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Historia de la Revolución Rusa Tomo II. Leon TrotskyЧитать онлайн книгу.

Historia de la Revolución Rusa Tomo II - Leon  Trotsky


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a explicárselo a los soldados, pero no les dejaban llegar hasta ellos; por primera vez, desde las jornadas de febrero, el junker y el oficial se interponían entre el obrero y el soldado.

      Los conciliadores acogieron jubilosamente a los regimientos llegados. En la asamblea de representantes de las fuerzas militares, Voitinski, en presencia de un gran número de oficiales y de junkers, exclamó: «En estos momentos pasan por la calle Milionaya, en dirección a la plaza de Palacio, tropas y automóviles blindados para ponerse a disposición del general Polovtsiev. Ésta es nuestra fuerza real, la fuerza en que nos apoyamos». Fueron adscritos al comandante de la región militar, en calidad de tapadera política, cuatro ayudantes socialistas: Avkséntiev y Gotz, del Comité Ejecutivo; Skóbelev y Chernov, del gobierno provisional. Pero esto no salvó al comandante. Kerenski se jactaba posteriormente ante los guardias blancos de haber destituido al general Polovtsiev «por su indecisión», cuando regresó del frente durante las jornadas de julio.

      Ahora se podía resolver, al fin, la cuestión tantas veces aplazada de destruir el avispero de los bolcheviques en la casa de la Kchesinskaya. En la vida social, en general y durante la revolución, en particular, adquieren, a veces, un gran relieve hechos secundarios que actúan sobre la imaginación con su sentido simbólico. Así, en la lucha contra los bolcheviques, se destacó, con una importancia desproporcionada, la «usurpación», llevada por Lenin, del palacio de la Kchesinskaya, famosa bailarina palaciega, famosa no tanto por su arte como por sus relaciones con los representantes masculinos de la dinastía de los Romanov. Su palacio era uno de los frutos de estas relaciones, iniciadas por Nicolás II, por lo visto, cuando todavía no era más que príncipe heredero. Antes de la guerra, la gente hablaba con un matiz de envidioso respeto de aquel antro de lujo, espuelas y brillantes, situado frente al Palacio de Invierno; durante la guerra, se decía con más frecuencia «robado»; los soldados expresábanse aún con más precisión. La bailarina, que se acercaba a la edad crítica, pasó a la palestra patriótica. Rodzianko, con la sinceridad que le caracteriza, dice a este propósito: «El generalísimo supremo (él gran duque Nikolai Nikolayevich) decía estar al corriente de la participación y de la influencia de la bailarina Kchesinskaya en los asuntos de artillería. Por mediación de ella recibían los pedidos las distintas casas». No tiene nada de particular que, después de la revolución, el palacio desierto de la Kchesinskaya no despertara en el pueblo sentimientos benévolos. Mientras que la revolución exigía insaciablemente locales, el gobierno no se atrevía a tocar ni un solo edificio privado. Por lo visto, la requisa de caballos de los campesinos para la guerra era una cosa y la confiscación de los palacios vacíos para la revolución otra. Pero las masas populares, menos sutiles, razonaban de otro modo.

