Del sacrificio a la derrota. Nicolás BuckleyЧитать онлайн книгу.
como una experiencia individual. Los militantes de ETA fueron protagonistas de un conflicto violento de larga duración en el que su identidad política como «rebeldes vascos» es difícil de separar de otros aspectos más personales de sus historias de vida (como su carácter o sus relaciones familiares). Una de las primeras cuestiones que tuve que hacerme al empezar el trabajo de investigación fue cómo combinar un análisis empírico basado en las emociones personales de los activistas de ETA con un análisis de su «mundo de las emociones» dentro de una estructura cultural.
Las entrevistas
Aunque mi principal objetivo ha sido analizar el recorrido histórico de ETA a través de las historias de vida de sus militantes, mi trabajo no podía basarse solamente en la «verdad» revelada por estos militantes. A través de la lectura que llevé a cabo sobre fuentes primarias como Zuzen o Zutabe (boletines internos de ETA, publicados curante las décadas de los setenta y los ochenta en los que la organización difunde sus postulados políticos) pude constatar cómo ETA se había quedado aislada progresivamente dentro de la sociedad vasca durante sus últimas dos décadas de existencia. ETA había disfrutado de su último pico de popularidad en 1989 durante las «negociaciones de Algeria» cuando el gobierno socialista de Felipe González empezó una serie de conversaciones con la organización[61]. En un Zutabe de 2004, ETA, lejos de abrir debates políticos dentro de la Izquierda Abertzale (como ya había hecho en boletines previos), limitó su discusión a la importancia de atacar infraestructuras turísticas con el objetivo de hacer daño al Estado español[62]. El hecho de que ETA, en sus últimos números, prácticamente se limitase a hablar de sus posibles acciones armadas, demuestra su falta de poder emocional a la hora de apelar al pueblo vasco. Sin embargo, como se ha comentado al principio del libro, el descenso de apoyo popular que ETA experimentó durante la década de los noventa y que culminó con su aislamiento social en el siglo XXI no se puede explicar solamente desde esta última etapa de su historia. ¿Cómo vivieron los militantes de ETA este desencantamiento emocional de los vascos hacia su organización? Durante mi trabajo de campo en el País Vasco, mi principal objetivo fue entrevistar militantes que me ayudasen a profundizar en su proceso emocional acerca del final de ETA. Tratando con una variedad de fuentes primarias (Zuzen, Zutabe, Punto y Hora y Jarrai) y secundarias (historiografía del conflicto vasco) este libro trata de contextualizar las emociones de los militantes de ETA desde el periodo que comprende el «tardofranquismo» durante los sesenta hasta el cese definitivo de la violencias en 2011.
Durante mi trabajo de campo en el País Vasco, mi libro de referencia era el de la historiadora oral Carrie Hamilton y su tesis doctoral sobre las mujeres en ETA[63]. Para cuando Hamilton completó su tesis, ETA ya no sufría el terrorismo de los GAL. La organización también había sufrido graves contratiempos, como el arresto del líder de la organización Santi Arrosipide Sarasola (también conocido como Santi Potros) en 1987 y la consiguiente caída de la cúpula de la organización a manos de la policía española en la llamada Operación Bidart en 1992. Sin embargo, a pesar de todo esto, en 1988 la Izquierda Abertzale decidió dar un salto «hacia delante» siendo parte del Pacto de Estella con otras fuerzas nacionalistas como el PNV, con el objetivo encubierto de intentar que el Estado español reconociese el derecho de autodeterminación para los vascos. En resumen, la ETA que Hamilton había encontrado durante su investigación estaba ya acorralada por la policía y cada vez iba teniendo menos apoyo social como consecuencia, de entre otros factores, de los nuevos movimientos sociales pacifistas que iban emergiendo durante ese periodo en el País Vasco. Sin embargo, en los noventa, a pesar de las calamidades por las que ETA estaba pasando, lo que evidencia el Pacto de Estella es que esta organización no estaba dispuesta a dar un paso atrás.
