Como desees. Cary ElwesЧитать онлайн книгу.
posible. Les pregunté a ambos cuándo volvían a Londres. Tal vez conseguiría que se quedaran a cenar y convencerlos de que, aunque sabía que la prueba había sido un desastre, seguía siendo la persona indicada para el papel. Pero Rob respondió que, de hecho, salían para París esa misma tarde. Aquel era un viaje relámpago. Andaban detrás de un luchador mundialmente famoso para el papel de Fezzik. Eso era todo lo que podían decirme.
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ANDY SCHEINMAN
Bueno, hemos vivido algunas situaciones incómodas. Hubo una mujer que ni siquiera tuvo que hacer una prueba para el papel, ya que se trataba de una actriz muy conocida. Se reunió con nosotros y dijo: «Estoy preparada, dejadme que haga una prueba». Y después de que se marchara, Rob dijo: «Oh, no. No puede hacerlo». ¡Pero ya le había ofrecido el papel!
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—Cuando regresemos, nos pondremos en contacto con tu agente, y si todo va bien, ya veremos cómo lo arreglamos —dijo Rob—. Si te parece bien.
¿Si me parece bien? Claro, sí, me parece bien. No me podría haber parecido mejor.
—Por supuesto —tartamudeé.
Nos estrechamos las manos afectuosamente y nos despedimos. Y estoy bastante seguro de que estaba hablando por teléfono con mi agente antes de que su ascensor llegara al vestíbulo.
—Creo que lo he conseguido —dije sin aliento, por la emoción.
—Vale —contestó Harriet—. Tú espera. Los llamaré.
Tan pronto como colgué el teléfono, tuve un ataque de ansiedad. ¿Hablaba Rob en serio? Tal vez les ofrece papeles a todos los actores con los que se reúne para hacerlos sentir mejor. Sentía que era un hombre al que se podía tomar al pie de la letra. «Mejor no malgastar energía preocupándome», pensé. Pronto llegaría otro papel. Pero no puedes engañarte a ti mismo. En el fondo de mi corazón sabía que este era diferente. Lo quería de verdad.
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ROB REINER
Cary era muy divertido. Hizo una imitación de Bill Cosby. No le pedí que lo hiciera. Simplemente, era un tipo gracioso, y pensé: «Guau, este tío podría hacerlo de verdad». Fue el único al que vi que pensé que podía interpretar el papel. Lo mismo me pasó con Buttercup y Fezzik.
ANDY SCHEINMAN
El casting fue interesante. Para muchos de los papeles no teníamos una segunda opción. No había nadie más a quien escoger. No teníamos una segunda opción para Buttercup, sin duda no teníamos una segunda opción para Fezzik. Y no teníamos una segunda opción para Westley. Si no encontrábamos a esas personas (creo que el último de los candidatos era Cary), la película no saldría. Decir que Cary fue la última pieza del puzle no sería del todo cierto. Cary era el puzle. Quiero decir, André era muy importante, pero Cary era la película, ¿sabes? Y no teníamos a nadie. Queríamos a Errol Flynn, y tenía que ser gracioso, cosa que no creo que Errol Flynn fuera. No es que necesitara ser gracioso, pero debía tener sentido del humor. No se trataba de ser desternillante, pero el papel debía interpretarse con un pequeño brillo en los ojos, y a Cary eso le salía estupendamente.
Recuerdo que nos sentamos, Cary abrió el guion, leyó tal vez cuatro palabras y nosotros dijimos: «Bueno…, este es el tío». No recuerdo exactamente cuánto duró la reunión, pero fue simplemente ¡bum! ¡Es él! Rob hace esto a veces, y es genial. No ocurre a menudo, para ser sincero. Pero de vez en cuando alguien hace una prueba, o viene y se ha pasado toda la noche preparándose para esta gran audición, y está ahí a mitad de la segunda línea de una escena de cuatro páginas y Rob dice: «Ya es suficiente. No necesito oír más. Lo tienes. Es tuyo».
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A la mañana siguiente, Harriet volvió a llamar.
—¿Estás sentado?
—Sí.
—¡Lo has conseguido! —dijo—. Te han ofrecido el papel.
