Nuestro grupo podría ser tu vida. Michael AzerradЧитать онлайн книгу.
que te acababas zampando todos esos jodidos lapos. Era realmente repugnante.
Incluso sus propios compañeros de gira se volvieron contra ellos. Los de Black Flag disfrutaban especialmente provocando a Boon y Watt para que se enzarzaran en una de sus épicas discusiones. Cuando uno de ellos afirmaba algo, cualquier tipo de afirmación, alguien de Black Flag decía invariablemente al otro: «¿Vas a dejar que se salga con la suya? ¿O es que le tienes miedo? ¡Está claro quién es el que lleva los pantalones en el grupo!». Y con eso bastaba para que Boon y Watt se pelearan como perro y gato.
Pero, al final, eran cosas como lo del asiento de váter las que realmente afectaban a The Minutemen.
—Cuando lo recuerdo, me pregunto de qué iba toda esa mierda —explica Watt—, pero era un pequeño precio que había que pagar para salir allí y tocar; de verdad que lo era.
E diferencia de la mayoría de grupos de SST, The Minutemen solo hicieron una gira con Black Flag antes de establecerse por su cuenta.
—Tienes que hacer algo más que ser simplemente telonero de un gran grupo —asegura Watt—. Nos gustaban mucho, aunque ningún hombre es un héroe para su lacayo.
The Minutemen iban incesantemente de gira por su cuenta y se convirtieron en legendarios tanto por sus implacables itinerarios como por el económico modus operandi de sus conciertos. Solían dormir en casa de alguien, cargaban su propio equipo y aprendieron a ocuparse del mantenimiento de su furgoneta. Todo se hacía «econo»; a pesar de una paga mísera, las giras de The Minutemen siempre daban beneficios.
Montar y desmontar su equipo de forma rápida y eficiente se ajustaba a la mentalidad militar de Watt, pero como él dice:
—También era una cuestión de respeto. Querías dar la impresión de que sabías lo que hacías. Porque la gente siempre te tiraba mierda como si fueras un capullo. Era una forma de ganarse el respeto, sobre todo si topabas con un grupo comercial que tenía técnicos y todo eso. Entonces sí que montábamos todo un numerito.
En ocasiones, The Minutemen recibían críticas por ser sus propios técnicos de gira.
—Pero yo jamás pensé que uno tenía que hacerle la pelota a esos que iban de figuras —explica Watt, aludiendo a la prototípica estrella del rock mimada—. ¿Qué importa si nadie te ve haciendo de puto héroe o estrella? Jamás me gustó eso.
También había otro buen motivo para ocuparse de su propio equipo. Con su corpachón de más de cien quilos y actitud despreocupada respecto a la higiene personal, D. Boon no parecía un músico de rock, especialmente en esos días de licra y pelo hortera. Los de seguridad a menudo intentaban sacarlo del escenario antes de que el grupo empezara a tocar.
—Pensaban que era algún matón que se había subido allí para armar jaleo —cuenta Watt.
También solía ocurrir que Watt subía al escenario y, de repente, algún gorila con una camiseta negra le tiraba del brazo. Ese es, en parte, el motivo por el que el grupo permanecía en el escenario una vez habían colocado su propio equipo, un trabajo que hicieron toda su vida.
—Simplemente, no veíamos que nuestra música tuviera una aceptación masiva —afirma Watt—. Pero eso no nos apocaba, al contrario, seguía siendo importante. Pero si íbamos a hacerlo, teníamos que estar seguros de no mear fuera de tiesto. Lograr la aceptación de la clase burguesa hubiera sido una carga excesiva. Nos dijimos que haríamos lo justo para que se nos escuchara y, por encima de todo, poder tocar algunas canciones y expresar algunas ideas.
Pero en ese momento, en la codiciosa y materialista era Reagan, sacar el máximo partido de recursos escasos era una actitud decididamente rebelde. Para The Minutemen, «jamming econo» significaba presupuestos de grabación mínimos, canciones cortas y ser sus propios técnicos. Las sobregrabaciones se limitaban a líneas de guitarra ocasionales, el tiempo en el estudio estaba reservado para el turno de noche y evitaban hacer múltiples tomas, grababan con cintas usadas y tocaban las canciones en el orden que debían aparecer en el álbum para no gastar dinero editando las canciones en el orden adecuado.
