de él al pensarlo. ¿Y si era así? ¿Y si entraban?

      —Eso es lo que yo haría si fuera un extraterrestre —dijo Luna—. Tomar el poder de todo, asegurarme de que no queda nadie para contraatacar. Matar a cualquiera que se meta en mi camino.

      No por primera vez en su vida, Kevin juró que nunca se iría al lado malo de Luna. Aun así, podía oír el miedo bajo sus palabras. Incluso podía compartirlo. ¿Y si habían ido corriendo a un lugar que parecía seguro, para encontrarse con que este ya estuviera haciéndose pedazos?

      —¿Podemos ver quién hay ahí fuera? —preguntó Kevin.

      Luna señaló hacia las pantallas en blanco.

      —Están muertas desde ayer por la noche.

      —Pero esta solo es la señal para alrededor del mundo —insistió Kevin—. Debe haber… no sé, cámaras de seguridad o algo así.

      Tenía que haber. Un edificio de investigación militar no estaría ciego a todo lo que pasase a su alrededor. Empezó a tocar teclas de los sistemas informáticos para intentar encontrar una manera de que hicieran lo que ellos querían. La mayoría de las pantallas estaban en blanco, las señales de alrededor del mundo cortadas, o bloqueadas, o sencillamente… habían desaparecido. Luna empezó a tocar teclas a su lado, aunque Kevin sospechaba que no tenía más idea que él sobre qué hacer.

      —Sea quien sea, no sé si deberíamos dejarlos entrar —dijo Luna—. Cualquiera podría estar allí fuera.

      —Podría ser —dijo Kevin—, pero ¿y si es alguien que necesita nuestra ayuda?

      —Tal vez —dijo Luna, sin parecer muy convencida—. Sea quien sea, está golpeando la puerta bastante fuerte.

      Eso era cierto. Los ecos metálicos de cada golpe resonaban en el búnker. Venían de tres en tres y, poco a poco, Kevin empezó a darse cuenta de que los espacios entre ellos seguían un patrón.

      —Tres cortos, tres largos, tres cortos —dijo.

      —¿Un SOS, quieres decir? —preguntó Luna.

      Kevin le lanzó una mirada.

      —Pensé que todo el mundo lo sabía —dijo—. Eso es lo único que recuerdo.

      —¿Así que alguien está en problemas allá fuera? —preguntó Kevin, y ese pensamiento le trajo otro tipo de preocupación. ¿Deberían estar ayudando en lugar de dudar? Divisó la imagen de una cámara en la esquina de una de las pantallas. La tocó y entonces las cámaras se encendieron con imágenes de las cámaras de seguridad de la base desierta.

      —Esa —dijo Luna, señalando una de las imágenes como si Kevin no supiera distinguir a una del resto—. Déjame.

      Tocó una tecla y la imagen llenó la pantalla.

      Kevin no sabía lo qué esperar. Tal vez una multitud de personas controladas por los alienígenas. Un soldado que conociera la base y se había abierto camino luchando por todo el país para llegar allí. No una chica de su edad, que sujetaba lo que parecían los restos de un letrero y que golpeaba la puerta con él a un ritmo regular.

      Era atlética y tenía el pelo oscuro, lo llevaba corto y llevaba un pendiente en la nariz con el que parecía retar al mundo a que dijeran algo sobre él. Kevin vio que su cara era bonita, muy bonita, pensó, pero con una dura astucia que daba a entender que no agradecería que la llamaran así. Llevaba una sudadera oscura con capucha y una chaqueta de cuero por encima que parecía ser un par de tallas grande, tejanos rotos y botas de montaña. Tenía una pequeña mochila, como si estuviera haciendo senderismo por la montaña, pero por lo demás parecía más una fugitiva, su ropa estaba tan sucia que podría haber estado por ahí fuera durante semanas antes de que vinieran los extraterrestres.

      —Esto no me gusta —dijo Luna—. ¿Por qué solo hay una chica allá fuera intentando entrar?

