Antropología de la integración. Antonio Malo PéЧитать онлайн книгу.
antes de poder acoger, ha sido ya acogido.
Por lo que se refiere al carácter sistémico, este se refiere no sólo a la relación entre los diversos órganos (pies, manos, laringe, oídos), sino sobre todo a la que existe entre el cuerpo y la razón. Así, la liberación de las manos de su significado biológico (extremidades para andar o correr), hace posible la bipedestación y esta, a su vez, la posición erecta de la columna vertebral, permitiendo una disposición equilibrada de la cabeza, lo que favorece el aumento de la capacidad craneal. Y todos esos cambios morfológicos están conectados con la razón. En efecto, como ya indicaba Anaxágoras (496 a.C.-428 a.C. aprox.), «el hombre es el más sabio de los vivientes porque tiene manos»[10]. Y Aristóteles, que ahonda en la correlación entre inteligencia y mano, añade: «Pero es razonable decir que tiene manos porque es el más sabio. Las manos, en efecto, son un instrumento y la naturaleza, como un hombre sabio, da cada cosa a quien puede usarla»[11]. En definitiva, en la hipótesis de que el hombre tuviese manos pero no inteligencia (como ocurre con los simios), no podría utilizarlas para construir instrumentos, pues le faltaría la capacidad para servirse de ellas como medio respecto de un fin. En la correlación entre manos e inteligencia, se puede seguir ahondando hasta llegar a la conclusión de que la libertad de los movimientos de la mano, especialmente los que son necesarios para hacer la pinza con el pulgar y el índice, se relacionan sistémicamente con la inteligencia práctica y, a través de ella, con las demás peculiaridades de la morfología del cuerpo humano: el caminar erecto y la producción de sonidos. Todo lo cual confirma el carácter sistémico del hombre.
Por lo que se refiere al lenguaje, hay también una serie de cambios morfológicos que hacen posible la formación de un aparato fonador con el que comunicarse personalmente. Entre ellos, ocupan un lugar importante las modificaciones del rostro humano: la cabeza pierde su inclinación hacia delante —lo que, en cambio, no sucede en otros mamíferos—, la boca cuenta con labios finos, lengua con gran movilidad y dientes pequeños, que además han retrocedido. A su vez, los órganos fonadores (boca, lengua, dientes) conforman el oído humano, haciéndolo capaz de percibir no sólo los ruidos del ambiente, sino también los sonidos, dotados de una estructura rítmica y tonal bien regulada. El lenguaje proyecta la existencia humana más allá de las exigencias materiales de la simple supervivencia, pues su fin es comunicar la verdad, el bien y lo bello[12]. La relación entre morfología y razón se refleja también en la apertura del cuerpo humano a la realidad, en virtud de la cual la persona no se halla en un medioambiente, sino en el mundo. Por eso, el hombre, a diferencia del animal, transforma su nicho ecológico en vez de adaptarse a él, convirtiéndolo en su hogar[13].
Por otro lado, la distinción entre el cuerpo que acoge y el que es acogido establece una asimetría entre las personas, que es el fundamento de la justicia. En efecto, la morfología y funcionalidad del cuerpo humano no son suficientes para que este desarrolle todas sus potencialidades, en particular el lenguaje, el conocimiento intelectual y el amor, pues para ello necesita la ayuda de otras personas. El cuerpo, por tanto, es personal no solo porque genética y morfológicamente pertenece a la especie homo sapiens sapiens, sino también porque requiere el reconocimiento y la acogida por parte de las demás personas, es decir, exige la gratuidad y el don de sí. Por eso, el cuerpo humano del recién nacido es un don, especialmente para los miembros de su propia familia y, al mismo tiempo, una obligación para todos ellos, pues sin sus cuidados no puede desarrollarse. De ahí que el cuerpo humano, a la vez que dependiente, sea capaz de ponerse al servicio de los más necesitados: niños, enfermos, ancianos, y pueda darse a otra persona de modo conyugal, fundando la familia. La dependencia, el autodominio y la donación constituyen, pues, un aspecto importante del carácter sistémico, simbólico y espiritual del cuerpo humano. Ya en el nacimiento prematuro que caracteriza al ser humano se observa la necesidad de relaciones estables entre los padres, es decir, la institución familiar, la cual origina vínculos de amor, de participación, solidaridad y gratuidad entre sus miembros, que son imprescindibles para el desarrollo de las personas, la formación integral de los hijos y el perfeccionamiento de su capacidad de amar. En definitiva, el cuerpo personal es orgánico, simbólico, racional, necesitado, pero también dotado de una riqueza incomparable, pues puede dar lugar a profundos vínculos de amor; de ahí que pueda ser usado metafóricamente para referirse a diversas instituciones naturales, como la familia (el cabeza de familia), o a estructuras sociales humanas (los cuerpos intermedios) e, incluso, sobrenaturales (la Iglesia o cuerpo místico de Cristo).
