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se limitó a mirar con expresión inocente a Hastings.
—Su suposición es correcta —Hastings soltó un bufido—. Espero que encuentren a la Cobra Negra, que lo identifiquen y que lo eliminen. En cuanto a lo demás, hagan lo que puedan, pero la situación es urgente, y ya no podemos permitirnos emplear la cautela.
De nuevo Hastings los miró uno a uno.
—Pueden interpretar mis órdenes como prefieran, pero lleven a la Cobra Negra ante la justicia.
15 de agosto, cinco meses después.
Comedor de oficiales
Base en Bombay de la Honorable Compañía de las Indias Orientales
—Hastings dijo que podíamos interpretar sus órdenes como quisiésemos, que teníamos libertad de acción —Rafe apoyó los hombros contra la pared que tenía a sus espaldas y luego levantó uno de los vasos que el mozo acababa de dejar sobre la mesa y tomó un buen trago de la turbia cerveza ambarina.
Los cinco, Del, Gareth, Logan, Rafe y James, estaban sentados alrededor de la mesa del rincón, que habían reclamado como suya en el bar del comedor de oficiales. Habían elegido esa mesa por sus comodidades, básicamente porque ofrecía una vista completa del bar, de la terraza cerrada delantera del comedor, así como del espacio que se abría más allá de las escaleras de la terraza. Además, lo más recomendable de la mesa eran las gruesas paredes de piedra que había detrás y a un lado. Nadie podía permanecer inobservado por ellos, ni dentro ni fuera, ni tampoco podía nadie oír sus conversaciones mantenidas en voz baja.
Las pantallas de bambú encajadas entre las columnas delanteras de la terraza estaban bajadas para proteger del sol de la tarde y el polvo levantado por una tropa de cipayos que estaba ensayando para un desfile, sumiendo el bar en una fresca sombra. Un distante murmullo de conversaciones se alzó de dos grupos de oficiales sentados en un extremo de la larga terraza. El entrechocar de las bolas de billar surgía de una pequeña estancia en el lado más alejado de la terraza.
—Cierto —Gareth tomó un vaso—. Pero dudo que el buen marqués esté ansioso por vernos por allí.
—Me parece que no tenemos elección —junto con los otros tres, Logan miró a Del.
Del, la vista fija en su cerveza, sintió la mirada de sus hombres y levantó la vista.
—Si, tal y como pensamos, la Cobra Negra es Roderick Ferrar, Hastings no nos dará las gracias por darle la noticia.
—Pero, de todos modos, emprenderá alguna acción, ¿no? —James alargó una mano hacia el último vaso que quedaba en la bandeja.
—¿Te fijaste en el retrato colgado detrás del escritorio de Hastings? —Del lo miró fijamente.
—¿El del príncipe regente?
—No es propiedad de la compañía —Del asintió—, sino del propio Hastings. Debe su cargo al príncipe, disculpadme, a Su Majestad, y sabe que no puede olvidarlo nunca. Si, suponiendo que la encontremos, le llevamos la prueba innegable de que Ferrar es nuestro villano, lo colocaremos en la ingrata posición de tener que decidir a qué amo satisfacer: a su conciencia o a su rey.
—¿Es Ferrar realmente tan intocable? —James frunció el ceño mientras hacía girar el vaso en su mano.
—Sí —la afirmación de Del se vio reforzada por la de Gareth, Logan y Rafe.
—Hastings está en deuda con el rey —explicó Del—, y el rey está en deuda con Ferrar padre, el conde de Shrewton. Y, aunque es el segundo hijo de Shrewton, es bien sabido que Ferrar es el favorito de su padre.
—Se rumorea —Rafe se apoyó en la mesa— que Shrewton tiene al rey en el bolsillo, cosa que no resulta muy difícil de creer. De modo que, a no ser que exista alguna animosidad entre Hastings y Shrewton, de la que nadie esté al corriente, es muy probable que Hastings se vea obligado a «perder», las pruebas que logremos encontrar.
