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Las zonas oscuras de la democracia. Jorge Eduardo SimonettiЧитать онлайн книгу.

Las zonas oscuras de la democracia - Jorge Eduardo Simonetti


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      Carlos Marx sostenía que la libertad como poder, no es una cosa o la cualidad de un objeto en sí que se conquista, posee o mantiene, tampoco es la cualidad o capacidad de un sujeto en sí, ya que éste sólo dispone de ella en virtud de un conjunto de condiciones o circunstancias que hacen posible su poder. Sólo existe en relación con lo que está fuera de él: circunstancias históricas, condiciones sociales, determinadas estructuras, entre otras.

      El poder es una peculiar relación entre los hombres (individuos, grupos, clases sociales o naciones) en la que los términos de ella ocupan una posición desigual o asimétrica. Son, según Marx, relaciones en las que unos dominan, subordinan, y otros son dominados, subordinados. El poder de unos es el no poder de otros.

      La porción de libertad que no tengo es el poder que entrego, el poder entregado es poder tercerizado en relación al propio individuo. De tal modo, el poder que el ser humano individual entrega al “ser social”, se convierte en un nuevo objeto, con vida autonómica. Si bien es “mi” porción de libertad la que contribuye a formarlo, la libertad que se constituye con las porciones que cada hombre entrega, adquiere una entidad externa (la sociedad, los representantes, las elites gobernantes) que tiene su propia lógica y adquiere sus propias reglas, que terminan mandando sobre mi propia libertad.

      Siendo el precio de la vida en sociedad el pago en monedas de libertad individual, el bien que adquiere el individuo es el paraguas social, que a cambio le da protección, justicia, defensa.

      Pero el poder externo así formado, no resulta una abstracción ni una entidad incorpórea, muy por el contrario, se materializa en poder instrumental para imponer conductas a los individuos de una comunidad que aceptaron entregar parte de su libertad para pertenecer a la misma.

      El poder social o estatal, tiene como característica fundamental su invencibilidad, es decir la cualidad de vencer a través de los instrumentos que lo factibilicen, de los cuales el uso de la fuerza que confiere la ley es elemento fundamental.

      Son seres humanos los que manejan el poder común, los que a través del tiempo y los sistemas políticos tienen una legitimación variada, desde el mandato divino hasta la delegación conferida por sus pares.

      La democracia es uno de los sistemas artificiosos que el propio ser humano creó para poder vivir en comunidad. Y, aún desde la época griega de su ejercicio directo por parte de los ciudadanos, hasta nuestros tiempos, la democracia siempre tuvo intermediarios, ejecutores, mandatarios, delegados, representantes, que de manera diversa se constituyeron en un grupo pequeño de personas que, en nombre del resto, titularizaron el poder, lo utilizaron en beneficio común a veces, lo malversaron en otras, pero en definitiva fueron constituyendo un grupo privilegiado que construyó sus propios intereses, distintos en muchas oportunidades a los del conjunto representado.

      Así como decimos que la historia de la humanidad es la lucha permanente, la tensión constante, el combate perpetuo, entre el poder y la libertad por tomar una porción mayor del territorio común, el desborde del primero se tradujo siempre en totalitarismo y tiranía, y, salvo períodos cortos en que el poder retrocedía y ganaba la anarquía, normalmente es la libertad la que debe luchar en inferioridad de condiciones para no ser gravemente cercenada o expulsada de la organización.

      Podemos afirmar que el poder es a la libertad lo que la muerte a la vida, extremos interdependientes de una misma realidad. El poder extremo es la muerte del libre albedrío humano, la libertad es la precondición para que la vida merezca ser vivida.

      El individuo tiene poder sobre sí mismo, limitado por la porción de libertad que entregó como precio para vivir en sociedad, la elite gobernante tiene poder sobre el conjunto de individuos que han entregado parte de su libertad. La ley debería ser el cauce para el ejercicio del poder delegado. Cuando ésta no existe o no es observada, la pasión humana se desborda y termina por invadir la esfera de reserva de los representados.

      “Confucio, según la tradición, al pasar por el Monte Thai, encontró a una mujer que lloraba antes varias tumbas, aquejada de sucesivos dolores:

       –Una vez, el padre de mi marido fue muerto aquí por un tigre –explicó-. Luego mi marido fue atacado y muerto por otro tigre y ahora mi hijo ha sido muerto del mismo modo.

       –Entonces, ¿por qué no te alejas de este sitio?

       –Porque acá no hay un gobierno opresor –respondió la doliente.

      Así como la democracia es el sistema más acreditado para el ejercicio del gobierno, la regulación social, los límites de los mandatarios, la rendición de cuentas, el ida y vuelta permanente que debería existir en la relación representante-representados, los vaivenes que la historia ha marcado en el devenir social, han determinado que el concepto de democracia no sea unívoco.

      Cuando hablamos de democracia, podemos estar hablando de muchas cosas, hasta de aquellas que significan en la práctica su fáctica abrogación. Hay muchas clases de democracia, o muchas visiones sobre la misma, o muchas formas que los seres humanos adoptaron para practicarla, o muchos argumentos que utilizaron para desvirtuarla en su propio nombre.

      Por ello, cuando la manda constitucional nos impone la democracia representativa como sistema de gobierno, no parece que el texto haya sido tantas veces tironeado por la fuerza de los acontecimientos, que sus resultados sean tan disímiles en el producto, que debería ser uno sólo. Es que, a decir verdad, no siempre las normas sirven para encauzar las conductas.

      El secreto parece estar encerrado en aquellas inolvidables palabras de Emanuel Kant: “Me maravillan los cielos estrellados y la ley moral en mi interior”.

      La cultura de un pueblo se va formando ladrillo por ladrillo, y es muy difícil que lo sofisticado, que es la organización común, sea distinto a lo más básico y elemental, que es el relacionamiento entre pares.

      Por eso, cuando tratamos el mito democrático como parte de la cultura política argentina, nos estamos refiriendo a las variantes que la vigencia del sistema ha tenido en estos últimos tiempos.

      De allí la afirmación del título: “democracia, ¿qué democracia?

      Para entender a la democracia en un tiempo y en un espacio determinados, las características particulares de cada sistema histórico y sus diferencias con los otros, para tener presente su evolución en función de parámetros de análisis, es necesario utilizar una metodología que nos conduzca a responder los interrogantes en relación con cada parámetro utilizado.

      Ellas son:

      1. ¿Cuál es la matriz asociacional más adecuada? Para introducir un sistema democrático de gobierno, ¿cuál es la unidad o asociación adecuada? ¿Es un país, una ciudad, un pueblo?, o también ¿es una universidad, una sociedad, un partido político? Nos estamos refiriendo con ello, a la matriz asociacional conveniente, que garantice una efectiva posibilidad de operar eficientemente el sistema. Es una cuestión de proporciones. De la unidad que definamos, dependerán las características del sistema.-


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