En el mejor sentido de la palabra, The Minutemen eran conservadores, un concepto privilegiado del pensamiento norteamericano que se remonta, como mínimo, a Thoreau.
—Econo es un concepto antiguo —afirma Watt—. Los punks lo recuperaron; esa idea de escasez y de solo utilizar aquello de lo que dispones. Y quizá eso permite que salga a la luz más de uno mismo, porque hay menos cosas sobre las que apoyarse: lo único que tienes es a ti mismo, de modo que debes sacarle partido.
Watt reconoce que el enfoque econo del grupo se basaba no solo en el limitado atractivo comercial de su música o carga ideológica, sino que también tenía raíces en sus antecedentes humildes —procedentes de la clase obrera, no se sentían cómodos con las extravagancias—. Y jamás habían conocido a nadie que se ganara la vida con el arte.
—Es raro pensar que la gente vive así, de modo que siempre estás pensando qué pasará si todo se va a la mierda —dice Watt—. Tienes que ser econo para que, cuando lleguen los momentos duros, puedas capearlos.
Los miembros del grupo conservaban sus trabajos de día: Watt trabajaba como asistente legal, Hurley era maquinista como su padre y Boon tenía una diplomatura en Magisterio.
Y respaldaban todo eso con un directo alucinante. En los momentos álgidos —que eran gran parte del repertorio—, Boon tenía la cara como un tomate; lucía una sonrisa de oreja a oreja y no paraba de saltar; un hombre grande y pesado saltando por el escenario como un conejito. El espectáculo era mitad confrontación y mitad celebración, e incitaba a reír por su intensidad; en ciertos aspectos era serio, en otros, no.
—Lo daba todo, como esos tipos en el súper que lo dan todo cuando reponen los estantes o algo por el estilo —recuerda Watt—. Querías animarle. Yo quería animarle. La forma en la que actuaba era intensa.
Al principio, aquello era precisamente lo que Watt —muy tímido sobre el escenario— necesitaba.
—Estaba petrificado —explica Watt—, pero D. Boon era el tipo de persona que te animaba a salir a la palestra.
La intensa convicción de Boon le permitió obtener para él y para The Minutemen el respeto y el cariño del resto de grupos de SST y, finalmente, de la comunidad indie en general.
—Era un tipo que te daba la mitad de lo que tuviera —recuerda Henry Rollins—. Era simplemente un tipo grande, corpulento, alegre y con un gran corazón. Caía bien a todo el mundo.
—No tenía nada de estrella del rock —dice Watt—, no había nada de impostura en él.
Sin embargo, Black Flag, Meat Puppets, Descendents y Hüsker Dü vendían más que The Minutemen. El efecto de The Minutemen recordaba a la vieja metáfora de tirar una piedra en un estanque y ver cómo las ondas se van extendiendo. Aunque la onda The Minutemen jamás se acercó a la orilla, sí que creó unos primeros anillos influyentes, donde estaban los auténticos sofisticados y los músicos. The Minutemen fueron un grupo de grupos.
El hardcore atraía a un público muy joven, de modo que, en vez de bares, los conciertos se celebraban en Elk Lodges25 y salas de reunión de veteranos de guerra e, incluso, en salas de bingo.
—Había adolescentes en esos conciertos; chavales con monopatín —cuen-ta Watts—. Tenían mucho vigor y energía. No eran como tú, pero, bueno, así eran las cosas.
Los chicos del hardcore no estaban tan marcados por la lacra del arena rock comercial y eran mucho más nihilistas, irreverentes y agresivos que Boon, Watt y Hurley.
—Iban deprisa —afirma Watt—. Querías ir deprisa con ellos.
Consecuentemente, The Minutemen aceleraron un punto más el tempo. Su velocidad guardaba cierta relación con el hardcore, pero excepto en eso, las comparaciones no se sostenían. Mientras los grupos hardcore con orientación política se apoyaban en letras poco profundas y propagandísticas contra Reagan —la bomba de neutrones era un tema especialmente recurrente—, The