Nuestro grupo podría ser tu vida. Michael AzerradЧитать онлайн книгу.
poderoso de crítica punk y testosterona. El sonido era mucho más metálico y fangoso, con Ginn fijando la música con pesados acordes para bajo y guitarra. Rematado con algunas serias influencias del jazz fusión, My War suena a veces tan mal como la Orquesta Mahavishnu tras un mal día de trabajos forzados.
Gran parte del material era fuerte, pero como el grupo únicamente era una formación de estudio, se nota una frustrante falta de sensación de conjunto en las canciones; en concreto, la voz de Rollins y el sonido de Ginn suenan desconectados de todo lo demás. Además, hay que tener en cuenta el perfeccionismo incansable de Ginn en el estudio, lo que podría explicar la falta de chispa de muchas de las últimas grabaciones de Black Flag.
—Nunca estaba dispuesto a dejar que la interpretación fluyera —explica Spot, que coprodujo el álbum—. Y, sinceramente, creo que ahí es donde la cagamos.
Consecuentemente, las mejores grabaciones del grupo en la última época son las que realizaron en directo, Live ‘84 y Who’s Got the 101/2?, de 1985.
My War reducía el desasosiego hardcore a un muro de autoodio tan densamente construido que jamás podría caer; en «Three Nights», Rollins compara su vida con un trozo de mierda enganchado a su zapato, clamando: «And I’ve been grinding that stink into the dirt / For a long time now11». Pero en algunos casos las letras no importaban demasiado; en la canción que da nombre al álbum, los gritos espeluznantes y los inquietantes bramidos bestiales de Rollins lo dejan todo muy claro.
Para la mayoría de oyentes, la música había perdido la energía y el ingenio de antaño; Rollins vocifera discursos angustiados, alejados de la poesía mordaz y directa del pasado. Las elaboradas progresiones de acordes y el torpe lenguaje parecen grilletes expresamente encadenados al grupo con el fin de comprobar si, a pesar de ellos, pueden soportar el peso. En la mayoría de ocasiones, lo consiguen: la interpretación es feroz y el grupo a menudo reúne bastante energía como para golpear el muro de ladrillos con un acorde extraño o cambio de tempo. Pero toda la fuerza que My War alcanza se detiene en seco por un trío de canciones de más de seis minutos, insoportablemente largas, en la cara B. Aunque Ginn escribió la letra, «Scream» resume la razón de ser artística de Rollins en cuatro meras líneas: «I might be a big baby / But I’ll scream in your ear / ’Til I find out / Just what it is I am doing here12». La canción termina con Rollins aullando como alguien a quien estuvieran despellejando vivo.
Terrible y agotador, esa celebración del sludge desafiaba directamente la velocidad cada vez mayor del hardcore —dentro de la escena hardcore, la cara B de My War era tan herética como Bob Dylan tocando la guitarra eléctrica en una de las caras de Bringing It All Back Home—.
—Definitivamente, fue como establecer una división —explica Mark Arm de Mudhoney, quien había estado en los conciertos de Black Flag en Seattle desde 1981—. Era como una especie de test de inteligencia: si podías entender el cambio de Black Flag, no eras idiota. Y si pensabas que solo estaban prostituyéndose, entonces sí que lo eras.
La aleación hardcore-metal que hizo Black Flag resultó muy avanzada para su tiempo. Pero aunque la valentía y la visión de semejante movimiento eran admirables, también hizo perder un montón de fans al grupo. Incluso al editor de Maximumrocknroll, Tim Yohannon, uno de los primeros y más ardientes defensores del grupo, no le gustó el disco. Aunque Yohannon reconocía que el grupo había trabajado mucho y bien para abrir un nuevo camino para el punk y había soportado un penoso acoso legal en el proceso, esas penurias y tribulaciones no podían redimir al disco. «Para mí», escribió Yohannon, «suena como Black Flag haciendo una imitación de Iron Maiden imitando a Black Flag en un mal día. Las canciones más cortas son realmente excitantes, y las tres de la cara B son un puro tormento. Sé que la depresión y el dolor son rasgos distintivos del mensaje de Black Flag, pero ¿también lo es el aburrimiento?»
