Tormenta de guerra. Victoria AveyardЧитать онлайн книгу.
hermano recupera la corona, no tendré ningún motivo para quedarme. Sin hijos, seré libre de volver a casa. No quiero que un ancla me ate a Norta si no la necesito.
Nuestros vestidos dejan al arrastrarse húmedas estelas en la ancha calle junto al lago. El sol se refleja en la blanca piedra. Mis ojos van y vienen para abarcar por completo el espectáculo de un día de verano en mi antigua capital. ¡Cuánto querría detenerme como lo hacía antes, para sentarme en la pared baja que separa la avenida de la bahía, practicar mis habilidades con perezosa atención, y tal vez incluso para retar a Tiora a una breve y amistosa contienda! Pero no hay tiempo ni oportunidad para ello. No sé cuánto permaneceremos aquí ni cuánto más podré estar con lo que resta de mi familia, así que lo único que puedo hacer es prolongar cada momento, memorizarlo, grabarlo en mi mente como las agitadas olas tatuadas en mi espalda.
—Soy el primer rey de Norta que ha puesto el pie en este lugar durante un siglo.
La voz de Maven es baja y fría, la brusca amenaza del invierno en plena primavera. Después de tantas semanas en su corte, empiezo a conocer sus humores, a estudiarlo como lo hice con su país. El rey de Norta no es una criatura buena y mientras que mi supervivencia es indispensable para nuestra alianza, mi bienestar quizá no lo sea. Intento mantener con él buenas relaciones y eso ha sido fácil hasta ahora. No me trata mal; de hecho, casi no me trata. No cruzarme en su camino requiere poco esfuerzo en el laberinto del Palacio del Fuego Blanco.
—Durante más de un siglo, si la memoria no me falla —escondo mi sorpresa de que me haya dirigido la palabra—. Tiberias II fue el último rey Calore en hacer una visita de Estado, antes de que tus antepasados y los míos se declararan la guerra.
Ese nombre le arranca un silbido. Tiberias. No soy ajena al rencor entre hermanos; envidio muchas cosas de Tiora. Aun así, jamás he experimentado nada parecido a los hondos y profusos celos que Maven siente por su hermano exiliado y que le llegan hasta la médula. Cada mención de él, aun a título oficial, lo sulfura como el pinchazo de una daga. Supongo que ese nombre ancestral es algo más que él codicia, otra marca de un rey verdadero que no poseerá nunca.
Quizás a eso se debe que persiga a Mare Barrow con tanta obstinación. Los rumores parecen ser ciertos, yo misma lo he comprobado. Ella no sólo es una poderosa nuevasangre, la peculiar clase de Rojos dotados de habilidades similares a las nuestras, sino que además el rey exiliado la ama, por más que sea una chica Roja. Dado que la conocí, casi comprendo el motivo. Incluso encarcelada, Mare luchó, resistió. Era un rompecabezas que me habría gustado montar. Y todo indica que es un trofeo que los hermanos Calore se disputan; nada en comparación con la corona, pero es algo que estos muchachos envidiosos y pendencieros se arrebatan como hacen los perros con un hueso.
—Puedo disponer un paseo por la capital si su majestad lo desea —aunque pasar con él más tiempo del que debo dista de ser ideal, significaría más momentos en la urbe—. Los templos son famosos en todo el reino por su esplendor y la presencia de usted honraría sin duda a los dioses.
Alimentar su ego no da resultado, como suele ocurrir con los nobles y cortesanos. Tuerce la boca.
—Quiero prestar atención a cosas que sí existen, Iris, como la guerra que ambos deseamos ganar.
¡Haz lo que te plazca! Me trago la respuesta con un desapego glacial. Los ateos no son asunto mío; no puedo abrirles los ojos, no es mi responsabilidad hacerlo. Que Maven enfrente a los dioses cuando muera y vea lo equivocado que estaba antes de entrar al infierno que él mismo se forjó. Ellos lo ahogarán para toda la eternidad; ése es el castigo que espera a los quemadores en la otra vida, así como las llamas serían una condena para mí.
—¡Desde luego! —bajo la cabeza y siento las frías alhajas en mi frente—. El ejército sanará y se rearmará en la Ciudadela a su llegada; deberíamos recibirlo ahí.