Como hemos mencionado en el párrafo anterior, Hamilton estaba comenzando a vivir el «final de ETA», aunque ni ella ni los vascos que vivían en aquel periodo tuvieran opción de saberlo con certeza. Como contraste, las series de entrevistas que realicé en el País Vasco entre 2014 y 2015 tuvieron lugar tres años después del cese definitivo de la violencia declarado por la organización en 2011, sabiendo que ese era el final de la organización y que, por ende, era el momento de empezar a mirar al pasado. Otro elemento que nos diferencia a Hamilton y a mí fue mi nacionalidad española. En este aspecto, mi identidad española me conectó con mi objeto de estudio de una manera diferente a la de Hamilton, permitiéndome experimentar una serie de narrativas nacionales desde una perspectiva diferente. Por ejemplo, durante mi estancia en Bilbao, mi experiencia de estar cara a cara con militantes de ETA me podía provocar emociones no previstas relacionadas con mi experiencia de vida en tanto que ciudadano español.
Hamilton se acercó a los estudios de género poniendo a ETA y a la Izquierda Abertzale como caso de estudio. Mi libro trata de entender el abanico de las potenciales narrativas que emergen desde las entrevistas con militantes de ETA, particularmente desde el largo recorrido de la organización en el conflicto vasco. Si consideramos que la transición española ha dado lugar a una nueva comunidad imaginada llamada «Régimen del 78», ¿qué desafíos suponen estas narrativas para dicho régimen? Ernest Renan expresó que la nación es un «plebiscito diario»[64]. Un ejemplo de esto es cuando las clases medias españolas, por primera vez, empezaron a cuestionar seriamente el «Régimen del 78», como consecuencia de que las elites de este régimen tuvieron problemas para gestionar la crisis económica internacional que empezó en 2008. En este sentido, ¿qué nos pueden decir estas «microhistorias» de vida de los militantes de ETA?
El «Régimen del 78» hace referencia a la Constitución española nacida de la transición (1975-1982). Este nuevo establishment, compuesto por las elites reformistas del franquismo y la oposición democrática, aceptó un nuevo sistema neoliberal económico que emergió con los Pactos de la Moncloa en 1977 y que se convirtió en hegemónico durante las siguientes décadas[65]. En este sentido, el «Régimen del 78» es un concepto usado por académicos para criticar la hegemonía cultural de este establishment, en el que el periódico El País está considerado como el gran referente cultural[66]. Teniendo en cuenta la cercanía temporal hasta nuestros días, hasta ahora el «Régimen del 78» ha sido analizado sobre todo por politólogos. Sin embargo, con la crisis económica de 2008 conocida como la gran recesión, este régimen se empezó a poner en entredicho. Como resultado, la transición española empezó a ser un tema de debate político entre algunos españoles que empezaron a demandar más conocimiento sobre qué «había pasado» durante la transición; de hecho, fue a partir de la «gran recesión de 2008» cuando los historiadores empezaron a analizar la transición española y a ver en ella el «gran experimento» de las políticas neoliberales que acabarían por ser hegemónicos en los estudios sobre el «Régimen del 78»[67].
Teniendo en cuenta la falta de una historiografía sistemática sobre la transición española y, sobre todo, la falta de análisis sobre el comportamiento de diferentes comunidades presentes durante la transición (por ejemplo, los movimientos obreros o los grupos nacionalistas), mi investigación ha tratado de conectar el concepto de «Régimen del 78» con el imaginario de la Izquierda Abertzale. Usando como fuente la revista cultural vasca publicada durante la transición Punto y Hora en Euskal Herria, analicé en primer lugar cuáles fueron las representaciones de la transición española para Izquierda Abertzale[68]. El lector, a través de los análisis de estas representaciones, puede entender el «Régimen del 78» como una realidad empírica de las historias de vida de los militantes de ETA que han participado en esta investigación.
En ese momento, yo fui uno de los convencidos de que si todas las fuerzas políticas del Estado español nos uníamos, podíamos cambiar el régimen y a la vez atender a las demandas de los vascos, o sea el derecho de autodeterminación. En 1975 y en 1976 luchamos por