      En los primeros días de mayo, la división de reserva de los automóviles blindados, que buscaba un local conveniente, dio con el palacio de la Kchesinskaya y lo ocupó; la bailarina tenía un buen garaje. La división cedió de buena gana al Comité bolchevique de Petrogrado el piso superior del edificio. La amistad de los bolcheviques con los soldados de los automóviles blindados completaba la que mantenían con los del regimiento de ametralladoras. La ocupación del palacio, efectuada unas cuantas semanas antes de la llegada de Lenin, pasó casi inadvertida. La indignación contra los usurpadores aumentaba a medida que crecía la influencia de los bolcheviques. Los infundios de los periódicos, según los cuales Lenin se había instalado en el boudoir6 de la bailarina y todos los muebles y objetos del palacio habían sido destruidos y robados, eran simples paparruchadas. Lenin vivía en el modesto piso de su hermana, y el comandante del edificio había retirado y sellado los muebles de la bailarina. Sujánov, que visitó el palacio el día de la llegada de Lenin, ha dejado una descripción del local que no carece de interés. «El domicilio de la famosa bailarina tenía un aspecto extraño y absurdo. Los lujosos techos y paredes no armonizaban en lo más mínimo con la sobriedad de la instalación, con las mesas, las sillas y los bancos primitivos dispuestos de cualquier modo para las necesidades del trabajo. Muebles, en general, había pocos. Los de la Kchesinskaya habían sido retirados...». La prensa, guardando un prudente silencio sobre la división de automóviles blindados, señalaba a Lenin como culpable de la usurpación armada de la casa de la indefensa servidora del arte. Este tema alimentaba los artículos de fondo y los folletones. ¡Soldados y obreros sucios, entre brocados, sedas y alfombras! Todos los pisos principales de la capital se estremecían de indignación. De la misma manera que en otros tiempos los girondinos habían hecho recaer sobre los jacobinos la responsabilidad por los asesinatos de septiembre, la desaparición de colchones en los cuarteles y las prédicas de la ley agraria, ahora los kadetes y los demócratas acusaban a los bolcheviques de socavar las bases de la moral humana y de escupir plebeyamente sobre el parquet del palacio de la Kchesinskaya. De este modo, la bailarina dinástica convertíase en el símbolo de la cultura, pisoteada por las herraduras de los bárbaros. Esta apoteosis animó a la propietaria, quien presentó una denuncia ante los tribunales. Éstos decidieron desahuciar a los bolcheviques. Pero la cosa no era tan sencilla como parecía. «Los autos blindados que estaban de guardia en el patio infundían un cierto respeto», recuerda Zalevski, miembro, en aquel entonces, del Comité de Petrogrado. Además, el regimiento de ametralladoras, así como otras unidades, estaba dispuesto, en caso de necesidad, a ayudar a sus compañeros de la división de autos blindados. El 25 de mayo la mesa del Comité Ejecutivo, al deliberar sobre la queja presentada por el abogado de la bailarina, reconoció que «los intereses de la revolución exigían la sumisión a las decisiones judiciales». Sin embargo, los conciliadores se contentaron con este aforismo platónico, con harto sentimiento de la bailarina, poco inclinada al platonismo.

      En el palacio seguían funcionando el Comité Central, el de Petrogrado y la Organización Militar. «En la casa de la Kchesinskaya —cuenta Raskólnikov— se apretujaba constantemente una gran masa de gente. Unos iban a resolver un asunto en una secretaría; otros, se dirigían al depósito de libros, a la redacción de la Soldatskaya Pravda (La Verdad del Soldado) a una de las reuniones. Éstas se celebraban muy a menudo, a veces de un modo ininterrumpido, ya en la espaciosa sala de abajo, ya arriba, en una habitación con una mesa larga, y que había sido, seguramente, el comedor de la bailarina». Desde el balcón del palacio, en el cual ondeaba la imponente bandera del Comité Central, los oradores hablaban continuamente al público, no sólo durante el día, sino también por la noche.

      Frecuentemente, en la oscuridad profunda, llegaba al edificio un regimiento o una muchedumbre obrera y pedía que saliese un orador. Se detenían asimismo ante el balcón grupos casuales de gente ajena a todo interés político, cuya curiosidad se veía incitada por el ruido que armaban los periódicos a propósito del palacio de la Kchesinskaya. En los días críticos, se acercaban al edificio grupos hostiles pidiendo la detención de Lenin y que fuesen expulsados del local los bolcheviques. Bajo los torrentes humanos que inundaban el palacio, se percibían los latidos de la revolución. La casa de la Kchesinskaya alcanzó su apogeo durante las jornadas de julio. «El Cuartel General del movimiento —dice Miliukov— estaba, no en el palacio de Táurida, sino en la fortaleza de Lenin, en la casa de la Kchesinskaya, con su balcón clásico». El aplastamiento de la manifestación trajo fatalmente aparejado consigo el ocaso del Cuartel General de los bolcheviques.

      A las tres de la madrugada fueron enviados a la casa de la Kchesinskaya y a la fortaleza de Pedro y Pablo, separadas una de otra por una faja de agua, el batallón de reserva del regimiento de Petrogrado, una sección de ametralladoras, una compañía de Semiónov, otra de Preobrajenski, un destacamento del regimiento de Volin, dos cañones y ocho automóviles blindados. A las siete de la mañana, el socialrevolucionario Kusmin, ayudante del comandante de la región, exigió que se desalojara el palacio. Los marinos de Kronstadt, de los cuales no quedaban en el palacio más que unos 120, que no deseaban entregar las armas, empezaron a pasar a la fortaleza de Pedro y Pablo. Cuando las tropas del gobierno ocuparon el palacio, en éste no había nadie, excepto algunos empleados...

      Quedaba la cuestión de la fortaleza de Pedro y Pablo. Se recordará que grupos de jóvenes guardias rojos del barrio de Viborg se habían dirigido allí con el fin de ayudar a los marinos en caso de necesidad. «En los muros de la fortaleza —cuenta uno de los que participaron en los actos— se veían algunos cañones, apostados allí, por lo visto, por los marinos, por lo que pudiera suceder. Se respiraba la proximidad de acontecimientos


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