—¡Demonios! —Logan soltó un bufido—. No me extrañaría que parte del oro que la Cobra está robando a la Compañía, indirectamente, termine en los bolsillos de Su Majestad.
—Hastings —les recordó Gareth— insistió mucho en que llevásemos a la Cobra ante la justicia. No nos dio instrucciones para que lo capturásemos y lo entregásemos en Bombay —miró a Del y enarcó una ceja—. ¿Crees que Hastings opina que utilizarnos sería un modo de lograr que se haga justicia sin ofender a su amo?
—Esa posibilidad ya se me había ocurrido —Del sonrió con cinismo—, teniendo en cuenta que nos llevó tan solo dos semanas llegar a la conclusión de que la Cobra Negra o bien tenía a alguien en la oficina del gobernador o era un empleado del gobernador. Después de eso nos llevó, ¿cuánto?, ¿seis semanas de vigilancia de los convoy atacados para estrechar el cerco en torno a Ferrar? Como segundo adjunto del Gobernador de Bombay, él y solo él conocía todas las caravanas atacadas. Había otros que conocían detalles de algunas, pero solo él estaba en posesión de los itinerarios y horarios de todas. Hastings tiene una información similar desde hace meses. Al menos debería sospechar quién podría estar detrás de la secta de la Cobra Negra.
—Hastings —intervino Rafe— también es consciente de cuándo fue asignado Roderick Ferrar a su puesto aquí, a principios de 1819, unos cinco meses más o menos antes de la primera aparición conocida de la Cobra Negra y sus secuaces.
—Cinco meses es tiempo suficiente para que alguien tan espabilado como Ferrar se dé cuenta de las posibilidades, haga planes y reúna a los susodichos secuaces —añadió Logan—. Es más, como adjunto al gobernador, tiene contacto fácil y oficialmente aceptado con los descontentos príncipes Maratha, los mismos exaltados que, como ahora sabemos, han cedido en secreto a la Cobra Negra sus bandas particulares de asaltantes.
—Ferrar —señaló Del— se presentó a Hastings en Calcuta antes de unirse a la oficina del gobernador, un puesto que, según confirman nuestros contactos en Calcuta, solicitó específicamente. Ferrar podría tener un puesto con Hastings en el cuartel general, estaba a su disposición, ¿y qué joven ansioso por ascender en la compañía no preferiría trabajar para el gran hombre? Pero no, Ferrar solicitó un puesto en Bombay, y al parecer se mostró bastante satisfecho con el de segundo adjunto.
—Lo cual hace que uno se pregunte —dijo Gareth— si la principal atracción de dicho puesto no sería que estaría en la otra punta del subcontinente, lejos de la posible vigilancia de Hastings.
—Así pues, James, muchacho —Rafe le dio una palmada en la espalda al joven capitán—, todo sugiere que la orden de llevar a la Cobra Negra ante la justicia, y utilizar para ello cualquier medio que consideremos necesario, es probable que sea la manera política de ocuparse del asunto —miró a los demás a los ojos—. Y Hastings nos conoce lo suficiente como para estar seguro de que haremos el trabajo sucio por él.
James miró a los demás y confirmó que todos pensaban lo mismo. Asintió con cierta reticencia.
—De acuerdo. De modo que evitamos a Hastings. Pero ¿cómo lo hacemos? —miró a Del—. ¿Has tenido alguna noticia de Inglaterra?
Del miró hacia la terraza para confirmar que no hubiese nadie que pudiese oír la conversación.
—Esta mañana llegó una fragata con un envío muy grande para mí.
—¿De Devil? —preguntó Gareth.
—Una carta suya —Del asintió—, y algo más de uno de sus pares, el duque de Wolverstone.
—¿Wolverstone? —Rafe frunció el ceño. Yo creía que el anciano estaba prácticamente retirado.
—Y así es —contestó Del—. El hijo, el actual duque, es otra cosa. Lo conocemos, o más bien sabemos de él, bajo otro nombre. Dalziel.
—¿Dalziel es en realidad Wolverstone? —preguntó James mientras los cuatro abrían desmesuradamente los ojos.
—El