2. LA CORPOREIDAD: EL CUERPO VIVIDO Y SUS EXPRESIONES
Si la visión del cuerpo por parte de la física, la anatomía y la fisiología implica un distanciamiento y objetivación, la vivencia del propio cuerpo manifiesta, por el contrario, una experiencia subjetiva, en la cual este aparece como símbolo de una interioridad trascendente, como se observa en los fenómenos del pudor y la vergüenza. Es decir, el cuerpo humano, además de objeto de las ciencias, es símbolo de la persona, una realidad que lo transciende y a la cual remite de forma necesaria, en tanto que sólo ella lo dota de un significado último, es decir, le confiere dignidad.
La corporeidad, por otro lado, consiste en la relación vivida con los demás cuerpos: animados e inanimados, naturales y artificiales, animales y humanos; se trata de una experiencia que es, al mismo tiempo, movimiento, gesto, pasión y acción. En sus movimientos, el cuerpo está subordinado a una legalidad externa: el modo normal de caminar de una persona se interrumpe, por ejemplo, cuando tropieza. La corporeidad, junto a las leyes en común con los demás cuerpos, se rige por reglas propias; volviendo al ejemplo anterior, el modo en que una persona camina puede seguir pautas naturales o postizas, intentando disimular sus intenciones, en lugar de manifestarlas. Existen, por tanto, leyes no físicas, que confieren a la corporeidad la aptitud de ocultar/desvelar la persona, reconocerla/desconocerla. Se explica así por qué la erotización del cuerpo y, sobre todo, la pornografía, típicas de la sociedad de consumo, sean una de las causas del eclipse de la persona; en efecto, el cuerpo desnudo, lejos de permitir el conocimiento y reconocimiento del otro como persona, lo dificultan hasta casi impedirlo, pues, al mirar el cuerpo como pura exterioridad con una intención depredadora o, por lo menos, desencantada, el ser del otro se confunde con su aparecer carnal, e incluso con la simple imagen de su cuerpo[14].
La corporeidad está constituida también por los gestos, sobre todo de las manos y el rostro, pues estas partes están dotadas de una movilidad muy grande (el cambio de postura de la mano y de los dedos, del color de la cara, del resplandor y brillo de los ojos), así como de una funcionalidad muy diferenciada (comunicar mensajes, atención, petición, complicidad). Los gestos no equivalen a la suma de los simples movimientos de las partes del cuerpo, sino a cambios globales de la corporeidad, con los que se manifiesta el estado de ánimo, los sentimientos, los deseos, la preocupación, el conflicto o la amistad.
Frente a la tesis sartriana de la mirada del otro como petrificación de la propia libertad[15], la relación con los otros —lejos de impedirnos el mostrar quiénes somos— nos permite descubrir la trascendencia del propio cuerpo, como se observa en las funciones técnica y poietica del obrar humano, de modo particular en la dimensión del trabajo como servicio. Por supuesto, como he observado al hablar de la pornografía, la mirada del otro, cuando está cargada de impudicia, degrada a la persona hasta la condición de simple objeto de uso y consumo. Pero, el problema no estriba en el mirar en sí, sino en el modo en que se mira: cuando la mirada no es rapaz, deja libre al otro, y entonces es posible acogerlo como otro y sentir-con él (Mitgefühl), como sucede en el fenómeno de la simpatía, cuya raíz procede del verbo griego sympathein ‘con-padecer’[16]. Por eso, nos indignamos cuando vemos que se maltrata un animal y, sobre todo, a una persona, porque en este último caso advertimos no solo su dolor físico, sino también su sufrimiento espiritual: su tristeza, angustia, o desconsuelo. Más aún, a diferencia del animal, la persona, que nos mira sufriente, nos suplica a la vez con sus ojos para que la ayudemos a afrontar el dolor, a darle sentido. La mirada de quien sufre nos muestra un ser dotado de dignidad pues, a pesar de sus límites, defectos y errores, es capaz de afrontarlos e, incluso, de transcenderlos. Sin embargo, la revelación completa de la persona —en todas sus dimensiones, también en la técnica y poietica— se muestra sólo en la acción humana, con la cual la persona perfecciona el mundo perfeccionándose. Así, la acción humana muestra completamente a la