Errores del corazón - Un hombre enamorado - Alma de hielo. Linda Lael MillerЧитать онлайн книгу.
toda la tarde en la cocina. Habían jugado con los cachorros mucho tiempo y luego Josh le había mostrado las destrezas de Bert, incluida su habilidad para atrapar un frisbee en pleno vuelo. Para entonces ambos estaban hambrientos y ella se había ofrecido a preparar la cena.
—Ya te dije que la cocina es una de mis aficiones —Stacie paladeó el denso café colombiano—. Me encanta crear algo de la nada.
—Me has impresionado —Josh dejó el tenedor sobre el plato vacío—. Esos fideos con salchicha y pimientos eran dignos de un restaurante de lujo.
—Y no hemos tenido que ir a uno —Stacie miró la moderna cocina de estilo campestre. Tras ver el exterior de la casa, había sentido cierta aprensión sobre cómo sería por dentro. Pero el interior la había sorprendido agradablemente.
Estaba bien cuidada y muy limpia. Cuando había alabado a Josh por ello, él había admitido, avergonzado, que una mujer iba durante la semana para cocinar y limpiar.
—Te habría invitado a cenar —dijo Josh, mirándola a los ojos—. Espero que lo sepas.
—Lo sé. Pero esto ha sido más divertido.
—Estoy de acuerdo —Josh sonrió y unas atractivas arrugas de expresión rodearon sus ojos. Apartó su silla—. ¿Qué te parece que tomemos el café en la sala?
Stacie se levantó. Miró los platos que había en el fregadero y luego los que quedaban en la mesa.
—Ni lo pienses —Josh le puso la mano en la parte baja de la espalda y la empujó hacia la puerta—. Yo recogeré más tarde.
Momentos después, Stacie estaba sentada en un sofá de cuero borgoña escuchando a Josh terminar la historia sobre el incendio que había amenazado con destruir ciento ochenta mil acres de terreno unos años antes.
—Fui afortunado —dijo Josh—. Mi propiedad sufrió daños mínimos. Podría haber sido terrible.
—Te encanta, ¿verdad? —Stacie estudió al curtido vaquero, sentado a un palmo de ella.
—¿El qué? —ladeó la cabeza.
—La tierra. Tu vida aquí —dijo Stacie—. Lo veo en tus ojos y lo oigo en tu voz. Esto es tu pasión.
—Desde que era un niño siempre he deseado ser ranchero —se puso serio—. Esta tierra es parte de mí y será parte de mi legado.
—¿Y tus padres? —preguntó Stacie, comprendiendo que ni siquiera habían mencionado a sus familias—. ¿Están por aquí?
—Viven en Sweet River —contestó Josh—. Mi padre dirige el banco. Mi madre es jefa de enfermería en el hospital.
—Creía que habías crecido en el rancho —comentó ella, asombrada por la mención del banco y el hospital.
—Así es —aseveró él—. Pero a mi padre nunca lo atrajo. En cuanto volví de la universidad, me cedió el rancho.
—Parece que la pasión por la tierra se saltó una generación —dijo Stacie.
—Es una gran vida, pero no para todo el mundo —Josh se encogió de hombros.
Stacie deseó que su familia tuviera esa misma actitud. Eran incapaces de entender que sus gustos e intereses no eran los de ella. Por eso había dejado Michigan para estudiar en Denver y se había quedado allí después de licenciarse.
La brisa que entraba por la puerta mosquitera del patio llevó consigo el aullido de un coyote en la distancia. Stacie se estremeció.
—Esto es tan silencioso, está tan aislado… ¿No te sientes solo a veces?
—Tengo amigos —la sonrisa que había acariciado sus labios casi toda la velada desapareció; tensó los hombros—. Veo a mis padres al menos una vez a la semana.
—Pero vives solo —Stacie no sabía por qué insistía en el tema, pero la respuesta le parecía importante—. A casi una hora de la civilización.
—A veces me siento solo —dijo él—. Pero cuando tenga mi propia familia, será distinto.
—La soledad me volvería loca —Stacie tomó un sorbo de café—. Necesito a la gente. Cuanta más, mejor.
—Es importante saber lo que uno quiere y lo que no —apuntó Josh, inexpresivo—. Necesito a una mujer que pueda ser feliz con este tipo de vida.
—Táchame de la lista —dijo Stacie con voz risueña.
—Nunca me han gustado las listas —afirmó Josh, sin dejar de mirarla.
A pesar de que era obvio que no quería herir sus sentimientos, Stacie supo que él ya había decidido, como ella. Pensara lo que pensara el ordenador, Josh y ella no cabalgarían juntos hacia el ocaso.
Tomó otro sorbo de café, sintiendo cierta tristeza por ello, aunque no tenía ningún sentido.
—Lo bueno es que nuestra primera cita aún no ha terminado y ya sabemos que no va a funcionar.
—¿Qué tiene eso de bueno?
—No tenemos que perder tiempo… —empezó ella, que intentaba ver el lado positivo.
—¿Estás diciendo que lo de hoy ha sido una pérdida de tiempo?
—No, pero… —soltó el aire con exasperación.
—Yo no creo que lo fuera en absoluto —dijo él—. No recuerdo la última vez que lo pasé tan bien o comí una cena tan deliciosa.
Sonrió y el corazón de ella se saltó un latido. Nunca había pensado que un vaquero pudiera ser tan sexy. Dejó la taza en la mesa.
—Es hora de que vuelva a casa.
—Aún no —Josh se inclinó hacia delante y tocó su rostro con suavidad, deslizando un dedo por la curva de su mandíbula.
«Va a besarme. Va a besarme. Va a besarme», repitió ella mentalmente, como un mantra.
Se dijo que debía apartarse, poner distancia entre ellos. Decir que no. Al fin y al cabo, era amigo de Anna y estaba buscando a alguien especial. Pero en vez de alejarse, se inclinó hacia la caricia, sintiendo un cosquilleo en el cuerpo.
Él se acercó más. Y más aún. Tanto que pudo ver las chispas doradas de sus ojos y sentir su aliento en la mejilla. Ya saboreaba mentalmente el sabor de sus labios cuando él se echó hacia atrás con brusquedad y dejó caer la mano.
—Eso no sería buena idea.
Ella se desinfló por dentro, como una niña a quien le hubieran quitado su juguete favorito. Se miraron unos segundos.
—Tienes razón —aceptó ella—. Es tarde. Debo volver a casa.
Se puso en pie y él no intentó detenerla. Para cuando llegó a la puerta, su corazón había recuperado el ritmo habitual. Se detuvo en el porche e inhaló el fresco aire de la montaña, esperando que aclarase sus pensamientos. Había caído la noche, pero se veía muy bien gracias a la brillante luna y el cielo tachonado de estrellas.
Por el rabillo del ojo, vio a Bert cruzar el jardín, corriendo hacia ella. Se le levantó el ánimo y se detuvo en el último escalón para darle un abrazo de despedida. Bert correspondió frotando la nariz húmeda contra su mejilla. Stacie se rió y le dio un último abrazo.
Cuando se irguió, vio que Josh la contemplaba.
—¿Qué puedo decir? Los animales me adoran.
—No me extraña —farfulló él entre dientes. Stacie no supo si lo había oído bien.
El todoterreno estaba a unos veinte pasos, pero a ella se le hicieron eternos. Pronto descubrió que los tacones de sus sandalias y el camino de gravilla no eran buena combinación. Además, cada vez que daba un paso, Bert la empujaba en dirección a Josh.
Josh se inclinó por delante de ella