Me quedé sin palabras. Esto era un gran voto de confianza por parte de Rob. A duras penas era famoso. Podrían haber contratado a muchos actores británicos reconocibles y más rentables, que probablemente habrían sido «adecuados» para el papel, con facilidad. Pero me habían escogido a mí. En retrospectiva, casi me pareció demasiado fácil. Desde luego, las audiciones no siempre salen tan bien. Y, en ocasiones, una reunión es solo eso. A veces consigues el papel y otras no. Nunca lo sabes. Supongo que Rob sabía lo que quería, y yo fui lo bastante afortunado como para estar en su campo de visión.
Mientras Harriet repasaba los detalles de mi contrato, yo estaba deslumbrado. Recuerdo decirle que aceptara la oferta de inmediato, antes de que cambiaran de opinión.
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BILLY CRYSTAL
Recuerdo que Rob regresó de Alemania y dijo: «Espera a ver a este tío. Es Douglas Fairbanks júnior, pero también es superdivertido y hace imitaciones». Cary es un tío muy enérgico. Está muy alerta. Y me encanta eso de él. Siempre está tan en armonía con lo que está pasando en el momento. Cuando lo conocí, tuve la misma sensación que Rob: está al mismo nivel que Fairbanks júnior, un joven Errol Flynn; era ese protagonista elegante y sensible que podría hacerte daño si fuera necesario.
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2. Preproducción y mi encuentro con Buttercup
Londres, 2 de agosto de 1986
Unas pocas semanas después de finalizar Maschenka, estaba otra vez en casa, en Londres, que era también la base para la producción de La princesa prometida. Muchos de los miembros del equipo y algunos del reparto ya estaban reunidos. De hecho, la primera lectura previa del guion con el reparto se hizo al cabo de unos días. Poco después de mi llegada, recibí una llamada del despacho de producción. Me dieron instrucciones de que fuera a hacer pruebas de vestuario con la diseñadora, Phyllis Dalton, que había hecho un trabajo fantástico con uno de mis directores favoritos, David Lean, tanto en Lawrence de Arabia como en Doctor Zhivago, por la que ganó un Oscar. Una cosa que sabía con seguridad era que mis atuendos iban a ser de primera categoría. Tenía que encontrarme con ella en Angels, una de las casas de vestuario más antiguas de Londres y ganadora de muchos premios Oscar en esa categoría. Cuando entré en el recibidor, lo primero que vi fue un surtido de trajes ornamentados elegantemente colocados en maniquíes. Tras inspeccionarlos más de cerca, me fijé en que algunos de ellos parecían ser auténticos, del siglo xviii.
En pocos minutos me encontré en la oficina del piso de arriba, donde Phyllis, una modesta y encantadora dama, se presentó educadamente. Nos sentamos y bebimos té mientras charlábamos un poco sobre el papel. Luego, se inclinó hacia delante, agarró una carpeta que había en una mesita de café cercana y procedió a mostrarme algunos de los bocetos que ya había hecho para Westley y el resto de los personajes de la película. Todo estaba ordenado con mucho cuidado y cada boceto incluía muestras de las telas que quería usar. Desde el primer momento, vi que había dado en el clavo en lo que respectaba al tono y el estilo del libro de Goldman. Los colores, las texturas, y el aspecto de los materiales iban más allá de lo que había imaginado. Para Humperdinck y Rugen había finos jubones de terciopelo con intrincados bordados. Para el español, Montoya, una mezcla de arpillera marrón y cuero. El vestido principal de Buttercup sería rojo, holgado y largo, hasta el suelo, y contrastaba bien con el cuero, la gamuza y el algodón negros del hombre de negro.
Después de estudiarlos cuidadosamente, me volví hacia ella y dije:
—¡Guau, Phyllis! Son muy bonitos.
—Oh, gracias. Sabes, es gracioso… Lo cierto es que no me gusta hacer bocetos —respondió de forma inesperada.
—¿De verdad? Pero si se te da genial —dejé escapar, tratando de llevar la conversación hacia una de mis películas favoritas de todos los tiempos—. ¿Qué hay