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Los Obsidianos. Морган РайсЧитать онлайн книгу.

Los Obsidianos - Морган Райс


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de Madeleine desaparecieron, dejando solo una capa carnosa donde tenía la boca.

      Chris se encogió de miedo en su asiento. La visión de Madeleine sin boca le perturbaba. Pero lo que le perturbaba aún más era por qué la Señorita Obsidiana había decidido exhibir sus poderes de ese modo. Chris se dio cuenta de que era una advertencia. Una advertencia para él. Esto, o algo parecido, era el destino que le esperaba si metía la pata en la misión.

      Madeleine tenía los ojos abiertos como platos por el susto mientras apretaba las manos contra la boca. Ahora su voz no era más que un ruido ahogado.

      —¿A alguien más le apetece interrumpir? —preguntó la Señorita Obsidiana, recorriéndolos a todos con su mirada fulminante.

      Todos se quedaron callados.

      La directora continuó como si no hubiera pasado nada.

      —Las fortificaciones que tapan mi habilidad para ver solo abarcan los terrenos de la escuela. Lo que significa que en el segundo en el que Oliver Blue traspase los límites de la escuela, podré seguirlo de nuevo.

      Al oír el nombre de su hermano, Chris se incorporó y se puso más erguido en su asiento. Su deseo de matar a ese mocoso de una vez por todas creció aún más en su interior, aumentando hasta un extremo asesino que resonaba en sus oídos como un tambor tribal.

      —Y en el segundo en el que lo haga —continuó la Señorita Obsidiana, con voz maliciosa—, os mandaré a vosotros tras él.

      Dio un puñetazo sobre la mesa y todos pegaron un salto. Pero su mirada solo estaba clavada en la de Christopher.

      Tragó saliva mientras la intensidad de su mirada quemaba en su interior.

      Su voz se hizo más fuerte, más seria, más ansiosa.

      —Esta vez, no fallaremos. No podemos fallar —Sus ojos brillaban con maldad. Se puso de pie y levantó un puño al aire—. Esta vez, mataremos a Oliver Blue.

      CAPÍTULO TRES

      Dejar la Escuela de Videntes siempre era difícil para Oliver. No solo porque esto suponía dejar atrás a los amigos y profesores que adoraba, sino porque la escuela estaba situada en 1944, justo en mitad de la guerra, y eso significaba que marcharse de allí era siempre arriesgado.

      Oliver oyó que Hazel silbaba a su lado. La miró y vio que estaba mirando fijamente alrededor a la fila de ruidosas fábricas, todas construyendo cosas por el esfuerzo de la guerra. Sus altas chimeneas escupían humo al aire. Las escaleras de incendio de acero estaban colocadas en zigzag en sus exteriores. Unos pósteres grandes adornaban cada edificio, instando a los hombres a unirse a la guerra contra el telón de fondo de banderas americanas. Unos peculiares coches negros que parecían directamente sacados de una película de gánsteres circulaban sin prisa pero sin pausa.

      —Había olvidado cómo era el mundo fuera de la Escuela de Videntes —dijo Hazel—. Hace mucho tiempo.

      Como el resto de los estudiantes, Hazel había abandonado su antigua vida para formarse y convertirse en vidente, para participar en importantes misiones de viaje a través del tiempo para mantener en orden la historia. Esta era su primera misión. Oliver entendía por qué parecía tan abrumada.

      Walter se acercó a su lado, quedándose en la acera mientras el tráfico pasaba zumbando.

      —¿Y ahora hacia dónde? —preguntó.

      David se acercó también a su lado. Él llevaba el cetro; Oliver pensó que tenía más sentido que guardara el arma el luchador que había entre ellos. Veía que la arena corría dentro del tubo hueco que tenía dentro. Saber que el tiempo estaba pasando para ellos le mandó un sobresalto de pánico.

      —Debemos encontrar el portal —dijo Oliver con urgencia.

