Antropología de la integración. Antonio Malo PéЧитать онлайн книгу.
En las relaciones interpersonales mediadas por el cuerpo hay que incluir una serie de fenómenos de notable valor antropológico, como la risa y el llanto, la ternura, el vestido y la danza. La risa y la sonrisa permiten modular una amplia gama de sentimientos referidos al otro: complacencia, indulgencia, humorismo, alegría, esperanza; mediante el llanto se alcanzan tonos tétricos: dolor, sufrimiento, rabia, impotencia, desesperación. El amor, o sea, el placer de estar-con y ser-para el otro, se muestra en la caricia, el beso, el abrazo. Los modos de manifestar el amor dependen tanto de la persona como de las culturas: restregarse las narices, aproximar las mejillas, el beso de la paz, el abrazo, etc., son algunas de las formas culturales con que la corporeidad expresa la dimensión amorosa. En fin, la indumentaria, los adornos, el modo de hablar y moverse, además de ser objetivaciones de la personalidad, revelan la posición social de la persona o su pertenencia a un grupo, como se observa en algunos piercing y tatuajes. La danza ocupa un lugar particular en el significado relacional de la corporeidad, pues no solo incorpora la tradición, las costumbres sociales y la cultura, sino que las transciende, cuando, por ejemplo, se convierte en rito sagrado.
En definitiva, mediante las facciones de la cara, la mirada, las expresiones del rostro, el timbre de la voz y el movimiento del cuerpo puede pasarse de un encuentro casual con el otro a una relación estable, como sucede en la amistad. Así, lo que aparentemente es más exterior y específico —el cuerpo— se transforma en la principal puerta de acceso a la intimidad de las personas.
3. LA UNIÓN SUSTANCIAL CUERPO-ALMA
El análisis del cuerpo como realidad material, orgánica, sentiente y personal nos ha hecho descubrir un conjunto de propiedades emergentes. No significa, sin embargo, que el cuerpo humano sea primero material, después viviente, más adelante sentiente y, por último, personal, ya que desde su origen el cuerpo tiene un sólo principio que lo convierte en viviente, sentiente, personal. El conjunto de los elementos materiales, orgánicos y sensibles está ordenado, estructurado y dispuesto según este principio, al que tradicionalmente se ha dado en llamar alma. Por eso, a pesar de la multiplicidad de sustancias, órganos y funciones, el cuerpo es uno, y esta unidad no se pierde, si no con la muerte. Aunque muchos nieguen la existencia del alma, los seres vivos actúan como si la tuvieran, y esto los distingue de todo lo que carece de vida; en efecto, si una piedra o una figura de cera o un cadáver empezaran a moverse, nos horrorizaríamos, porque sabemos que la materia, de por sí, no puede actuar de ese modo[17]. El vivir no es, pues, un acto de la materia ni un elemento material. Para explicarlo es preciso un principio activo inmaterial, es decir, un alma.
¿Qué es, entonces, el alma? Aristóteles ofrece dos definiciones de alma: una estructural y otra dinámica.
1) Definición estructural de alma. Según la primera definición, el alma es «el acto primero (entelecheia primera) del cuerpo natural orgánico que tiene la vida en potencia»[18]. Adentrémonos en esta definición. El acto de vivir o entelecheia no es nunca una especie de kinesis o movimiento físico, como andar, cortar un árbol o construir una casa, pues, en todos estos casos, el fin —el recorrido efectuado, el árbol cortado o la casa construida— está fuera de la operación. Es más bien un acto inmanente, es decir, un movimiento que posee en sí no solo el principio sino también el fin. Por eso, vivir es haber ya vivido, o sea, poseer la vida desde el comienzo; en efecto, a diferencia de la casa construida que se encuentra fuera del construir (mientras se construye no existe aún la casa), la vida se posee en el mismo acto de vivir, ya que de otro modo el comienzo del vivir carecería de vida, lo que es contradictorio.
A pesar de esto, la vida de los seres corporales es un acto inmanente muy especial, pues es el acto de un cuerpo que se comporta como potencia. En opinión de Aristóteles, esto es debido al hecho de que los vivientes orgánicos poseen una estructura hilemórfica, en la que el alma constituye la forma sustancial y el cuerpo orgánico, la materia. De ahí se deduce —de acuerdo con el Estagirita— que lo que vive no es el alma o el cuerpo por separado, sino más bien el compuesto o synolon, formado por alma y cuerpo. Al estudiar la muerte, veremos que el hilemorfismo aristotélico presenta ciertos límites. De todos modos, esa teoría nos consiente pensar el vivir como un tipo de acto, que no es físico, sino psíquico o animado (del griego psychê ‘alma’).
