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Antropología de la integración. Antonio Malo PéЧитать онлайн книгу.

Antropología de la integración - Antonio Malo Pé


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espontánea— de esas inclinaciones, a través de la cual el sujeto alcanza cierto grado de conciencia —más o menos oscura— de su propio vivir y de lo que necesita para perfeccionarlo.

      En el animal, la falta de elementos espirituales hace que la potencialidad de su instinto esté muy cercana al acto, y que la integración espontánea de sus elementos físicos y psíquicos sea suficiente para desencadenar el comportamiento instintivo. Aunque no faltan los aspectos comunes entre las inclinaciones de los animales y las humanas, como la experiencia de necesidad (hambre, sed), la proyección hacia el futuro (inclinación o deseo) y la orientación hacia el fin (nutrición, reproducción, migración, juego), las diferencias son esenciales, por lo que conviene distinguirlas terminológicamente; por eso, llamaremos instintos a las inclinaciones del animal, reservando el término de tendencias para la persona.

      2) Las tendencias humanas, por su parte, son también inclinaciones de la totalidad de la persona. Por lo que pueden ser naturales o culturales, como el ser aficionado al fútbol. Por otro lado, aunque se hallan abiertas a ciertas acciones y relaciones, no conducen necesariamente a un comportamiento determinado. Las tendencias humanas se caracterizan por su flexibilidad, lo que respecto de los instintos puede ser considerado tanto una ventaja como una desventaja. La ventaja consiste en que, mediante el binomio razón-voluntad y las virtudes éticas, son educables. La desventaja es que, si no se educan, causan la desintegración y corrupción moral de la persona. Por eso, la educación de las tendencias no es una opción más, sino algo necesario: la falta de educación puede dar lugar a comportamientos desenfrenados, como la avidez y la violencia humanas, que ocasionan graves daños al planeta y son causa de genocidios y crímenes atroces.

      La disponibilidad más o menos profunda de las tendencias a través de la acción y, sobre todo, su integración o desintegración mediante hábitos (los hábitos buenos o virtudes las integran, mientras que los hábitos malos o vicios las desintegran), las hace aptas para recibir una forma ulterior, su carácter personal. Por eso, mientras que el animal hambriento se abalanza inmediatamente para devorar la presa muerta, la persona, aunque esté hambrienta, sólo come después de haber tomado esa decisión. Por eso, el acto humano de comer admite una pluralidad de formas que derivan de la cultura y también de las virtudes personales: lo que en algunas culturas está permitido, en otras, está prohibido; algunas personas comen sobriamente; otras, se dejan llevar por la gula; e incluso de costumbres o modas, como los regímenes de comida, el ser vegetariano o vegano, etc. Pues, a diferencia de lo que sucede en los animales, a las tendencias humanas no les basta el puro dinamismo espontaneo para conducir al acto; de ahí, la responsabilidad que cada uno tiene a la hora de educar las propias tendencias para poder obrar bien, es decir, de forma verdaderamente humana.

      a) Dinamización

      La primera es la dinamización de los instintos y las tendencias. A diferencia de los órganos, como el corazón o los pulmones que están dinamizados mientras el cuerpo está vivo, algunas tendencias básicas y, sobre todo, los instintos, son cíclicas, pues dependen de la función metabólica, la secreción de las glándulas, el influjo de las estaciones, etc. Por ejemplo, esto es evidente en el caso de la nutrición, pues no siempre sentimos hambre, es decir, necesitamos comer; la experiencia del hambre es precisamente el signo de que la tendencia de la nutrición se ha dinamizado. La dinamización generalmente termina con la satisfacción de la necesidad. En el caso de los animales siempre es así, mientras que en las personas —como veremos— el asunto es más complejo.


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