Él asiente.
—Sí, deberíamos.
—Y hay que considerar también a las Tierras Bajas —añado. No estuve en Norta cuando los señores leales al príncipe Bracken buscaron la ayuda de Maven, nuestros países estaban en guerra todavía, pero los informes de inteligencia fueron muy elocuentes.
Le tiembla la mejilla.
—El príncipe Bracken no luchará contra Montfort mientras estos bastardos tengan a sus hijos como rehenes —habla como si yo fuera una incauta.
Conservo la calma e inclino la cabeza.
—Por supuesto —le digo—. Pero ¿y si fuera posible forjar en secreto una alianza? Montfort perdería su base en el sur, todos los recursos que Bracken le cedió, y obtendría a cambio un poderoso enemigo, otro reino Plateado que combatir.
Sus pasos resuenan con fuerza y regularidad en el sendero. Lo oigo respirar, exhala suspiros graves y sibilantes mientras espero una respuesta. A pesar de que somos casi de la misma altura y es probable que yo sea tan pesada como él, si no es que más, me siento pequeña a su lado, pequeña y vulnerable, un ave en sociedad con un gato. Esta sensación no me gusta.
—El intento de recuperar a los hijos de Bracken podría ser infructuoso. No sabemos dónde están ni qué tan vigilados los tienen. Puede ser que estén al otro lado del continente, o muertos, pese a los informes que hemos recibido —susurra—. Debemos poner toda nuestra atención en mi hermano; cuando él desaparezca, los demás no tendrán a quién apoyar.
Aunque trato de no mostrarme desairada, me encorvo de todas maneras. Sé que necesitamos las Tierras Bajas. Dejárselas a Montfort es un error que podría derivar en nuestra ruina, de modo que vuelvo a la carga.
—El príncipe Bracken tiene las manos atadas. No podría intentar el rescate de sus hijos aun si supiera dónde están —bajo la voz—. El riesgo de fracasar es muy grande. Pero ¿no sería posible que alguien lo hiciera por él?
—¿Te ofreces a llevar a cabo esta misión, Iris? —me ataja al tiempo que me mira por encima del hombro.
Me tenso frente a una idea tan descabellada.
—Soy una reina y una princesa, no un perro que juega a buscar cosas.
—¡Seguro que no eres un perro, querida! —se burla sin que pierda el paso un solo segundo—. Los perros obedecen.
En lugar de arredrarme, hago caso omiso de su crudo insulto y suspiro.
—Quizás estés en lo cierto, señor mío —me queda una última carta, la mejor—. Después de todo, tienes mucha experiencia con rehenes.
Una ola de calor estalla a mi lado, tan cerca que empiezo a sudar al instante. Hacer que recuerde a Mare —y cómo la perdió— es una manera fácil de lograr que pierda los estribos.
—Si consiguiéramos encontrar a los hijos de Bracken —reclama—, tal vez podría concertarse algo.
Eso es todo lo que obtengo del rey Calore. Considero que esta conversación ha sido un éxito.
Los muros transitan de un lustroso tinte azul turquesa y oro a un mármol flamante, lo que señala el fin del sector noble y el inicio del palacio. Los arcos que recorren esta parte del camino tienen puertas, cada uno provisto de un miliciano lacustre vestido de invariable azul, y los que deambulan sobre la muralla ven pasar a su reina. Mi madre acelera la marcha. Ansía estar en el palacio, lejos de miradas indiscretas, a solas con nosotras. Tiora la sigue, no porque desee mantenerse a su lado sino para alejarse de Maven; como a casi todos, algo en la intensidad de los ojos eléctricos del rey la pone nerviosa. En alguien tan joven, ese atributo es impropio, incluso artificial, como si otra persona lo hubiera implantado.
Con una madre como la suya, a nadie le extrañaría que haya sido así.
Si ella viviera, no se le permitiría estar en Detraon, y menos aún a tan corta distancia de la familia real. En la comarca de los Lagos, los Plateados de su tipo —los susurros, con aptitud para controlar la mente— no son de fiar, y en realidad ya no existen. El Linaje Servon se extinguió hace mucho tiempo, por una buena razón. En cuanto a Norta, tengo la impresión de que la Casa de Merandus