¿Cuál es la relación entre alma y cuerpo? La misma que hay en la naturaleza entre la materia y la forma. En los vivientes —y, por analogía, también en los otros seres materiales inanimados— la materia prima es el sujeto del cambio sustancial o radical, a saber: de su generación y muerte. Sin embargo, la materia prima es —en sí— pura potencia, por lo que, para pasar al acto, necesita una forma sustancial que la actualice, determinándola. En el caso del viviente, el alma es la forma que actualiza la materia organizándola y convirtiéndola en cuerpo vivo. Según santo Tomás, la primera determinación que el alma proporciona a la materia es la cantidad, o sea, la materia dotada de cierta extensión. De ahí que, para el Aquinate, el principio de individuación de los vivientes corporales y, por tanto, también de la persona humana, sea la materia quantitate signata, es decir, la materia señalada por la cantidad[19]. Así, lo que distingue esencialmente unas personas de otras es la extensión propia de la materia de sus cuerpos. Esto no significa, sin embargo, que el alma no sea también principio de individuación. En efecto, puesto que el alma de cada persona es la forma sustancial que determina la extensión del cuerpo, no es posible que sea forma de un cuerpo distinto ni, por consiguiente, que una persona pueda ser la misma con otro cuerpo, a diferencia de cuanto afirma el dualismo platónico y las doctrinas sobre la reencarnación[20]. Como veremos al tratar de la muerte, en el caso de la persona humana, además de la materia cuantificada y el alma, existen otros principios de individuación: el Yo o autoconciencia y la persona con sus relaciones constitutivas. Y todo ello se funda en un principio que es aún más radical: el acto de ser personal. De ahí que el acto de ser constituya el fundamento último tanto de la unidad personal, como de su integración.
Además, puesto que el cuerpo personal es potencia respecto del alma, depende de las condiciones materiales de este el que el alma pueda actuar de modo adecuado y sin obstáculos, es decir, pueda organizar la materia y conducir el viviente a su fin. Las indisposiciones orgánicas (como la ceguera, sordera, insensibilidad táctil) pueden privarlo de alguna de sus funciones sensibles propias y, a veces, incluso de la actualización de la razón y voluntad. Sin embargo, aunque imposibilitado, aquel cuerpo personal sigue teniendo un alma que, como intentaré demostrar al tratar de la inmortalidad, es de naturaleza espiritual. Por otra parte, a diferencia del alma, la vitalidad del cuerpo humano está limitada temporalmente. Tras el desarrollo del cuerpo (crecimiento, sensación, capacidad de engendrar), el alma no es capaz de seguir informándolo con todos sus órganos y funciones, por lo que comienza el declive, que se concluye con la muerte, o sea, con la indisposición definitiva del organismo para ser actualizado.
En la relación entre alma y cuerpo, junto a la causalidad material y formal, hay una causalidad eficiente, en virtud de la cual puede hablarse del alma y el cuerpo como motor y móvil reales, respectivamente. Esta eficiencia no debe interpretarse, sin embargo, en sentido físico, es decir, como nexo constante o secuencia temporal irreversible de dos fenómenos, sino en sentido metafísico, como participación del ser de la causa en el efecto. Así, a diferencia del motor artificial que puede diseñarse y, por tanto, existir antes de su construcción, pero no funciona hasta ser construido, los seres vivos no existen ni actúan antes de ser engendrados. La existencia de estos seres es siempre corporal y, por tanto, se trata de un vivir individual, mientras que el motor del coche, la especie pensada o la así llamada realidad virtual carecen de vida por falta de un cuerpo animado, es decir, de un principio que dé vida al cuerpo. El alma es, pues, causa eficiente intrínseca del cuerpo, ya que, además de organizarlo, lo dota de movimiento y funciones. La necesidad de encontrar la causa eficiente de los seres vivos lleva al Estagirita a sostener que, por ejemplo, la causa del embrión humano es el alma del padre, cuya eficiencia se transmitiría al semen. Al alma paterna y al semen debería añadirse la acción del sol, que produce el movimiento y el calor en el mundo sublunar. La biología y la genética actuales muestran, sin embargo, que el zigoto no requiere una causa eficiente distinta de la que se encuentra ya en él, es decir, le basta estar dotado de un determinado código genético.
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