      —No lo sé —dijo Kevin—, pero probablemente deberíamos dejarla entrar.

      Eso tenía sentido, ¿verdad? Si estaba pidiendo ayuda, ellos deberían por lo menos intentarlo, ¿verdad? Ahora la chica estaba mirando a la cámara y, a pesar de que parecía que no había ningún ruido, no parecía contenta de que la dejaran allá fuera.

      Luna tocó algo y entonces la oyeron, los micrófonos recogieron sus palabras.

      —¡… que me dejéis entrar! ¡Esas cosas todavía están por aquí fuera! ¡Estoy segura!

      Kevin se puso a mirar por detrás de ella en las cámaras y, como era de esperar, pensó que podía distinguir señales de la gente que había allí, que se movían sin ninguna finalidad y que daba a entender que los extraterrestres los tenían.

      —Deberíamos dejarla entrar —dijo Kevin—. No podemos dejar a alguien allá fuera.

      —No lleva máscara —puntualizó Luna.

      —¿Y?

      Luna negó con la cabeza.

      —Y si no lleva máscara, ¿cómo es que el vapor alienígena no la está transformando? ¿Cómo sabemos que no es una de ellos?

      Como respuesta a ello, la chica de la pantalla se acercó más a la cámara y miró directamente hacia ella.

      —Sé que hay alguien ahí —dijo—. Vi que la cámara se movió. Mirad, no soy uno de ellos, soy normal. ¡Miradme!

      Kevin la miró a los ojos. Eran grandes y marrones, pero lo más importante es que las pupilas eran normales. No habían cambiado al blanco puro de las de los científicos cuando el vapor de la roca se había apoderado de ellos, o de la manera en que lo habían hecho las de su madre cuando él había ido a casa…

      —Tenemos que dejarla entrar —dijo Kevin—. Si la dejamos allá fuera, los controlados la cogerán.

      Como era de esperar, Kevin vio unas siluetas vestidas con uniforme militar que avanzaban hacia delante, moviéndose al unísono, evidentemente bajo el control de los extraterrestres.

      Fue corriendo hacia el compartimento estanco y usó la llave que la Dra. Levin le había dado para abrirlo. Detrás, la chica estaba allí esperando, mientras los antiguos soldados ahora se estaban acercando y rompían a correr.

      —¡Rápido, dentro! —dijo Kevin. Tiró de la chica hacia el compartimento estanco, pues no había tiempo que perder. Fue a tirar de la puerta para cerrarla, sabiendo que estarían a salvo en el momento en el que estuviera entre ellos y los controlados que avanzaban hacia la base.

      No cedía.

      —¡Ayúdame! —le gritó Kevin, tirando de la puerta y sintiendo la solidez del acero bajo sus manos. La chica la agarró con él, tiró de la puerta y tiró su peso hacia atrás para intentar moverla.

      Un poco más lejos, los antiguos soldados avanzaban corriendo y a Kevin le costaba mantener su atención en la puerta y no en ellos. Era la única manera en que podía mantener su pánico a raya y concentrarse en tirar su propio peso hacia atrás, tirando de la puerta.

      Finalmente, cedió, giró hasta ponerse en movimiento mientras se arrastraba hasta cerrarse. Kevin oyó su eco al cerrarse de golpe y bloquearse con un clic que sonó en todo el compartimento estanco.

      «Iniciando proceso de descontaminación» —dijo una voz electrónica, tal y como lo había hecho cuando Kevin y Luna llegaron primero. Hubo una ráfaga al limpiar el aire con los filtros del búnker que había a su alrededor.

      —Hola, me llamo Kevin —dijo. Sospechaba que debía haber algo más impresionante para decir en un momento así, pero no se le ocurría.

      La chica se quedó callada durante uno o dos segundos, pero después pareció darse cuenta de que Kevin podría estar esperando una respuesta.

      —Yo soy Chloe.

      —Encantado de conocerte, Chloe —dijo Kevin.

      Ella


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