      Rápidamente, sacó su brújula del bolsillo. Su guía, Armando, le había dado el artilugio especial. Había pertenecido a sus padres. Junto a un cuaderno de los viejos apuntes de clase de su padre, era el único vínculo que tenía con ellos. Le había ayudado en una misión anterior y Oliver estaba seguro de que le ayudaría ahora. Aunque nunca los había conocido, Oliver sentía que sus padres siempre le estaban guiando.

      Los símbolos, cuando se interpretaban correctamente, le mostraban el futuro. Podía usarla para guiarlos al portal.

      Miró la brújula. La manecilla principal, la más gruesa de todas, señalaba directamente al símbolo de una puerta.

      Oliver pensó que eso era muy sencillo de entender. Su misión era encontrar el portal y eso, sin duda, estaba representado por el símbolo de la puerta.

      Pero cuando miró de cerca las otras manecillas de oro, cada una señalando a símbolos que parecían jeroglíficos egipcios, se hizo un poco más difícil averiguar el significado que la brújula intentaba mostrarle. Una imagen parecía un piñón. Otra parecía ser un búho. Un tercer símbolo se identificaba fácilmente como un perro. Pero ¿qué significaban todos ellos?

      —Un piñón. Un búho. Un perro… —reflexionó Oliver en voz alta. Entonces, de repente, se dio cuenta. Cuando se percató de a donde le dirigía, dijo con la voz entrecortada:

      —¡La fábrica!

      Si había interpretado correctamente la brújula, le dirigía a un lugar que a Oliver le resultaba muy familiar. La fábrica de Armando Illstrom, Illstrom’s Inventions.

      La fábrica no estaba muy lejos de allí. El piñón podía representar la máquina en la que trabajaba, el búho era por los pájaros mecánicos voladores que se acurrucaban en sus vigas y el perro podía representar a Horacio, el sabueso de confianza del viejo inventor.

      Oliver no estaba seguro de si su interpretación era correcta, pero sin duda parecía creíble que el portal pudiera estar en algún lugar dentro de los límites de la fábrica. No podía evitar sentirse emocionado ante la expectativa de volver a ver a su viejo héroe. Daba la sensación de que había pasado mucho tiempo desde la última vez que Oliver había puesto un pie en la fábrica mágica.

      —Por aquí —les dijo a los demás, señalando en la dirección en la que sabía que estaba la fábrica.

      Empezaron a caminar, pasando por delante de una fila tras otra de fábricas de munición de tiempos de guerra. Trabajadores vestidos con monos marrones y beige entraban y salían en fila por las puertas de acero pesado, también muchas mujeres. Cada vez que se oía una puerta, los ruidos de sierras, taladros y maquinaria pesada crecían.

      —Espero que Ester no esté sufriendo mucho —dijo Hazel mientras avanzaban.

      Solo mencionar su nombre lanzaba flechas de angustia al estómago de Oliver.

      —Están cuidando de ella —respondió Walter—. El hospital de la Escuela de Videntes es el mejor del universo.

      David se acercó al lado de Oliver. Le sacaba por lo menos una cabeza a Oliver y se había recogido su pelo negro, que le llegaba por la barbilla, en una pequeña cola. Con su vestimenta totalmente blanca y el cetro colgado en la espalda, se parecía un poco a un ninja.

      —¿Por qué estás conmigo en esta misión? —le preguntó Oliver.

      En cuanto lo hubo dicho, se dio cuenta de que su tono había sido muy directo. No había sido su intención, simplemente estaba confundido. Llevar a un extraño a la misión añadía otro nuevo nivel de incertidumbre.

      David lo miró, con una expresión neutra. Tenía un aire serio.

      —¿No te lo contó el Profesor Amatista?

      Oliver negó con la cabeza.

      —En realidad no. Solo dijo que eras un buen luchador.

      David asintió lentamente. Su cara continuaba inexpresiva, de un modo que a Oliver le recordaba a un soldado entrenado—. Me han mandado como tu guardaespaldas personal.

      Oliver tragó saliva. ¿Guardaespaldas?


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