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Un hombre para un destino. Vi KeelandЧитать онлайн книгу.

Un hombre para un destino - Vi Keeland


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      —¿Electrodomésticos?

      —Viking, Gaggenau y Sub-Zero. Además hay una nevera y un congelador de la serie Pro Sub-Zero en la cocina y otra unidad combo en la casa de la piscina. Y en caso de que lo dudase, las tres neveras combinadas cuestan más que un Prius nuevo. Lo he comprobado.

      «Mmm». Quería que metiera la pata, así que le pregunté algo que no aparecía en el folleto.

      —¿Y quién ha sido el encargado de la decoración?

      —Carolyn Applegate, de la empresa de diseño de interiores Applegate y Mason.

      Libraba una batalla de lo más extraña en mi interior. Aunque mi intención era ponerla en un aprieto para que cometiese un error, una parte de mí estaba exultante por que no lo hubiera hecho.

      —Y es «la encargada» —murmuró.

      —¿Cómo?

      —Es una mujer, por lo tanto es «la encargada».

      Tuve que fingir una repentina tos para disimular mi sonrisa.

      —Bien. Me alegra ver que ha hecho los deberes.

      Llegamos a la residencia Bridgehampton una hora antes de la primera visita. Los encargados del catering ya estaban allí, disponiendo todo en su sitio. Tenía que hacer algunas llamadas y responder algunos correos electrónicos, así que le dije a Charlotte que diera una vuelta por la casa para familiarizarse con el terreno. Media hora después, la encontré en la sala principal, escudriñando una pintura.

      Me acerqué a ella por detrás.

      —La dueña es una artista. Ninguna de sus pinturas están incluidas en la venta de la casa.

      —Sí, lo he leído. Es muy buena. ¿Sabía que visita residencias de ancianos para escuchar las historias de cómo la gente conoció a sus maridos y mujeres y luego pinta la imagen que ve al oír sus historias de amor? Me pregunto si esta es una de ellas. Es tan romántica…

      En el cuadro se veía a una pareja cenando en un restaurante, pero la mujer parecía mirar a un hombre que estaba sentado en la mesa al lado de ella, disimulando una sonrisa.

      —¿Qué parte le parece romántica? ¿La mujer que mira al hombre con el que no ha ido a cenar? ¿O la parte donde el pobre hombre al que mira no se da cuenta de que dentro de unos meses le hará lo mismo a él?

      Contemplé la pintura y me compadecí del pobre hombre sentado frente a la mujer. «Confía en mí, amigo. Es mejor que descubras ahora que no te es fiel».

      Charlotte se giró y me miró.

      —Vaya. Es usted todo corazón.

      —Soy realista.

      Se llevó las manos a las caderas.

      —¿De verdad? Dígame algo positivo sobre mí. Un realista ve todos los aspectos de la gente, tanto los buenos como los malos. Lo único que ve en mí es lo negativo, desde que nos conocimos.

      Charlotte era bajita, incluso cuando llevaba tacones. Y con la escasa distancia que nos separaba, tenía una vista impresionante de su blusa de seda. Creo que si hubiese compartido con ella los pensamientos positivos que me venían a la cabeza en ese momento, se habría molestado. Así que di media vuelta y me alejé de ella.

      —Estaré en la cocina cuando llegue la primera visita.

      * * *

      Incluso los idiotas saben obsequiar a la gente con algún cumplido cuando es necesario. Y quizá había sido demasiado duro con Charlotte. Pero había algo en ella que me ponía de los nervios. Transmitía cierta inocencia que yo no podía evitar querer destrozar y no estaba seguro de por qué.

      —Lo ha hecho muy bien hoy —comenté al cerrar la puerta, y llevé la mano hacia delante para dejar pasar a Charlotte.

      Tenía un carácter redomadamente complicado, por lo que no aceptó el elogio sin más. Se llevó la mano al oído y esbozó una sonrisa burlona.

      —¿Cómo? Creo que no lo he oído bien. Tendrá que repetirlo.

      —No se haga la lista conmigo. —Fuimos juntos hacia el coche. Abrí la puerta del asiento del copiloto y esperé a que se instalara para cerrarla.

      Cuando salíamos de la propiedad, pregunté:

      —¿Cómo sabía todo eso de Carolyn Applegate?

      La primera clienta no parecía muy convencida con el diseño interior de la casa, pero Charlotte dejó caer algunos nombres de famosos que habían contratado los servicios de la diseñadora que se había ocupado de la decoración de la casa y, desde entonces, la mujer empezó a ver la finca con otros ojos. Es posible que aquella sutil acción comercial resultara crucial para la venta de la casa.

      Desde luego, Charlotte no era normal, pero tenía que admitir que el instinto de mi abuela casi siempre era el correcto. No había llegado tan lejos por accidente. Iris veía el valor de la gente y parecía que no se había equivocado con Charlotte. Quizá era yo quien había permitido que mis sentimientos por otra rubia preciosa me nublaran el juicio.

      —Google —contestó—. Busqué el nombre de los actuales propietarios y en la página web de la diseñadora vi que habían contratado sus servicios. Luego, investigué para qué otros clientes había trabajado. Cuando mencioné que también había decorado la casa de Christie Brinkley, a unos pocos kilómetros de distancia, la mirada de la señora Wooten se iluminó, así que busqué la página con el móvil y le mostré las fotos de la casa de Christie, donde se veía que tenía la misma tela en los cojines del sofá.

      —Pues ha funcionado. Su opinión sobre la casa ha cambiado gracias a eso. Y que fingiera que le gustaba el pequeño monstruo que ha venido con la segunda pareja ha funcionado a las mil maravillas.

      Frunció el ceño.

      —No fingía. El niño era adorable.

      —Pero si no paraba de gritar.

      —Tenía tres años.

      —Sea como sea, me alegro de que le hiciera callar.

      Negó con la cabeza.

      —Algún día se convertirá en el marido desgraciado de una pobre mujer y en el padre impaciente de algún crío.

      —No, no lo haré.

      —¿Ah, no? ¿Acaso se porta mejor con las mujeres con las que sale?

      —No, simplemente no planeo casarme ni tener hijos. —Tenía los nudillos blancos de la fuerza con la que me aferraba al volante.

      Charlotte no dijo nada, pero la expresión de su rostro me reveló que acababa de abrir una puerta hacia algo que la intrigaba y sobre lo que iba a reflexionar durante todo el viaje de regreso a casa. No podía permitirlo, así que retomé la conversación sobre el trabajo.

      —Tendrá que enviar un correo electrónico de seguimiento a las dos parejas, en mi nombre. Deles les gracias por haber venido a ver la propiedad y pídales cita para una llamada telefónica la semana que viene.

      —De acuerdo.

      —Y llame también a Bridgestone Properties, en Florida. Pregunte por Neil Capshaw. Dígale que es mi nueva asistente y pregúntele por la venta de la casa que los Wooten tienen en Boca. Les mandamos muchos clientes, así que no tendrán inconveniente en compartir esa información con usted. Si los Wooten tienen un comprador para esa propiedad, es posible que se decidan a comprar la casa de verano de Bridgehampton más pronto que tarde.

      Había sacado su móvil para tomar notas.

      —Vale. Correos de seguimiento a los compradores. Llamar a Capshaw. De acuerdo.

      —También tengo que reprogramar mi cita de mañana a las cuatro de la tarde. Intente pasarla a las cuatro y media.

      —Entendido. ¿Con quién tiene esa cita?

      —Con


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