Al final, Black Flag editó cuatro discos en 1984. Ginn no estaba seguro de si el esfuerzo y el dinero invertidos en la promoción de los discos serían rentables, así que simplemente decidió sacar cuatro álbumes en rápida sucesión y promoverlos juntos mediante una gira sólida. La radio universitaria, anonadada por la saturación de novedades, no supo qué hacer con ninguna de ellas.
Cuando llegó la gira de Slip It In, a finales de 1984, el grupo abría los conciertos con un tema instrumental con enormes influencias del metal mientras Rollins esperaba entre bastidores. Un par de años antes, semejante decisión hubiera merecido los abucheos de los puristas del hardcore, pero en ese momento solo propició que el público, en el que se mezclaban melenudos, punks y metaleros, iniciara un moshing furioso. En medio del repertorio, Rollins contenía la respiración mientras ellos descorchaban otro tema instrumental, entonces volvía y se sumía en el lodazal de los nuevos y fangosos temas.
Tanto Black Flag como su público habían empezado con un punk rock frenético de dos y tres acordes y habían evolucionado hacia terrenos más desafiantes. Ginn contaba con un grupo y unos seguidores que, hablando en términos musicales, habían empezado desde cero y que habían ido creciendo lentamente. «No había mucha gente que tuviera el estatus necesario para pedir algo a todos esos putos inadaptados y consiguiera que lo hicieran», dijo Carducci. «Greg era uno de los pocos elegidos.»
El problema era que gran parte del público no siempre estaba interesado en seguirle el juego.
—No mimábamos al público, no lo complacíamos —explica Ginn—. Mi actitud siempre fue dar al público lo que necesita, no lo que quiere.
Tanto el grupo como el público se sentían mejor bajo presión. Tal y como escribió Patti Stirling, de Puncture, en una crítica del álbum Live ’84, «La música de Black Flag es capaz de lo mejor cuando el grupo tiene un público; liberan emociones los unos a los otros. Es violentamente sensual en sus mejores momentos y de pelea infantil irritante en los peores».
Además, estaba el hecho de que el grupo jamás se había aliado explícitamente con la escena punk: sus canciones eran introspectivas, jamás hablaban de la «unidad punk» ni despotricaban de Reagan; sus teloneros eran o bien grupos no clásicamente punks (The Minutemen, Saccharine Trust) o completamente repulsivos (Nig-Heist); salvo por la cresta de Dukowski, ni siquiera seguían la típica estética punk.
—La gente se puede volver realmente desagradable si no haces lo que ellos creen que deberías hacer —observa Ginn. Y los segmentos más desagradables del público de Black Flag centraban sus iras en Rollins. La gente no se conformaba con escupir a Rollins, sino que le lanzaba cigarrillos, vasos llenos de orina, le golpeaba en la boca, le clavaba bolis, le tiraba jarras de cerveza, le arañaba con las uñas y le tiraba globos de agua contra las ingles. De gira, su pecho a menudo parecía una zona catastrófica.
Y Rollins no se cortaba un pelo a la hora de responder. En uno de los primeros conciertos en Filadelfia, un tipo del público empezó a burlarse y a empujar repetidamente a Rollins, que no hizo nada salvo ofrecerle una sonrisa diabólica, cual Jack Nicholson en El resplandor. Tras unos cuantos largos minutos, Rollins finalmente explotó: arrastró a ese tipo hasta encima del escenario y lo sostuvo mientras le golpeaba repetidamente en la cara. Finalmente, el hombre consiguió escapar y volver a meterse entre el público. El grupo, claramente habituado a ese tipo de incidentes, no paró de tocar ni un solo instante. A juzgar por Get in the Van, su libro de memorias sobre las giras, Rollins continuó haciendo ese tipo de cosas prácticamente todas las noches mientras estuvo en Black Flag.
Sin embargo, ningún otro miembro del grupo atraía ni exhibía semejante violencia.
—Creo que Henry y su ego en cierto modo provocaban ese tipo de cosas —explica Ginn—. A veces mostraba una actitud de superioridad con respecto al público, y la gente se daba cuenta.
Rollins mostraba una cara de tipo duro y masoquista sobre el escenario, escabulléndose como una serpiente entre el público y mordiendo los tobillos de los presentes, revolcándose en cristales rotos, retando a miembros del público a pelear con él y, sin embargo, mostrándose extremadamente ofendido cuando la gente la emprendía con él. «Cuando me escupen, cuando me agarran, no me hacen daño», escribió Rollins. «Cuando empujo